NICOTRA, ALEJANDRO
EL VIEJO POETA

Allá al fondo,
como una madre o una muerte,
la montaña nevada;
y a su lado,
las hojas nuevas de los árboles, labios
de balbuceo y aleluya….
Sube,
hablando a solas,
despidiéndose.

BAR OTOÑO

En medio del humo
y la confusión de las voces y las luces
cae una hoja
apenas
una hoja
de árboles distantes
y leo, una vez más
la escritura del amor

como en las manos o en los ojos
ofrecidos, sonrientes
en una hoja
de relámpagos ocres
que brilla y que se extingue
con su verdad, sus días
sobre la noche
ciega
de la ciudad.

CAEN LAS NARANJAS AMARGAS

Caen las naranjas amargas
de estas calles.

Algunas ruedan
hasta el borde del ojo
distraído;
pequeños soles,
otras estallan en una muerte
súbita.

Y
el delgado viento del sur
pasa sobre las calles amarillas,
desierto
de pájaros, como quien viene
desde días futuros o desde hielos.

CANCIÓN

Podré reír o llorar o amar o combatir:
detrás de la risa, el llanto, el fuego,
habrá unos ojos matinales, serios,
y unas hojas de álamos en el cielo.

También
detrás de mis palabras
estarán esas hojas y esos ojos.

Y en mis palabras.

Ojos con que me mirará la muerte;
hojas vivas de Dios
en octubres y marzos y noviembres.

CIELO

Detrás de las torres y el humo
hay una hora de ángeles extendidos
pero ya no sabemos qué anuncian.

Poblado de perfiles sin destino aparente
el cielo es, entonces, igual a tu ausencia
y si un ala o un brazo o una cabeza se apagan
volvemos a las calles, damos la espalda
-incrédulos de milagros-
a la fiesta y las máscaras de la noche.

CIERRA UN CÍRCULO

Nubes negras, rayo de la locura.

Desde todas las calles,
enredándose en cóleras
y crucifixiones,
huye el viento.

La hoja seca estampada sobre el vidrio
abre su boca muda,
grita.

Y ya no están las figuras del polvo.

Entonces, alguien lo sabe:
la noche cae en lluvia o en palabras
sobre las sordas ruinas,
cierra un círculo.

CIUDAD

Enredado en la trama de las calles
zumba el corazón su agonía.

(¿Y ésta será tu muerte?)

Hay una plaza: frondas.
Y una fuente en el centro de la plaza.

¿Qué dice el agua cuando sube
y cae
sobre el agua? ¿Una hoja
a otra hoja?
Hay una conversación interrumpida.

(¿Y has de morir de nada,
de silencio?)

COMO EL POEMA

Se apagan tus vestidos,
igual que cielos o frondas
de soles derrumbados,
y en medio del cuarto o del otoño
sólo hay tu cuerpo, el futuro
único de realidad,
como el poema:
lo digo con las manos,
y late
cada día vivido, la piel
y el fondo
del calor, de la nieve,
sin memoria,
sin sucesión, reunidos
como en la muerte,
en súbita
plenitud, o relámpago.

COMO UN ÁNGEL QUE VINIERA DEL SUR

Como un ángel que viniera del sur,
filoso de basaltos y de hielos,
llegas desde días sin nombre.

Abro los brazos como un árbol
pero no hay otro pájaro que se pose:
sólo tu cuerpo de agonía.

Quema su fuego frío.
(¿Quién recuerda las gargantas del álamo
y el tordo azul?)

No veo nada sino tu luz a ciegas,
no escucho sino tu largo grito
silencioso.

CON ÉL

Para otros,
los arabescos de la
imaginación o de
la lógica:
nuevamente,
el palacio de Góngora,
el patio con la luna
y su rayuela,
la mariposa
-inmóvil-
en las salas de hielo.

Para nosotros,
la roja flor y de ceniza
sobre la mesa de don Antonio Machado.

CONVERSACIÓN DE ADULTOS

En nuestras conversaciones,
sin querer, ella es el tema.
O es nuestra secreta dialogante;
hablemos de lo que hablemos,
acercamos los labios a su oído:
hablamos para ella,
nuestra muerte.

DE SELVAS O CENIZAS

En la noche ávida de las ciudades
acechamos a la hembra
de mirada feroz:
la que vaga entre las ruinas de un tiempo
que ella y nosotros compartimos
como un sueño o una creencia errónea.

