GOLDAR, ERNESTO
ABUNDANCIA DE LUZ
A la una en punto o casi del miércoles 24,
la muchacha está parada en la azotea.
Espera, cruzando los brazos, que el sol de julio
seque el pelo pesado lentamente por las manos.
(Qué paciencia la muchacha en este día de julio.)
Mira hacia abajo, resignando el tiempo que deja
la impotente placidez, la imagen vertical de su imagen
y también, porqué no, los días del blanco gesto de la
playa en la memoria sacudida.
Paisaje pasajero la ventana.
Un salto al vacío
y la muchacha corre bajo el sol.
AHORA
Sucede que gusta oír silbar a la gente.
El silbido es personal, anónimo,
viene como un mensajero atravesando las celosías y las
puertas.
Se supone que el hombre que silba está contento,
hace un trabajo agradablemente monótono,
piensa algo ocurrente para contarle a la mujer,
siente aproximarse la hora del vino y la comida.
Los hombres soplan con delicadeza la alegría
cuando echan aire caliente al hueco de la mano
o aire frío a la sopa,
cerrando así los ojos,
creadores de esa melodía trivial que se les metió
entre los labios estirándolos para el beso
que dura el tiempo exacto de la melodía.
Silbadores de todos los países
no paren de silbar,
únanse por lo menos
en los compases cortitos de una canción.
ALMACÉN DE ANTIGUEDADES
¿Cómo hacés un angelito?
Con bermellón,
laca de china,
un poco de amarillo cadmio
y mucho de cielo azul.
Las pupilas pueden ser verde esmeralda y el costado
izquierdo del ala, que apoya su bracito, acepta
las tonalidades variables del negro plomizo al negro
marfil,
tan seguro de sí este último por sus brillantes dotes
que ha sido capaz de dibujar la forma secreta de su
propia sombra.
Para los académicos en las bellas artes
nuestro angelito es un primitivo,
para los observadores familiares
una salutación de pinceles y de témperas,
en cambio para mí,
que redescubro su osada desverg�enza,
es la ingenua inclinación de tu cuerpo desnudo de
colores.
BERTA BOVARY
La otra noche, en una clase de literatura,
hablé sobre el destino de los personajes.
La clase es de dos horas, pero vinieron bien
la ocasión y las presencias para comentar
el caso de Emma Bovary, una mujer muy poco
afortunada, es cierto, aunque se sabe
que tuvo marido y dos amantes de nombres
Homais y Rodolfo, al cual más crápula.
La heroína pasó las de Caín, y remitimos
al lector a las alternativas de su muerte.
Aunque peor nos parece el desenlace de Berta,
la hija del matrimonio desdichado, abandonada
al morir los padres a la caridad pública,
que es como decir abandonada.
Emma sufrió, fue feliz y eternamente
insatisfecha.
Pero, ¿cuál fue el destino de la niña Berta?
¿Habrá el autor pensado en resarcirle
con un capítulo, o más no sea un episodio,
para que alguna vez la chica sepa qué es
un teatro de provincia, la música,
una fiesta campestre en el siglo diecinueve?
De no ser así,
Flaubert tiene una deuda.
DE A RATOS
La cabeza puede recibirla de nuevo sin verla,
los labios pueden escribir el nombre que nunca han
pronunciado,
sólo la imagen (el gesto de la imagen), la imaginación
de la imagen,
la mitad de su rostro tendiendo la mano,
no la mano sino la mitad de su rostro.
Nada ha pasado y ella permanece,
la misma imagen recortada como una escena,
no hay tiempo ni distancia ni menos pesadumbre,
así son las cosas tan permanentes de fugaces,
ese perfil en medio de la tarde,
pendiente como una lámpara
artificial silencioso interrogando.
EL CORAZÓN EN LA BOCA
Dicen que el viejo Fourier,
y no tan viejo,
pues lo pensó cuando tendría unos cuarenta años,
propuso que en la hipotética Armonía
el amor se llevase tan bien con la justicia
que los desheredados de la ternura
serían públicamente protegidos por unos personajes
que denominó “vestales”,
una suerte de arcángeles humanos
que consolarían al paciente.
La idea de Fourier,
sin más abominada por incivil y bárbara,
fue desconocida por los catedráticos
de los grandes cambios, ofendió a burgueses
y predicadores, y hasta a sus amanuenses,
motivo por el cual su pensamiento fue ocultado
por algo más de un siglo.
