FURLAN, LUIS RICARDO
ACERCAMIENTO DEL POETA
Tener pájaro vivo para el canto
en el silencio abierto de la mano
y la raíz del árbol comarcano
en la tierra sin lágrimas del llanto.
Estar en los confines del encanto
desencantado por milagro humano
y aún modelar, cual hábil artesano,
en la tarde la estrella y el espanto.
Ser agua de canción y de trasiego
contemplando en el linde solariego
la nostalgia, ceñida como un nudo.
Y regresar al alba, desatado,
con el tiempo de espera trajinado
y alegre el corazón, pero desnudo.
ACTITUD DE LA BARCA
Hay dos orillas limitando un río,
limo de sangre en desvelada pena,
donde la barca solitaria, ajena,
los remos quietos, encadena el brío.
Desde un condado surge el desafío
y en otro un ángel su trompeta suena;
y en el cercado de cristal, serena,
vive la barca, intemporal, su estío.
Viene la tarde, núbil cavadora,
y cava el pozo para abrirse inerte
en desflorada rosa mediadora;
libra los remos con su mano fuerte
y vertical la barca desmemora
último sueño en tiempo de la muerte.
(De �Deslinde del tiempo y el ángel�)
ALEGRÍA POR EL SOL
Vienes, oh sol, montado sobre el día
como un centauro de aborigen saña
en su noble alazán. Luces tu hazaña.
Enarbolas tu lanza de alegría.
Cruje la torva sombra en la agonía
de la última estrella y la legaña
del párpado del ángel. Ya se baña
en la cuajada azul tu epifanía.
Vienes, tizón del cosmos, unifuego,
a crepitar el cobertizo humano
dándole arrobo, resplandor y espliego.
Bendito entre nosotros, los mortales,
porque alumbras, padrillo del verano,
pequeñas vidas, mansas y frugales.
CARTA A PABLO CASALS
¿Eran las cuerdas solas?
¿O todo el viento por las solas cuerdas?
¿Las cuerdas platicando con el viento?
¿El arco solo que en el aire juega?
¿Las solas torres, los molinos solos,
las coplas de la aldea?
¿Los mercados, viñedos y olivares?
¿Voces mediterráneas, Pablo, eran?
En Puerto Rico había sol, tabaco,
soledades y brújulas de arena,
campanarios de azúcar,
algunas nanas, hábitos de pesca.
En Cataluña, en cambio, los toneles
derramaban los vinos de la fiesta.
Y había aceite y trigo y algarrobas
y soledades, cuentan.
Ibas de romería en romería,
la sangre en penitencia.
Ángeles solitarios pregonaban
tu despedida, cada vez más cerca.
Más cerca de tus manos,
cazador mitológico de estrellas:
una, tierna, mimando el violoncello;
otra, provocativa, como flecha.
Sólo tus manos, íntimas memorias,
hablaban del espíritu y la letra.
Del corazón a solas.
De una sardana triste, sola y vieja.
¿Eras el tiempo fiel y solitario
laureando la pureza?
¿La armonía, panal de soledades?
¿Prieto de ruiseñores, una selva?
Ya qué más vale Pablosoledad.
Pablo de Cataluña o de América.
Pablo Casals, descansa solitario.
Descansa en Río Piedras.
(De �Cartas a Pablo�)
CAZA DEL JABALÍ
¿No sabe el jabalí que le hombre acecha
bajo la luna llena? La sorpresa
vendrá como una piedra, una compresa,
la picazón amarga de una flecha.
En la maña celosa está la brecha.
Olfatean los dogos ya la presa.
El monte es una nube cruel y espesa;
para aguaitar, una cabaña estrecha.
No teme el jabalí, pero ralea
cauto el andar, previene la pelea,
el sordo olor del cazador alerta.
Es el instinto una templada antena
y salta el corazón en luna llena,
con la mirada tristemente muerta.
CIUDAD
Domingo con niebla
Niebla gris del domingo
-tul de ceniza-,
desdibuja las casas
de las vecinas.
(Tras la ventana,
vibra un himno de pájaros
libres al alba.)
Tahona
El sudor va bruñendo
torsos de bronce.
Cuece el horno el pan nuestro,
como en un cofre.
Granos de espiga
modelando en la tregua
genios de harina.
Medianoche
Hora de ángeles blancos
sobre las torres
de un castillo ideado
todas las noches.
(En el badajo
algún duende columpia
su alma de trapo.)
(De “Alba del canto”)
* Nació en la ciudad de Buenos Aires el 15 de noviembre de 1928.