Ahora con odio y con amor nos buscamos,
ella y nosotros,
más allá de la nostalgia y el deseo,
urgidos por un ansia,
última,
de selvas o cenizas.

DE UNA PALABRA A OTRA

De una palabra
a otra, nos movemos:
hay,
en la página, una
luz indirecta —y nuestras sombras:
vago
teatro,
sobre ruinas.

DETRÁS DE LA GUITARRA

Con la sien recostada en la madera,
casi dormida, sólo sombra o sueño,
y las manos vagando en el cordaje,
con el pecho curvado sobre el otro
pecho de ausencia, de mujer lejana,
con la sien, con las manos melancólicas,
¿qué supimos de él, cuando trenzaba
solitario entre amigos y jazmines
su diálogo de música y silencio?
Pensábamos: el canto, y no era el canto,
la guitarra, y no era la guitarra.
¿Qué supimos de él? Mientras crecía
su muerte a solas, su soñar a solas,
y la noche borraba, sin quererlo
su desierto perfil de adolescente,
¿qué supimos de él? Y estaba en medio
de nosotros: oculto por el canto
llamándonos, detrás de la guitarra.

EL FUEGO

Los enmascarados de la noche,
los merodeadores de palabras raídas
y corazón filoso,
sitiarán nuestra casa.

Pero nosotros resistiremos junto al fuego.

Desnuda tú, desde los pies a la cabeza,
como la rosa que no he sabido amar
hasta hoy;
y yo vestido
por las llamas que brotan sobre la piedra
negra.

Hasta el alba y el círculo
de ceniza.

EL NIÑO QUE ESCRIBÍA DE NOCHE

El niño que escribía de noche,
hurtando luz,
no ha muerto.

Ahora consciente de la infamia,
vuelve, sin embargo, como un otoño,
y reitera su crimen.

Sabe, en el resplandor solitario,
que toda página es una almohada que grita,
y que la noche observa
por todos los vidrios.

EL PAN DE LAS ABEJAS

El pan de las abejas, la miel de todos.
Sopla el tiempo
sobre la galería de tu casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema.

(�El agua con racimos y la luz con abejas�).
Patio sin parras. Seco aljibe.

Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.

He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los panales.

He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
gota a gota,
los pequeños
cadáveres.

He visto al sapo gordo
saciado de saqueo.

Sopla el tiempo
desde la fresca sombra de las parras,
los cántaros, las flores. (El temblor
y la luz de las abejas.) Oigo
tu voz.

Un niño pasa con un plato de miel.

He visto las colmenas devastadas,
el humo por el aire de marzo.

Y he visto,
entre las ruinas y la sombra,
el pan hecho de sol;
quiero decir
-lo sabes-: vi tu muerte
y tu vida. (La galería rota
de tu casa, las páginas
doradas). Y mi vida
y mi muerte,
seguramente iguales.

Un hombre pasa con un plato de miel.

El pan de las abejas,
la miel de todos.

EL POEMA

Aún las manos con gotas
de amaneceres y tinta,
me he sentado a la vera del cadáver.

Asesinato por piedad (u odio).

¿Quién hubiera querido
a este cuerpo de palabras conformes,
ignorante de su ayer?
Aunque mueva los labios,
está muerto:
Habla a los muertos.

Yo no lo quiero oír
y salgo al aire de la noche sin nadie,
a las desiertas horas.

EN LAS PALABRAS

Las paredes
de luna tibia en las noches,
de leche fresca en las mañanas,
el umbral de ladrillos gastados por los muertos,
la galería abierta en una estrofa verde,
puntuada con abejas,
las habitaciones oscuras, rezumantes como cántaros,
la mesa de algarrobo, casi un árbol,
y su lámpara igual a una paloma-
no estoy allí,
quizá nunca volveré a estar allí,
y sin embargo,

allí estoy:

en el poema.

(Abre la puerta de la noche y sal a caminar
por la página,
a otro sol, tan de verdad como el dormido:
hay estrofas que se acercan igual que las montañas,
hay versos sombreados de árboles,
al pie de una palabra nace el agua viva,
y en la cima de otra, sólo temblor y cielo,
canta de nuevo el pájaro de tu juventud:
abre el tiempo
y entra en la felicidad.)

