PENELAS, CARLOS
A LA PALOMA DE UN POETA

En medio de la noche
entre anzuelos que suben de bocas alzadas
como un vestido negro
arrojado junto al lecho de un esposo inconsciente
la pollerita marina asediaba la silla del hotel.
Los vientos pescadores, los mástiles secretos,
-acaso como un galeote perdidosintieron
que tus muslos alimentaban mi sueño
disparando fragmentos de palabras.
Entonces, cruza la habitación en penumbra
llevando en su pico el asombro,
el laurel y las olas de la playa
un finísimo amanecer de febrero
anunciando culpas y un inexplicable abandono. Esto ocurrió en medio de la noche,
lejana Clodia,
mientras solitario fumaba mi pipa
entre corpiños blancos arrojados.

CARTA A MARÍA MANUELA

La amada te nombra en el lecho y agradece tu bondad. Gracias
a ti existo. Descubro tu presencia en la desventura, en la luz, en
el lugar secreto donde me cobijo. La amada desnuda mi cuerpo
y dice frases de amor desesperado. Y celebra en mi frente tu
mirada, los fuegos enterrados, la aventura de las constelaciones.
Venías de un reino de pastores, de súplicas abandonadas. Eras
solitaria y secreta. Desde el desgano te veo desafiante. De mi
padre heredé el escepticismo, cierta fatal melancolía. De vos,
madre, ternura y sortilegio. Las vulgaridades de la alabanza o
del poder no te tocan, no alcanzan la hondura de tu existencia.
Como Ariadna o Diotima la amada aborda mi canto y habla
de la resurrección de las almas, de los misterios sagrados.
�Orfeo —me dice— la desmesura te llevará al exilio. Serás el
príncipe desterrado�. Detenida queda la antigua voz en el
agua estrellada. Se renueva la infancia en el aire de los robles
orensanos, en el sueño órfico y marino. Mi corazón está hoy en
/esos prados.
Madre, camino los huertos de tu tierra. Busco los signos en
pórticos mientras recuerdo los cuentos de la niñez, tu canto en
la mañana mientras ordenabas el hogar. En una caracola me
enseñaste el oscuro murmullo del mar. Mi amada dice que tú
me has hecho poeta con la plegaria de los antepasados.
Siento que tu abrazo serenaba mi alma. Madre, soy el mismo
hijo rodeado de misterio, el hijo que ahora busca la piedad en el
recuerdo y la congoja.

CRÓNICA FAMILIAR

1.
Pienso en un hombre encarcelado.
En un hombre condenado por robar el trigo
de los hombres que no se inclinaron nunca
sobre la tierra de las secretas leyes.
Pienso que a sus hijos la pobreza los asistió
con el perverso jornal y la superstición del párroco.
En esos montes de voces profanadas
mi padre fue pastor.
2.
En las bodegas últimas reconoció su tiempo.
Con bultos y privaciones de benignas manos
tan sagradas y amargas,
conoció otras estrellas, otro coraje rústico.
La pasión hizo que leyera La Antorcha.
Y la furtiva leyenda
de nombres aborrecidos por la Historia.
3.
Pienso en el teatro de imágenes que hizo
con mi hermana.
En la mirada eterna de mi madre
con la belleza y la resignación de la mujer
que calla en la piedad del mundo.
En la escondida luz, en los primeros cuentos.
Supe de páginas eternas, de la moral.
De la mezquindad que olvida o se repite.
Hoy llevo a mis hijos a una plaza.
Unas mujeres con pañuelos blancos caminan en silencio.

ENSUEÑO

Ensueño. No vigilia. Ensueño.
Voz cercana, protectora.
Imagen de la imagen.
Cálida, fulgurante.
No apariencia. Cabellera
y susurro en la noche.
Distraída, sutil, evocadora.

IMAGEN

Sobre el patio sueña lenta la tarde.
El otoño oculta en el viento lo temporal
del álamo, del beso.
Suavemente el silencio se ciñe
en el azul del vidrio. Detrás del agua
ha cesado la imagen de su rostro.

