GARCÍA, HILDA ANGÉLICA
ADIOSES

Ella murió de tanto estar alegre,
cantar por las mañanas,
y alimentar los pájaros
con miguitas de pan.
Huele a manzanas su figura
en la cesta
donde amontonaba sus ganas de vivir.
Por la ventana pasa la gente que saluda
su recuerdo sonriente,
su escoba en la vereda,
su brillo en la mirada,
su resplandor de frutas en verano,
las puntillas salientes de su enagua.
La sombrilla está quieta colgada
del perchero
pero un aire travieso
agita las guirnaldas que colgaba en diciembre
alrededor del árbol.
No se ha ido, parece.
En la casa sus pasos van y vienen
corriendo, acomodando sillas
con plumero en la mano.
Estatuillas de cera,
tazón de porcelana
y velas de colores encendidas.
Ella amaba la vida,
la frescura del alba,
la brisa entre los ruedos de su falda floreada.Recostada en un sueño,
deshojada en un libro,
no escuchó que la vida, silenciosa, escapaba.

EL CANILLITA

Pequeña dimensión
de voz y frío
transitas en el alma de las calles.
No comprendes
el paso de los días
ni en qué región
quedó
con el invierno,
la breve melodía
de algún sueño.
Cambiaste la pelota
por noticias
de las luchas
de blancos
contra negros.
La canción infantil
se volvió espera.
No te bastó el título de niño
para olvidar
que el pan cuesta dinero,
que la ciudad es grande
y se la pisa
y se la aprieta
en la garganta luego.
Tu risa se hizo adulta
en la esperanza
y creció en el grito
como un eco.
La batalla es tuya cada día.
Hombrecito,
dolor
¡y caramelo!

EL MANTEL

Tendía su blancura al mediodía
abierto a los aromas de la mesa,
y sus voces de pan eran promesa
de un tiempo venturoso de alegría.

Bordado de jazmines, parecía
proyectar en el aire su belleza.
Y el agua reflejaba la pureza
que en un vaso clarísimo vertía.

Oropel del amor, almidonado;
espacio del laurel y la vajilla,
llevaba como un río a sus orillas

el caudal de la sopa derramado.
Ventanal a un paisaje iluminado
de ternura, de humor, de maravilla.

GOLONDRINAS

Mamá canta y sonríe: golondrinas
de un solo verano�
Y perfuma el laurel, detiene el vuelo
un ángel que pasaba alborotado
con ansias constantes de un cielo lejano.
Madre canta, revuelve la comida
y agrega el azafrán.
Regresan en su voz las golondrinas.

LA ABUELA

Estaba quieta como un claro día
entregándose al sol.
Callada estaba,
empapada de voces que partían hacia una calle triste.
Las palabras
volaban
y subían como pájaros lentos.
Sus ojos regresaban al mar por las cornisas
de un sueño interminable. Parecía
rezar, desovillando
un laberinto manso entre sus dedos enredados al llanto.
Sus párpados se abrían a un cielo sosegado.
En otro puerto, lejos, cantaban los molinos
su escándalo de pan; la hogaza tibia
crujía en su dorada vestidura
desplegando su aroma en la cocina,
envolviendo las horas de la infancia,
recogiendo los días.
Sostenida en su luz,
en su destino de aguja y de dedal,
estaba quieta,
hilvanada a su sombra.
En el umbral su huella dibujada en cenizas
se ocultaba en las hojas.

LAS LOCAS

Ellas van,
caminan por la plaza,
pasan, pisan las horas,
se desnudan, se despojan del tiempo,
eternizan la luz y cristalizan la sombra de sus sueños.
Llevan palomas blancas prendidas a su pelo,
desgajan paso a paso el grito de su sangre
y riegan su ternura en lágrimas de espera.
Ellas van, anudan el pañuelo
al calendario,
nervioso campanario de fuego y de memoria.
Los días despellejan el olvido,
medallones de sal en las ojeras
abiertas al dolor;
manos de seda
harapos de caricias agitadas.
Ellas van,
caminan silenciosas.
Habrán perdido todo, no los sueños.
En círculos avanzan ahogadas en sus gritos.
Ya nada será igual desde aquel día que aprendieron el llanto,
rezaron por sus hijos,
perplejas esperaron.
Pusieron una rosa en las heridas,
ataron un pañuelo a su cabeza
y siguen dando vueltas a la plaza.