No:
perdónenme si vengo
de una casa hecha a mano,
vivida con las mbre la sal, sobre los pájaros,
mi mano otrasanos,
y pongo
mi mano sobre el barro, sobre el fuego,
sobre el pan, so
también sobre manos,
para volver,
porque no estoy allí,
y tal vez nunca volveré a estar allí
aunque mis dedos
acaricien su piel de cal, de luna
dormida,
en las palabras.

EN MEDIO DE LAS RUINAS

En medio de las ruinas
te hallo como a una estatua.

O un árbol, o una fuente.

Porque no eres piedra para los siglos.

El viento mueve tu falda y tus cabellos,
la luz retoca sin cesar tu sonrisa.

Eres tu cuerpo en la mañana.

(A tus pies la muerte ha sembrado un jardín
de destrucciones, de memorias, de noches;

tú naces del deseo,
entre una ola y otra ola del aire.)

Un árbol. O una fuente.

Y la plaza un desierto
que cruzo hacia la sombra y el agua.

Juntos nosotros,
el día y la ciudad giran como dos pájaros.

EN UNO Y OTRO DIA

Y ahí, el panorama de la gran ciudad,
donde caminan los perdidos, nosotros,
los que creyeron que hallarían
casa, oficio, nombre.

Ahora,
¿en dónde te pondremos, antigua imagen,
pasión de nuestras vidas inútiles,
hermosa y sucia como un vicio?

Resistirás,
sin embargo.

Alimentada de muerte
en uno y otro día,
aunque quisiéramos,
ninguno te podrá abandonar.

ENTONCES

Cuando ellos abran estas puertas,
¿qué encontrarán, amigos?

¿Unas palabras cultivadas en la soledad,
donde se ha secado la rosa?

¿Una fórmula mágica y un espejo
para el rostro enmascarado de la nada?

¿La traducción neblinosa de un poema
estricto como la luna?

¿El humo de los disparos en la plaza
y la flor sobre la sangre desierta?

¿La última noche, sólo a medias escrita,
y atravesada por la rúbrica furiosa
del suicidio?

ESCRITO UNA MAÑANA

Caminas en las hojas, bajo la luz entrelazada.
Córdoba
es, como otras veces, una campana de cielo
de pájaros. Aquí
creíste sentir que un dios te hablaba, por figuras:
voz de un disco de aire y sol y piedra. Aquí,
conversas con el silencio,
con la muerte que crece.

ESPEJOS

Creía que miraba
en los ojos purísimos, abiertos
al instantáneo mundo
(los del agua, sabes), una hojas,
un cielo, una sombra (sin metáfora) de pájaros.
Tal vez fuera de verdad. Pero veía
tu rostro.

ESTACIÓN

¿Ya son, los árboles, invernales?
Palomas y montañas
atraviesan el río de las copas.

(En las aceras,
hay cierta claridad
parecida a tu cuerpo.)

Piedra y aire, de soles
y de nieves.
La distancia es un eco.

Aquí la muerte
me tocará los ojos
con dedos de otros días.

Confundiré su hueso con la luz.

Y sólo de su mano,
crédulo de ceguera,
cambiaré este sueño.

FIGURA

Confusa la cabeza
entre una fuga de árboles
aún deslumbran
desde la tela interrumpida
los hombros curvados por la luz de marzo
y uno y otro seno
como dos soles flotando sobre el mediodía.

GRITA SUS TORRES LA CIUDAD

Grita sus torres la ciudad,
no para mi.
Yo muero a solas en un bar,
muero y resucito:
rodeo de palabras el silencio,
establezco un espacio
donde caben tus ojos y mi muerte.

Allí nos esperamos.
A orillas del silencio y las palabras,
entre los gritos ásperos de la ciudad,
mi vida se confirma y se deshace
en un cuerpo de humo.

HOMBROS CON PÁJARO

Hombros matinales de mujer, dibujados
para un pie de pájaro:
aletea mi mano sobre ellos
y,
cuando se posa,
caen
(como hojas inútiles, como sombras)
restos de soledad, vestidos arrugados
por el amor y la muerte.