COMPAÑERA
Tú, la del nombre claro, la esperada,
canto vital y brújula y camino,
iluminado aliento de la llama,
albo crecer en júbilo de lirios.
¿En qué día naciste con el ángel
por desatar tus manos y tu grito?
¿En qué cielo de amor cundió el milagro
de la estrella y el sueño prometido?
Milagro de mirarte la mirada
y ver la altura de tu gesto limpio.
Y renacer en árbol o en calandria
junto a un muro de luna casi antiguo.
Sé que te dije sólo compañera
como se dice pan, aire o amigo.
(Y me anudé tu sangre en el costado
para escuchar las voces de tu ciclo).
Tú, cigarra cantándome en el hueco
de mi creyente corazón cautivo.
CONTIENDA EN EL DESIERTO
En esa pampa agreste,
lluvia de cardos, mirador arisco,
lodo y pavor cautivan la osamenta
a pleno sol, inútil amasijo.
Ululan en el polvo el desamparo
de los aromas tibios
y el sudor de melenas y correajes
en el pie y en la bota del estribo.
Brama la tierra, su presagio raja
el cauce fresco de aborigen río.
Refucilan el sable
y la lanza en el médano de gritos
Marejada de potros, boleadoras
y cárdenas espinas de martirio
vagan el aire triste del encuentro,
como fantasmas vivos.
Ya desmenuzan pólvora y rencores,
de la feligresía del exilio
la mancillada piel,
hecha jirones de sabor antiguo.
¿A dónde irán, demanda en el incendio
el corazón mestizo,
los ijares de cobre, los trabucos,
los velludos corajes, los residuos
del orgullo, las coplas
entrañables, las vísceras y el filtro
de la linfa que azuza la rapiña
entre los estertores y espinillos?
Y cuelgan del mangrullo, solitario
y atónito testigo,
las pompas y el silencio de la Patria,
los ritos funerarios y el olvido.
Ya desciende el vigía de la tarde
entre la ardiente parva del cilicio.
Bajo la Cruz del Sur,
duermen juntos el indio y el milico.
DESTIERRO DEL POETA
Inclinaba el poeta la cabeza,
ligeramente, hacia el confín izquierdo,
acaso oyendo el corazón, más cuerdo
que el mundo. Le cabían la tristeza
y la alegría en una sola pieza
de su engranaje. Como de un recuerdo
a otro acudía, con el canto lerdo
de quien apenas la memoria empieza.
Lo cruzaban adustas diagonales,
paneles de alquitrán, fugas en ruinas,
palomares con ritos y señales.
Con su sayal de sirgo iba desnudo,
inútil de hojas, rumbo a las vecinas
catedrales de sal, paciente y viudo
ÉGLOGA A LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
Canto, ahora, la tierra ciudadana,
elemental llanura de cemento,
eclógico destino a la mañana
y en la tarde, la sílaba del viento.
Pone la noche, simple, su escalera
en soledad de gris enredadera.
¿Cómo nacer un día a tu premura,
inédita muchacha redimida,
con cencerros sonoros de aventura
y en cada puño un cúmulo de vida,
si para este asombro abracadabra
viene a lograrse, viva, la palabra?
Cielo estrellado, límite celeste,
amojona tus cuatro dimensiones;
sólo que en una, señalando el este,
oyes crecer un mundo de acordeones,
entre espuma de sol, peces de cobre
y una actitud elástica y salobre .
Aquí tu corazón señala el hito
en acerada esfinge, como daga,
y halla un pozo de espera para el grito
(¿será acaso de heridas una llaga?)
de donde parten, altos, fraternales
brazos del delta de las diagonales.
Y son ríos de amor y de trabajo
que van nutriendo, tierra, tus raíces
de humanidad crecida desde abajo,
donde siempre seremos aprendices
con temor de que el tiempo nos estaque
cierto día que guarda el almanaque.
Oh, labrador de la ciudad, pregona
tu meridiana chacra oficinesca
y tú, pastora, trueca la fregona
por una esquila matinal y fresca,
donde el amor los una en el idioma
y el ámbito del niño y la paloma.
¿Qué piel es ésta que arrugada y triste
cubre tu cuerpo sólido y vigente
y de calladas lágrimas te viste
sin revelar su mueca penitente,
suma total del miedo y la osadía
de la sangre que llora la alegría?