LLUVIA A LA SIESTA

Cuando miro esta calle no recuerdo
la sed de sus veredas. Sólo el agua
beatífica, la lluvia inaugural,
la alegoría
de una historia de charcos en la infancia.
Un diluvio de risas aturdía la siesta
iluminada,
y un río llevaba presuroso un barco de papel
a sus espaldas.
Desde el umbral seguíamos la ruta,
su breve itinerario de piedras y arboleda,
donde frescas paseaban las hojas del geranio.
El verano extendía sus paraguas de seda.
Y la lluvia —¡oh la lluvia!-
se despedía lenta,
resbalaba en los vidrios,
en el patio,
en la menta,
se acostaba en las sábanas tendidas en la soga,
despertaba el helecho con sus gotas inquietas.
Y después se alejaba de la ciudad llevando
en su piel transparente
la intangible memoria de su rostro en la siesta.

LOS VIEJOS NOS MIRABAN

Los viejos nos miraban con sus ojos de agua.
Cenicientos los ríos de su voz nos llevaban
por los cauces del tiempo. Contemplaban la tarde
como estatuas de viento desbordadas de sombras.
De tierra eran sus manos soledosas de ausencias,
gastada reciedumbre su piel ajada y lenta.
De greda sus pisadas
arrastraban el polvo, remolino de sueños.
Los perros, a su paso,
ladraban su cansancio, el humus de sus huesos,
sus tristes pantalones.
Los viejos no escuchaban.
Pasaban
como pasan remotas golondrinas hacia otras heredades.
Lloraban
como lloran sin lágrimas los días cargados de recuerdos.
Sus bocas, casi un hueco
oscuro,
doloroso,
temblaban apretadas a un beso que era olvido.
Los viejos parpadeaban quedamente. Sus ojos
de cristales deshechos, de agua mansa,
rozaban con su adiós todo el invierno
y apagaban las luces de su sed
en el remanso de antiguas primaveras.
Cansados,
nos dejaron su rostro,
su rastro de cometa
lejano,
las astillas
de un sol perdido y quieto, un largo itinerario de invisible memoria.
Los viejos nos miraban.
Nos quedaron sus ojos.
De Además, el viento

MADRE SELVAS

Padre-trenes, andenes de distancias,
geranios, madreselvas en flor
que trepándose van al humo de su voz
derramándose en aire, en cielo,
en la llovizna. En penumbras
mi padre se ha dormido. La radio
a transistores se escucha en la cocina.

MARÍA

María hecha de gracia,
de música
y espiga.
Transparencia de enero,
temblorosa avecilla.
Girasol en la siesta
es tu risa,
María.
Cruzas,
leve,
la tarde
en el aire te miras.

ME HABLAS DEL SILENCIO

Me hablas del silencio, de un espacio
secreto de campánulas blancas
donde el día se pierde en el diluvio
de una estación lejana.
Callada,
yo te escucho y me asomo al hechizo de
rituales celestes.
Una historia heredada
en milagros y vientos
esplendores y azahares
en un campo sin tiempo.
Indefensa en las horas,
hilandera de ríos que se van y no vuelven,
voy bordando una página a la orilla del alma
con palabras de brisa,
con puntadas de sombras.
El silencio,
oropéndula triste que no canta y se muere.