IMAGEN

Alguien
de pies descalzos sobre el amor y la muerte

Alguien que se pierde en los espejos
y abre las puertas cegadas en los años

La voz que aguarda tu oído
los ojos dispersos por la noche y las ciudades

La recordada la desconocida
la mano siempre más allá de su adiós

Alguien por una calle
donde los árboles fuesen invernales

A orillas del fuego
a orillas de tu corazón que no duerme

Ya sin nombre
como un ángel tras la visión de la locura

O la última soledad o la esperanza.

LA CASA

Reconoció el umbral
de sol.

Y la frase familiar de las abejas.

Y los pájaros que vienen desde lejos
a ver qué pasa
en los nidos de la mujer y el hombre.

Y la flor,
el anillo
frágil
de cada día.

Allí estaban,
ofrendas de un comienzo y no un final:
ante las puertas
-altas como dos ángeles-
de par en par abiertas
para él.

LA MAÑANA

Abrió la puerta
y encontró la mañana:
desde el umbral,
las calles con noviembre en los árboles
-iguales a si mismas, y sin embargo, nuevas-,
y la promesa de una casa, entre otras casas:
la muchacha florecida en su patio.

Sintió un brazo de sol sobre los hombros
cuando se fue, casi un niño, silbando
por las felices, despeinadas avenidas.

Y la mañana se alejó con él.

LA MORERA

Entre estas sílabas asoma
sus hojas nuevas.

(El árbol,
en un rincón del patio,
seguro de sí mismo con el sol,
con los pájaros y, ahora,
con el verdor de un tiempo que se inicia;
ahora, cuando abro
una puerta en la página o sólo una
ventana que dé al clima
de la brisa y el calor.)

Hojas que son palabras
de la tierra, versos de noches
y de lluvias,
poema de la nieve a las cigarras, mientras
uno muere en un cuarto o en las calles
de otra sucesión.

LA VIDA MARGINAL

Mientras escribes,
en el costado de la hoja, en ese espacio
prohibido, allí donde no escribes,
parpadean, se apagan, resplandecen
las palabras hermosas: un insólito
arco iris vedado.

No importa: sigue con tu río turbio.

¿No es suficiente que puedas atisbar
puertos multicolores, muelles más fugaces
que los espejos de tu río?

No.

¿Por qué han de ser esos pañuelos en el aire
siempre un adiós de manos ignoradas?
¿Para cuándo la sonrisa y el relámpago
del arribo, del abrazo y el beso?

Así estás y no estás. Eres y no eres.

Porque esas luces son señales, guiños
para quien, dentro de ti, las reconoce.

LAS NUBES

Van muy altas las nubes
-sólo
para los ojos y los dedos del sol.

Sobre el humo
y las plazas que balbucean árboles,
o el cuarto blanco y negro —de quién,
o las esquinas de ira fija
sin párpados.

Lejos,
sobre los baldíos del amanecer
y el cadáver de turno.

Van muy altas,
con su arco iris y sus liras,
y nadie sabe ya por qué
ni cuándo ni cómo.

LAS RETAMAS

1

Día,
verdad de las retamas.

Cada planta
astro verde y dorado,
fuego que exhala olor, frescor,
amor de flor.

(Con la sombra a sus pies
igual a una mañana
arrodillada.)

2

Explosión
expoliada
por dedos extinguidos.

3

Nadie habrá visto,
a favor de un parpadeo del sol,
dos cuerpos, dos hogueras
condenadas a consumirse y renovarse sin tregua
en la penumbra del rocío y las flores caídas…

LÍMITES

El hombre
alza la mano a los racimos
y siente la trama de las hojas y los pájaros
como una viva red, cesta gustosa
de la vista, del tacto, del oído.

Entonces
su ser dice que sí, como los frutos,
a la gravitación de la dulzura:
es el olvido,
la caída del tiempo sobre el pasto,
un centro.

Desde el horizonte
(y no lo ignora) avanza
hacia él, otro límite, una línea
de fuego, de tormenta.

LOS AMANTES

Desde el fondo del sueño o de los días
(es lo mismo) regresan los amantes:
tú, no tienes nombre,
y yo, que bien puedo ser otro,
regresamos
por el fondo del sueño de una calle,
locuaces y sonrientes,
entre lluvias o pájaros o flores,
en un día que es todos los días y sus noches,
caminando
hacia un lugar más allá de esta página,
un lugar reflejado en los ojos,
tus ojos y los míos,
los de ellos:
los ojos de los amantes que pasan,
como lluvias o pájaros o flores,
por una calle que es todas las calles,
desde el fondo del sueño o de los días.