Cómo duele, ciudad, tu primitivo
ataúd de agramasa para el hombre,
sin un metro de tierra posesivo
ni una cruz de madera con el nombre;
sin acostar el sueño indestinado
donde pacen la luna y el ganado
Cómo decir tu alma cadenciosa,
figurativo nudo de canciones,
compañera del aire y de la rosa,
con serenatas de los bandoneones.
A veces y a lo lejos la guitarra
muele un dúo de grillo y de cigarra.
Puedo decir tu calle, tu vereda,
tu pájaro vital, tu muchedumbre
y tu rostro metálico que rueda
entre días de óxido y de herrumbre,
sin hallar en el cruce de ladrillo
un aroma de lino y de tomillo.
Puedo decir tu ronda, tu cometa,
tu buenamor y tu mejor amigo,
tu invisible presencia de poeta,
tu escondido carteo con el trigo
y la esperanza limpia, verdadera,
de reencontrarte húmeda y granjera.
Y has de poblarte un día de brocales
de labriegos añejos, de chinitas,
y de jornadas pacíficas, rurales,
y de nocturnas y endechadas citas.
Recién nacida, tierra ciudadana
para el canto del hombre y la roldana.
(�Noticia de Amerindia�)
EL ADOLESCENTE
Oh arcángel de luz, tibio retoño,
vara de roble o canto de sirena,
energía de amor, tu flauta suena
en el bajío opaco del otoño.
Y tu espiral de sangre, la atadura
leve del alma, perfección de altura
EL AMIGO
Y vi en la senda un trébol deshojado
y una flauta de misto en la arboleda.
Lengua de hojaldre, el corazón. Reseda,
la memoria del viento en el costado.
Y en el tropel del agua, desterrado
camalote, la angustia. Y la moneda
del sol gozante, solitaria rueda.
Y la paloma en el solar sagrado.
Y vi una piedra, un pez, una dulzura
de panal inundado, algún oficio
celeste en la pasión raigal y pura.
Y me quedé en su luz, plural abrigo,
porque no era la pena ni el cilicio,
sino el amor cordial, el buen amigo.
EL CANDADO
Memoria soy del polvo donde vivo:
llave solar el pan del mediodía;
la infancia, fabularia hechicería;
la adolescencia, cruento donativo.
Navegante es la sangre, delta activo;
la soledad, urdimbre de alegría;
otra voz cantará su letanía;
viene de atrás la suma y el motivo.
Vital, el árbol danza por la rama
con el pudor desnudo donde el grillo
y la araña se aman en la trama.
Quema de siempre, clavo del pecado;
todo cabe en el pozo del anillo:
sólo la muerte le pondrá candado.
EL ESCARABAJO
Bajo la sombra gris de los gorriones
cuya indulgencia grava el mediodía,
soy el escarabajo en el espejo
maduro de la tierra. Piel distante
nunca deshabitada, guardo voces
de esa escondida gruta de milagros
donde fui piedra, yuyo y caladura,
de mi ración de vida el heredero.
Oh identidad, sagacidad del tiempo
que abre la puerta a lo desconocido
y voluntaria olvida sucia llave.
No me señalo ni me nombro: digo
el ángel del espacio, reconozco
su límite cercano. Lo presiento.
EL HIPPIE
Esta señal: la aguja disparada
al centro del poliedro desolado;
ese pozo de tregua, largo vado;
la vía trueno; ciénaga habitada.
Él es el trompo giratorio —nada,
víspera y todo el gesto del tinglado�,
y la carne y el hueso, religado
a la arena del ángel y la espada.
Muerde el gozo con saña, lo mastica,
el acíbar perfora su garganta
y está solo y veraz, y no claudica.
Quiere romper la piel, musgosa anilla,
y en la cabriola donde baila y canta
ceniza es la anémica semilla.
EL PERDÓN
Pozo de caridad, blando regazo
donde se desmenuza la tormenta,
ese ácido polvo que impacienta
el enojo, salvaje alfilerazo.
Fleco de sol, ceñido por el lazo
de la cegante sombra virulenta,
lucha y persiste y desolado intenta
dar noble claridad con el abrazo.
Cenit de la prudencia, rasgo vivo
del corazón liviano y numeroso,
cálida llama de atanor votivo.
Suma de la pureza, donde gira
el trompo del amor si generoso,
el perdón es verg�enza de la ira.
(Inédito)
EL VIENTO
Cómo volaba el viento la llanura
más vegetal que el árbol; más hermoso
que un potro adolescente o el reposo
de una virgen calandria en la lisura.