LA COMPAÑERA

En la región más nómade del alma,
deletreando entre sueños antiguas cartas de amor
atraídas por ardientes lugares,
desde el asombro de su cabellera en el río
deslizándose al borde de los sauces,
más allá siempre de las garzas,
purificada por helechos y plumas,
con la magia de sus párpados errantes
ligeramente húmedos por la ternura, con un lunar en medio de los labios,
con el torbellino de la emoción y el deseo,
yo estaba, hecho de soledad y de inconstancia,
obstinado por la aventura del mar y de los trenes,
hablando con los mitos,
con los ojos celestes de los desenterrados,
desde la incertidumbre y la desesperanza.
Pero llegaste con el fruto de los nísperos,
con dársenas y pueblos fraternales,
en el esplendor de los cuartos de las plantas humeantes,
atravesando muebles y espejismos
colgando ángeles dorados y cuadros de Hayez,
alimentada de sonrisas y cotidianos milagros,
con un vestido blanco y un pañuelo rojo,
deslumbradora,
rodeada de leyendas fantásticas.
(Te descubrí en el asombro de la insurrección,
con proclamas hermosas, centellantes.
En aquel mayo leímos: �Ecoute, camarade…�
Y nos llegaron nombres de Nanterre,
de la rue Soufflot, del Odeón.
Allí nos hablaron por vez primera
Cohn-Bendit y Rudi Dutschke.
Y tradujimos juntos:
De la justice dans la revolution et dans l�eglise.
Comenzamos el amor libertario,
el preciso lenguaje que está detrás del mundo.
Y nuestros cuerpos entre los arrecifes y las nubes.)
Yo caminaba atraído por el crecimiento
de las flores y el sueño de los pájaros.Era el que acechaba a mujeres altísimas
que bailan en la oscuridad de los andenes,
a las que circulan solitarias con un arpa
en los lagos prohibidos.
A las que son llamadas por la belleza del silencio
o por la copa de los árboles.
El clandestino amigo de los duendes.
Y tú elevándote con el vapor de la sopa
en la noche de invierno,
creando horizontes con la harina,
buscando canela en misteriosas alacenas,
describiendo la lluvia como Osualda Misson,
vestida de Maimonda, habitando a Darío,
tostándote junto a los caracoles
y los pájaros en Chiloé,
en Ypacaraí recogiendo piedras como talismanes,
con faldas violetas y blusas extrañísimas,
mostrando una hermosura lejana y ondulante.
Eras la que comía uvas por el camino de la costa,
la que tiene la risa intraducible.
Después de aprisionar poemas y maletas,
con el arrebato de la demencia,
en la cacería de la identidad y del valor,
de intentar afirmarme en la marea de las islas,
buscando siempre la eternidad del corazón efímero,
como un pájaro errante soy recogido
en el fulgor del insomnio.
En la fascinación del amor

LA GAVIOTA BLINDADA

¿De dónde viene?
¿Del sur o de mi pecho?
¿Qué noches ha cruzado?
¿Y por qué es pensamiento
y canto y hombre?
¿Qué sangre o qué galaxias,
sobre sus alas,
no ha cubierto de sueño?
Alzada al infinito
con el llanto de agosto
para hallar otro edén
más misterioso y puro.
Su forma se renueva
inédita de tránsito
como un muelle plural
de ríos numerosos.
En pos de cada tarde
es resplandor que nutre.
Herida, clandestina,
regresa con su estrella.
Pálida, inagotable,
inmarcesible y trémula
atestigua la aurora.
¿De dónde viene?
¿Del sur o de mi pecho?

LA NOCHE

Te contemplo.
Me nutro en tu reposo.
Veo secretos ángeles a través del silencio.
Estás hecha de pájaro y laurel.
De soles y de signos.
Eres onda de mar en el poema.
Con la luna un aliento de alba.
Te sostengo.
Me animas en tu orilla.

LA ROSA

De pureza �es esencial
ensueño� al mirarla.
Eterna en la mano,
cóncava de silencio.
Apenas luz o aroma.
Vívida, primera.
Nos invoca el secreto
del alba y de la noche.
Está hecha de agua,
de misterio, de olvido.

LOS TRASTERRADOS

No preguntaron nada.
Vinieron en los barcos del hambre y la tristeza,
traían calderos, baúles, rezos.
Viajaron desde el bosque sobre el mar de la noche.
Campesinos absortos, insurrectos.
Eran hijos de viejos labradores,
de fraguas y neblinas,
de encinas que engendraron los dioses del destierro.
Cantaban en secreto un idioma de lluvias.
Venían con los ojos desplomados del alba,
con los óleos antiguos de los templos,
con las voces desnudas.
Sin capa, sin espada, sin gloria.
Llevaban la ceniza en pobres escudillas,
el luto por herencia, el olor de los huertos.
Y lunas que bordaron mujeres encorvadas
o señales intactas en perdidas aldeas.
Traían chaquetones, mantillas, linos, panas.
Recordaban las piedras de montes con olivos,
la brisa de los aparecidos,
el hechizo de las llamas en la piedad del lecho.
La cripta, el olor del mirto, la madera.
No preguntaron nada.
Abrían las ventanas, lavaban las cocinas,
renovaban coraje en sus fotografías.
No sabían escribir ni leer ni mentir.
Eran de un linaje misterioso, de un perfil delicado. Ofrendaban soledad, inocencia, belleza.
No conocían museos ni héroes.
No sabían de libros, de patrias, de banderas.
Protegían sus santos con ajos y albahaca.
Se ocupaban de las cosas comunes:
del trabajo, del pan, de los hijos.
No expresaron fatiga ni dolor. Morían en silencio.
Llevaban en la sangre
el honor, la palabra, la brisca.
Bebían vino tinto. No reclamaron nada.
Caminaban el tiempo de otro tiempo.
Supieron comprobar lo efímero en miradas sagradas.
Fueron los reyes de mi infancia.
Sin mármoles ni bronces ni castillos.
Hoy evoco sus nombres, sus memorias, sus sueños.
No preguntaron nada. No pregunto nada. Camino.