LUGAR DE REUNIÓN

El hombre que ahora escribe,
con mano que se cierne mortal,
escribe para los ojos de su muerte.

Busca un lugar de reunión.

Árboles desaparecidos y futuros,
las fuentes que no cesan, circulares,
tus ojos y su boca:
¿hay una plaza
sin nombre, a donde dan todos los
días?

Busca un lugar de reunión,
escribe para los ojos de su muerte.

MÁSCARAS

Alguien o algo quiere hablar
tras la máscara que nos mira desde los espejos
en la noche de la fiesta y el insomnio.

Yo escucho, escucho
pero sólo se oye
la música, las risas y los gritos

o el silencio de quien nos quiere hablar
y no tiene otros labios que los nuestros.

MIENTRAS HABLAS

Mientras hablas,
un árbol cabecea,
pasan hombres, mujeres, automóviles,
ensaya rostros una nube: mueve
los cabellos, las cejas que se asombran,
los labios que no hablan silenciosos,
-y es otra cara, que se está soñando-.
Mientras hablas,
a orillas de un café
tu cigarrillo inventa un ángel: sube,
se te enreda en el pelo, abre las alas
en el olvido o la memoria: nada,
tiempo en el tiempo, humo en el aire.
Mientras
hablas, y la mañana crece, y juegan chicos
en la plaza de enfrente y algún hombre
se olvida bajo el sol, te estoy oyendo
como quien bebe de una fuente eterna,
de un surtidor que en su caer se inicia
y aplaca toda sed: hace del polvo
de unos labios la piedra fresca y verde
alegre de existir.
Si, mientras hablas,
y la ciudad relampaguea, y sube
desde tu mano un ángel lacio, de humo…

MUERTE EN EL BAR

Cae una cortina o un párpado,
y la vidriera, con su trozo de plaza
-niños, verdor, metales-,
es, de súbito, noche. (Hay,
por un instante, un resplandor
final, violáceo: el del Jacarandá.)

Afuera, la mañana. Los otros.

MUJER DORMIDA O DUNAS

Apenas unas dunas
que sobrevuela un pájaro
de matorral a matorral
y un caballo contempla desde su blando límite

alrededor, el cielo. Las distancias.

Un sol sin sol, un viento oculto,
mueven su cálida respiración, apenas.

Uno sueña las fuentes.

Despertarlas con crines y con furias.
Cavar con cascos hasta el grito.

Sólo es posible
enredarse las alas en espinas
y morir.

OPINIÓN SOBRE POETAS

-�Creía en ellos,
con alguna vacilación, es cierto,
como se cree en quienes han hablado con Dios,
en sus montañas,
y cuentan el secreto;
pero un día
renegué de sus bocas
de pájaros mentirosos;
después, los vi morir
en una choza sucia,
ciegos y balbuceando palabras sin sentido.

Entonces volví a creer en ellos,
en su sabiduría rota,
ya sin ninguna sospecha de cordura�.

OTROS COMIENZOS

Nadie quiere
volver sobre las hojas extendidas
por el azar y el tiempo,
y si alguien ahora da su mano
a tu mano,
camina no hacia ayer
hacia mañana.

Es abril otra vez,
y la ciudad ofrece
sus bares irisados
para los labios fríos y los hombros con lluvia,
y una ventana para los regresos:
debes rehusar
y sin rumbo
por el agua caída
seguir,
porque hay una plaza
o una esquina
o una calle de árboles
callados,
donde un ángel te anuncia
otros comienzos.

PAISAJE

Las lomas verdes y, más lejos, las montañas
azules,
límites o mitos
del valle un poco pálido de polvo
hoy,
y nosotros, de verdad polvorientos
bajo el sol que nos mira,
sol sin párpados:
espacio, instante,
harapos de realidad, desierto
por donde cruza (sola sombra de agua)
como un deseo, la posibilidad.

PARA ENCONTRARTE

Detrás de tus palabras vive tu cuerpo,
una rosa de carne que aspiro y que deshojo
para encontrarte, pues detrás de tu cuerpo
te me ocultas.
Aunque tal vez no sea cierto,
y estés en tus palabras, y en la flor de tus gestos,
y en tu cuerpo que asciende su chorro de hermosura
y desciende en tu pelo, simplemente
en lo que amo
estés. Y sin embargo, sobre tu boca, ¿a quien
ávidamente, y como un ciego, busco
sino a ti?