Qué habitante de agua y armadura
era el molino, girasol gozoso,
cuando arreciaba el aire y victorioso
daba a la tierra la pasión madura.
Payador del oeste, cantarino
guitarrero del tiempo de la fiesta,
el corazón del grillo en el camino
adormilaba el sueño de la siesta,
mientras el viento, ramazón y trino,
iba alegre y perdido hacia la cuesta.
(De �Teoría del país cereal�)
ELEGÍA POR LOS SOLDADOS MUERTOS EN
LAS MALVINAS
Quedaron nuestros muertos
anclados en la tierra de las Islas,
entre el oleaje calmo de la turba
y las volantes nubes de ceniza.
Oh esos cuerpos creyentes, enjaulados,
vacíos de caricias,
con sus cascos hundidos en la gloria,
con sus rosarios en las manos frías.
Duermen a sol y luna, silenciosos,
como humildes y pródigas semillas
en una huerta oscura,
entre alambrados grillos y desdichas.
Crujen los huesos, sórdidos, feroces
en los profundos temporales, trizan
esqueletos de vidrio, calcinados,
deshojadas esquirlas.
Sufren las soledades del estruendo,
se deslumbran de sombra las pupilas,
desgastan las luciérnagas
una canción heroica en la vendimia.
Qué miel la de la sangre sin abejas,
qué vino sin la viña,
qué sal sin caudalosos lagrimales,
qué pan sin la aventura de la espiga.
Pesa el tiempo en las botas,
en el fusil, el pecho y la neblina,
en el lodo pegado a los recelos,
en la ración letal de la vigilia.
Sólo hay un pozo paternal cavado,
como una cama limpia
donde acostar el sueño de los fieles
paladines que riega la llovizna.
Icemos nuestro luto compatriota,
celeste y blanco otoño que repica
a duelo porque estamos
llorando nuestro muertos, Patria viva.
ELOGIO DE LA MANO
Despuntada del cáliz —una rosa-
cinco ángeles giran en el viento,
cinco espadas lacean el aliento
sustantivo del aire. Milagrosa,
ata ramos de miel a la nudosa
periferia del claro nacimiento;
envela un delta rojo, el ungimiento,
tregua y laurel, la palma victoriosa.
Sostenida de luz, imprecativa,
mitológica, diestra arquitectura,
más liberada cuanto más cautiva,
deja el tiempo, la edad, la singladura,
polvo final y cal y siempreviva:
en la raíz está la ligadura.
ELOGIO DEL PAN
Puro del fuego atávico del horno,
crujiente de sabrosa tostadura,
el tenso corazón de levadura
agrieta la corteza con su torno.
Descartado del rústico retorno
a la espiga primaria, a la madura
templanza de los soles, conjetura
una muerte cereal en su contorno.
Crece en la mano dadivosa, liga
los espiritus nobles, resplandece
en la hostia sagrada de la miga.
Cumplido su destino, ya no pesa
en el ritual. No obstante, permanece
en átomos de luz sobre la mesa.
FINAL
Me dejará la copla castigada,
cierto día en el límite del sueño
y aún en las manos guardaré el diseño
de su corola azul y deshojada.
Y me hallaré al final de la jornada
reconocido, cierto y lugareño:
junto al calor del crepitante leño
o en mi canción, estrella infatigada.
Y seguirá la copla, perseguida,
entre humedad de muros y de vida,
sangre de espira y soledad de roca.
Y acaso vuelva con rendido aroma,
crucificada al norte del idioma,
para quebrar raíces en la boca.
(De �Los días fraternales�)
LA BRASA
Roja y ardida, trágica y menuda,
diabólica y sutil, trama del fuego,
libra la llama y en alegre juego
enardece la sombra y la desnuda.
Luego, el duende el aire recupera
una tibia ceniza donde ardiera.
(De �Odas mínimas�)
LA CRUCIFIXIÓN
Con los primeros ramos del olivo
vela el madero, amante consumado.
Y un abejón umbrío, desplegado,
zumba en la zarza, cauto y disuasivo.
Y ese lazo de espinas al cautivo
�en círculo de esencia coronado�
si descubre su huerto lacerado,
nos enseña la muerte donde es vivo.
Dolorida la imagen, certidumbre
de caótica angustia y sacrificio,
es solitario entre la muchedumbre,
el pie desnudo por la ciudadela:
el casto Salvador sabe el oficio
y en su mano la lágrima nivela.
(De �El árbol y el átomo�)
LA GUERRILLERA
Mi general: Me vengo de la guerra
con un sablazo en medio de la frente.