MEMORIAL DE SU SOMBRA

Tenía su mirada colgada de las tardes de agosto.
Sólo era dos cuencos sorprendidos,
Un breve parpadeo
temblando en las cornisas del invierno.
Trasegaba las horas.
Se posaba en los árboles, escrutaba las hojas, las hormigas,
apretaba el silencio.
Sus ojos —¡oh, sus ojos!-,
se deshacían mansos
y caían
dispersos por los aires. Sus sueños se apartaban.
Entonces él palpaba mi sonrisa. Acuñaba
la huella borroneada de mi pie, la letanía
de mi voz fatigada, la distancia del viento
que golpeaba
la sed, la tierra, el patio.
Sus palabras acuosas
eran barro, una humedad de lluvia desleída,
un presagio olvidado.
De mañana hacia el sol partió su sombra.
Sobre la lenta luz del mediodía
enarboló su nombre, su figura,
el eco de su voz deshabitada,
un vestigio de piel desposeída,
y se elevó en el viento hacia los pájaros.

MORADORES DEL SUEÑO

¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo
sino un cuerpo prestado
que hace sombra?
Gonzalo Rojas
Llueve
y los muertos caminan la memoria.
El agua se desliza por el tiempo.
La infancia es un pájaro mojado
que arrebuja sus alas,
el plumaje desierto
y cae sobre los brazos del olvido.
La abuela entreteje la distancia
despierta en el jardín,
los geranios regados por la lluvia.
En la hondura del sueño
mi hermano ha develado
gota
a
gota
la brújula del día.
Mi padre se ha dormido
a la orilla del alba. En las paredes
un retrato conversa con las sombras.
Llueve.
La humedad solloza entre las piedras.
Ellos abren los velos perfumados
en los rostros del tiempo
fluyendo entre los límites
de la luz y el rocío,
indómitos, eternos
en su celebración del adiós y la risa.
Están de pie
guerreros en vigilia
con las llaves del sueño entre las manos,
soberanos del vértigo y del rayo,
de sus huesos mojados en la tierra
y del sol implacable que los quema.
Han tornado
su sombra hacia el estanque milenario
de músicas y estrellas
y avientan la tristeza en la neblina.
Esfuminan la noche desnuda de abalorios
y reposan cantando
en el cuerpo dormido del silencio.
Retornan al origen. Han marcado
los médanos de flores,
de cenizas volátiles, de cielos
cayéndose en el río.
La lluvia ha conjurado el sudor
y las lágrimas
regando las arenas del pasado.
Enronquecida voz crepita en el relámpago
hundiéndose en las huellas de la sangre.
Han dejado un costal de antiguos sueños
a la derecha de sus desventuras
y duermen sosegados
salvados del espanto
en un poniente de pájaros azules.
De Agua de sed

RETRATO

Me miras desde el tiempo en que la lluvia
mojaba dulcemente nuestros pasos;
desde el aire despierto de jazmines
rodando en la frescura de aquel patio.
Yo te veo en el pan,
el que partíamos
abierto el corazón entre las manos.
Tu voz
era una historia con andenes
despidiéndome siempre
y regresando.
Desde el adiós recobro tu pañuelo,
lágrima y luz,
relojes que no callan
y hay algo que en tus ojos se detiene:
mi soledad
buscando tu remanso.

TRANSPARENCIA DEL AGUA EN LA MEMORIA

Me miro. Soy la otra. La que encontraba pájaros despiertos en la
/sangre,
luciérnaga de octubre buscándose en tus pasos, trepando por
los
/sueños
como una enredadera crecida al mediodía.
Tal vez yo fuera el agua cayendo por las piedras de un río
/numeroso,
donde lavar pudiera mi pelo, tu camisa.
Quizá yo soy aquella andaba por las tardes con un papel y un
lápiz
mirando las palabras dispersas en el aire.
No soy ésta que lleva
a cuestas la tristeza palpando las orillas de miedo.
Me refleja
tu ciego corazón entre las hojas golpeando los umbrales del
/silencio.
Asciendo en el trasluz de tu mirada, atravieso las sombras y
camino
por el humo fugaz de la memoria deshojada en crepúsculos.
Me miro.
Soy el agua mojando los andamios del tiempo, renacida en
alondras temblorosas, en un cristal de vientos peregrinos.
De Memoria de la luz.