PARA LA NOCHE O LOS PÁJAROS

A partir de estas palabras
se iniciará, supongo, un confuso resplandor
de párpados derrotados por un día y otro día
y otro,
la historia de unas manos que caen como hojas
sin más que el aire, sin otra flor
que la nada.

No hay sino lo previsible por delante,
una culpa que comparto, un umbral
desierto y más allá
las calles, pero quién en las calles
sino la muerte saludada por todos.

Sin embargo, como esa flor que brota
junto a los ojos de un muchacho caído,
un ala y un color
para los ojos muertos, quizá
regresen las mañanas con sus fuentes, sus hojas:
es posible.

No sé, uno no quiere morir,
quiere inventar el amor en cualquier sitio,
mirar los ojos inventados,
quiere sentir las eternidad de un relámpago,
la confesión, si existe, de la hierba,
antes que sea tarde uno quiere decir unas palabras
para la noche o los pájaros.

* Nació en Sampacho, provincia de Córdoba, en 1931.

PERO ELLOS, LA FLOR

Sí, fugaces
minutos
en un bar, en una plaza, en un hotel sin nombre,
y alrededor
las instituciones, las sustituciones, las ficciones,
el disco
que una vez y otra vez gira en la nada.

Pero ellos,
la flor:
los condenados a morir
también,
pero después de haber vivido,
ellos,
los del abrazo en los andenes
para las ruedas con que muerde el hierro
la rosa rápida
de dos.

PROVINCIA

Una a una, aquellas casas se acostaron;
sus pies de piedra se tendieron entre barro y raíces,
las puertas abrazaron, ya vencidas, la noche,
la cal buscó el reposo de la luna:
se acostaron, durmieron,
soñaron con los muertos de sus patios
(entre las últimas conversaciones,
hablaba una guitarra).

Definitivamente descansaron.
Y la tierra se cerró sobre sus techos.

PUERTA DEL ALBA

Vienes,
cuando en la noche estalla el alba:
se oye un rumor de estrofas en las montañas recientes,
los álamos tiemblan como versos,
hay pájaros que cruzan el azar o la dicha,
y detrás
de todo,
un resplandor anuncia
las primeras
palabras

RECORTE

La mujer, vestida
por el misterio de sí misma
en las puertas de la noche
confiada
en que su próximo entregarse
convocará todas las noches del hombre
sus largas piernas y su neto perfil
su cabello mejor que el aire
se recorta contra las luces de la ciudad
casi a orillas del tiempo o igual que sobre un puente
parece hecha para ser sólo en las palabras
que el hombre reunirá muchas noches después
de pronto, quizá sin quererlo
y quizá sin otro motivo
que el volver a nombrarla, un poco extrañado
y a amarla, sin duda
y a padecerla.

SUCESIÓN

Una guitarra sola, en un bar, en las noches,
tañida por los dedos de la memoria o el sueño

y las torres oscuras
con su francotirador y sus sirenas
de silencio

y el puente en que las albas reconocen
los anónimos hombros
del suicida

y la ciudad del día,
abierta por los ritos matinales,
donde la plaza es una boca
-palabras árboles, palabras pájaros-
que habla sólo para sí.

y los umbrales
echados como perros
soñolientos de sol y de costumbre

y la mano
que se desenlaza de mi mano
para volver a su tumba
o a su flor.

TEXTO

La sombra de los árboles
y el sol
en la gramilla: escritura,
texto del mediodía
que ha de leer sólo el silencio.

TEXTO

Otra será la cabellera volcada
sobre una calle de árboles escritos,
otra la boca en el borde de la piedra y el agua
de una fuente de plaza
circuída por la luz y la tinta.

(Aquí te cito, pero no sé ya quién llega;
por las calles que nombro corre una muchacha
fija en el tiempo: metáfora, fotografía
verbal.
¿Eres aún la que viene
a la fuente y los árboles del poema?)

Otras serán las palmas sin prisa bajo los días.
Y otros los ojos
en que volvamos -¿pero quiénes?-
a vivir.

ÚLTIMAS CALLES

Vienes,
sombreada de árboles y destino
y luminosa bajo el cielo instantáneo,
y pasas
hacia otras calles
donde,
figuras del olvido,
nos esperamos