No me duele la herida, ciertamente
la más dura pelea no me aterra.
Un pájaro de luz mi pecho encierra,
oigo su canto azul heroicamente.
Me apasiono y proclamo con mi gente:
quiero ser ese polvo de esta tierra.
Quiero ser el fogón, la confidencia,
la clarinada hostil; esa preclara
obstinación del entusiasmo, ciencia
para la lucha. Quiero ser la vara
�yo, Victoria Romero�, la tacuara
Enardecida de la resistencia.
LA PALA
Digo ahora el destino de la pala:
cavo su nombre rústico y agrario,
su devenir del tiempo originario
si en el cabo gastado lo propala.
Duro golpe en la tierra le señala,
verticalmente, el gris itinerario;
pero crece en altura su lunario
porque es razón y florecer del tala.
Así es la pala imagen de la vida:
no ha de temer el hombre su caída
se cumple en ella el encendido anhelo.
Porque labrando el suelo de su mundo
verá intacta nacer de lo profundo
una señora vocación de cielo.
MEMORIA DEL CHACHO
(Fragmento)
EL CAUDILLO
Miliciano del pueblo, ciñe el cinto
de primorosa suela, donde envaina
terco puñal de plata que no amaina
su fiereza latente en el recinto.
Es opuesto y festivo. Bien distinto
cuando agresivo el gesto desenvaina:
la mirada severa, es ojizaina;
se cautela la sangre en el instinto.
En el hombro, doblando el puyo macho;
rugoso el rostro como de alfarero
�la nostalgia le viene de muchacho�;
la barba cana, el pelo rubio acero,
y un pañuelo carmín, de serenero,
cubriéndole la frente. Digo, el Chacho.
NOSOTROS, LOS POETAS
Nosotros los poetas, que comemos
el pan en soledad y estamos solos,
sin tomar el poder o descuidando
los ritos y los modos;
fabulando del día de los pueblos
en las actas de vanos testimonios,
con los mapas clavados
en las entrañas; como austeros topos
sumidos en patéticos desvelos,
en ateridos pozos,
ardidos de la pulpa, posesivos
en zonas de pavor y cloroformo;
izando la esperanza
de la rosa en su vástago de oro,
no pesando la espina ni la miel
entre la muchedumbre de abejorros;
payadores de balde por la ociosa
decadencia del voto,
astillando guitarras de silencio
o invadidos de místicos coloquios;
inalámbricos, hartos caminantes,
a la plácida sombra del retoño,
pastores de sayal,
labradores de pájaro en el hombro;
perdidos por extraños laberintos,
en engranajes duros y pringosos,
condenados a ver en las imágenes
las máscaras del otro;
relojeros de inútiles cuadrantes,
adustos y furtivos futurólogos:
La vida es una breve
despedida (pensamos), casi un soplo:
inventaristas, fantasmales, crueles
o ingenuos, así somos
nosotros, los poetas que comemos
el pan en soledad. Y estamos solos.
ODA A LA DESESPERANZA
Mis huesos se amontonan, demudados
entre los remolinos de la angustia,
un puñado de alumbre
o de corales en las aguas sucias
de ajados arrecifes. Orbitales
noticiarios anuncian
prolijos cataclismos, maremotos
de la memoria, imperdonadas culpas.
Desierto, el corazón
su devastada y bella muerte turba
en el vacío natural y simple
de los oasis. Vienen �de qué absurda
hoguera �los jibosos legionarios
cruzando la penumbra,
oh los espantapájaros del miedo,
los deshielos utópicos, las mudas
costillas del coraje. Carrillones
taladran la derrota, nunca, nunca
entre laureles y odas,
en los azules camposantos. Última
raíz del hombre, cerco de mi boca,
de mis caries profundas,
por mi tráquea navega el heroísmo
como un corcho en la nieve de la luna.
Me deshilacho el sueño
terco y bagual, la enredadera dura,
el pie descalzo, el torso iluminado,
las rodillas, las manos: me apretujan.
A dónde voy, caníbal de mi sombra,
incierta catapulta,
limador del silencio, anegadizo
pozo de tedio, inusitada fuga,
si soy el anticuario de la especie,
un eccehomo entre aceitadas frutas
o un Einstein sin teorías,
casi un Beethoven sin oír la música.