MI MANO TOCABA LA AUSENCIA

Mi mano tocaba la ausencia de su cuerpo.
Y sus ojos, levísimos, insinuaban
la interminable tarde de los caballos blancos.
Recorrimos el sexo con la alegría
del animal insomne.
¡La muerte no existía!
Así te amé. En la urgencia de tu nombre.
Me aventuro
tras el temblor de la palabra. Distante.
Como un dios desterrado.
Era mayo de 1968
(Los sindicatos son burdeles.)
En la Sorbona, graffitis en los muros.
Bebimos las estrellas
como los centauros el agua.

PADRE

Padre, levanta la cabeza y mira los cipreses.
Camina con tus honrados huesos campesinos
hacia la luz de la nostalgia.
Otra vez te esperan el combate y la derrota.
Todas las noches vienes con tu voz
a visitar los cuartos de esta casa,
a decirme palabras que no entiendo.
Padre, salúdame con tu sombrero en alto.
Esta noche tu hijo ha soñado que has muerto.

PÁGINA PARA LISANDRO

Jamás he profesado la envidia o el orgullo.
No he codiciado la fama ni el poder.
No he conmemorado las fechas de la infamia.
Cuando las generaciones prodigaron ídolos
yo me negué.
El destino y la ética quisieron que no fuera guerrero.
No conocí el soborno.
Eludí la confesión metafísica.
Jamás creí en el mármol ni en los parlamentos.
Los aniversarios y las victorias
ultrajan mi noche y mi batalla.
Purifiqué mis manos en la amistad.
En el pan cotidiano sentí la sangre
del padre de mi abuelo.
En el recíproco amor de los silencios
amé a una mujer. Amé el mar
en la difícil contrición del alba.
Amé la vigilia,
la alquimia del geómetra,
los ilusorios emblemas del generoso Alciato,
el verso incorruptible de Walt Withman,
la desolada voz que implora el miedo.
He sido devoto del animal que duerme
y del árbol que cambia junto al río.
Con ingenuidad
aún sigo buscando un sólo verso.

PEQUEÑA CARTA A EMILIANO

La mañana se alza preguntando tu nombre.
Y clara como tu risa
se me ahonda en el alma.Yo que no tengo fe
digo que amotino la fe con tu caricia.
Me sostienes de ensueños y frescura.
Vas ordenando un poco mi latido y mi frente.
A cada paso tuyo me elevo, me agiganto.
Y recorro la memoria de mi asombro en tu asombro.
Celebro el infinito de tu diente y tus ojos.
Celebro la ternura que atisbas con la brisa.
Con tu pequeño dedo me señalas los pájaros.
Y el agua. Y el abstraído origen de la piedra.
Y la desnuda luna de tu signo y del mío.
Confieso que me embriago de ondas y batallas.
Que la papilla pone su horizonte a mi tiempo.
Que el corazón conspira su silencio
con tu nocturno llanto.
Yo te sé inmortal como mi gozo.
Yo te desato el sol desde mi pecho.

RESPONSO

¡Padre! ¿Hasta cuándo los dioses ocultarán tu sombra?
Te busco por las noches en un letal insomnio
y viene la congoja,
la ira viene con ojos de terror e inconciencia,
me arrastra a interpelarte.
¿Cómo resucitar tu perpetuo descanso?
Siempre vas con tu paso ligero, de prisa,
por las calles de esta ciudad degradada.
Padre, este pequeño hijo
teme perderte entre tanto desmayo.
Sé de tu aliento y tu destierro,
sé que aprisionas mi voz del otro lado del mar.
Ahora te ruego que me hables.
Necesito escuchar aquello que murmuras
por los cuartos de la casa, lo que sabes,
lo que cuentas del sur, de los tronos, del cielo.
Estoy solo y temo olvidarte en esta soledad,
en esta plaza sin niños ni rebeldes
donde miro, vacío,
el verdor de la hierba entre la bruma.

REVELACIÓN

Retorno a lo que permanece.
La unidad de mi cuerpo alumbra mi palabra.
Bajo lo incomprensible voy excavando a pulso
la migradora sombra de todo lo viviente.
Pondero la insondable marea de mi signo.
Y la insurrecta lucha que abrevan las arterias.
Más acá del polvo y del abismo.
Hacia el manto de la noche inconclusa.

VORAZ

Es la hembra que leo en la noche.
La oración del desvelo, la fábula del alma.
Desnuda convoca el temblor.
Lo fugaz, el hechizo.
Se duerme en la quietud de la hierba.
Es el fervor que descubre el poeta,
la fatiga del tiempo, los abismos.