ODA A LA PAMPA
Dormida en el camastro de la tierra,
una tibia muchacha
en el herbario arisco de los pastos
o en la lisura azul de la calandria,
cerca de los trigales lujuriosos
y las profundas, místicas campanas
que desvelan los vientos
y la tonada fresca de las aguas,
más honda que los surcos y los pozos
en la tristura ardiente de la pala
o en el letargo orondo de los árboles
de fraternales ramas,
pero, a veces, midiendo la planicie,
palmo de alambre, paredón de estacas,
yeguas y potros solos,
nostálgicos reseros, piel de raza,
con la ganadería y los molinos
y las duras palabras,
antigua de fogones y murciélagos,
abismal y serena en las guitarras,
cósmica y hechicera,
surera astrología de los mapas
que nadie dibujó sobre su ombligo
ni en su latente condición agraria,
y otras, paseando los silencios fieles
cuando la madrugada,
sigilosa, desprende del rocío
el cardumen del sol y en la fogata
inicial de la aurora atiza el hombre
de su fervor la renovada brasa,
cierto de su destino,
de los floridos cardos y las garzas,
filial en su horizonte, claro espejo
curvo como el agobio de la espalda,
más raigal y sencilla que la cepa,
ilusa, está la pampa.
(De �Guitarra sola�)
PÉRDIDA DEL DÍA
Este día gozoso y no gozado
-duele llegar vacío al mediodía-
quiere morir y renacer en día
y ser el gozo nuevo inaugurado.
Quiere nombrar el signo ya nombrado
y girar en el tiempo, hechicería
de paloma y laurel. Su lejanía
está cercana porque está librado.
Día, al cabo, naciente y renacido
como un grito de polen en la mano
desde hondas raíces; elegido
para comer el pan con el hermano,
beber el vino a medias y tendido
en el césped dejarse estar en vano.
SONETO PARA AMOR
Si he de vivir, Amor, a tu reparo
no me niegues el báculo y la llama:
en ámbito de pájaro o de rama
ha de guardarte el corazón avaro.
Déjame verte permanente faro
y elemental y cálida proclama;
toda lágrima diga que te ama,
en este cielo terrenal y claro.
Quédate en mí y vela mi locura
de ser bueno entre látigo y espina,
lacerado de sueño y de ternura.
Hasta llegar al día liberado
-en un tiempo de lluvia y de neblina-
en tus leños, Amor, crucificado.
(De “Distrito tuyo”)
TAUMATURGIA
Imaginero noble de la infancia,
desdobla el mapa y muéstrame ese mundo:
dame a encender la estrella del milagro
y déjame en su linde, prematuro.
¿Dónde el caballo de madera, dónde
los soldados de plomo y el desnudo
cometa remontado en el baldío,
entre rosas y pájaros y sustos?
¿Dónde el espacio verde, laberinto
de la ronda bailonga de los cucos
y el estanque de agua marinera,
ribera de aventuras y de estudios?
¿Dónde mi niño, duende prodigioso,
ciclo del ángel, bullicioso fruto,
sabio de amor, de llanto y de alegría
en ese tiempo musical y suyo?
Cierra el mapa: mi infancia no regresa.
Eres inhábil, viejo taumaturgo.
TEORÍA DE LA PALABRA
Este lenguaje urdido
desde el dentro de lo desconocido,
buscando en sus ardides
el ocio de las vides,
la sosegada plenitud del pino
y el sesgo del camino.
Me representa cierto,
cerrado anillo o eslabón abierto,
como la tenue llama
que se desnuda y clama
en su propia ceniza, donde insiste
el corazón más triste.
Yo me descuento o sumo,
evanescente luz en que consumo
mi inútil desamparo,
el triángulo o el aro
de iconoclastas días sin premura,
la cal de la aventura.
Luce como retama
con natural aroma, con su trama
y ya voy comprendiendo
cómo estoy escribiendo
el libro natural de mi existencia
por su sola presencia.
Exacta diletancia
que acerca o invalida la distancia
para alcanzar en pleno,
como el eco en su seno,
en esa dimensión de lo mutable,
aquello perdurable.
VERSIONES DEL REGRESO
Traían las muchachas un señuelo
de ramas verdes, moños y manzanas.
Iban las cestas, prietas y livianas,
entre palomas de azorado vuelo.
A la orilla del límpido riachuelo
tenía el agua voces de campanas
y la bebían, cándidas y ufanas.
Un clavo de oro desangraba el cielo.
Grillos del campo, viejos tañedores,
celebraban en salmos labradores
su regreso. Y la tarde las poblaba.
Y, enardecido, el viento del sendero,
conjugado de trébol y jilguero,
con un látigo azul las castigaba.