“No hacer del amor un privilegio”
parece una consigna mal intencionada,
no tolerable para los principios,
ética y costumbres.
Pero es propio también argumentarse que acercar
a quienes tienen el corazón dispuesto resulta
saludable; sería como pulir contradicciones,
disponer el azar, arreglar lo casual en necesario,
dar una cita universal para que los amantes
se encuentren en punto de una vez por todas
en lugar de lamentarse postraciones,
ausencias, soledades.
Un mundo donde el amor es permitido:
sin estas idas y vueltas que me lleva buscarte.
EL NOMBRE POR HACER
Sucede tan seguido que debiera interrogarme
sobre la paciencia de escribir,
esta costumbre de llenar hojas de block
y borradores.
Una necesidad moral, dicen los críticos;
la naturaleza del arte, los poetas;
la búsqueda de la verdad, los eticistas;
lo bello cualquiera sean sus formas, hasta
la irreverencia; la locura, mentada también
por los que aspiran a estimularse posando
de distintos.
Juzgada bien la cosa el esfuerzo no es grande
y no hay porqué darle más importancia
de la que merece;
después de todo, una hora de precisa ambig�edad
nos salva el día y vamos contentos a casita
a mostrarle a la amada legal o a esa muchacha
con estampa de mujer recién constituida
cuánto somos capaces de proezas.
Así es nuestra metafísica elegida.
Siempre temerosa de no poder dar en la tecla,
pero con la conciencia sardónica de saber
que al fin de cuentas, el poema sale solito.
LA CÁRCEL
Junto a la iglesia de San Pedro Telmo,
lateral y ocultando ventanas cementadas,
sin título en los portones ni marcas que el enrejado
enuncie,
está paralela a lo largo de la cuadra la cárcel de mujeres.
Aseguran que es correccional
pero como todos no deben saber si se trata de delitos
mayores o menores,
si en ocasiones alberga prostitutas, prisioneras políticas,
domésticas que hurtaron un collar, una pulsera,
o una muchacha que por las noches tomaba anfetamina para darle al amor un sabor más sofocado,
sin importarle quiénes o álguienes, señoritas o señoras,
detienen la memoria en pabellones de camas en hilera,
tumbas numeradas, compañeras de otros tiempos que
velaron las puertas,
las cuidadosas medidas de seguridad que centinelas
verde oliva como un aceite agrio refugian detrás de las garitas para que todo esté reglamentariamente preparado, a prohibir que el amor, la hermana, la agitadora, la sirvienta, atraviesen los portones y el muro de ladrillos
la cárcel, digo, la cárcel de mujeres sólo descarga la voz
de su presencia cuando un altoparlante cada tres horas llama al aseo, al orden, al recreo, al horario de visitas, los paquetes con fruta, los folios de abogados,
particularmente los domingos,
sobre el costado oeste de Balcarce donde nunca dio el sol.
LAS COSAS COMO SON
Baudelaire recomienda en su diario
—traducido hace poco y publicado—
que el poeta no debe servirse de excitantes,
llámense alcohol, tabaco, té y otras euforias.
Sólo la presencia de la emoción gestiona el verso, provenga ya de la memoria, la idea
de un acontecimiento, los ruidos de la calle
o los gritos que mandan los vecinos.
Al parecer en materia de práctica poética
la práctica no existe.
Prescríbese pues para el oficio de poeta un cauto
recibir del mundo circundante, una suerte
de periodismo personal y sonoro que esté
al acecho de la poesía como si se tratase
de una abúlica visita que trae,
en el momento más inesperado,
su noticia de voz y de argumento.
NOS LIMITAMOS A PESTANEAR
¿Quién no ha oído hablar de los sentidos
—y hablamos de la vista—
como el atributo regalado por Dios en los días
proverbiales, según Génesis?
A esto se agregaron innumerables mitologías
y acertijos sobre el más preciado de los dones
—el poema de Borges, para no ir más lejos—,
un gusto en verte, lo veo y no lo creo,
acerca de Tomás (el crédulo versátil), el ver
para creer y quién te ha visto y quién te ve,
de indubitable cepa gardeliana.
No es que uno se ponga a desagradecido,
pero se ha visto obligado a ver cada cosa
en este mundo que le da por pensar, en esos
momentos de recapitulación propiciatoria,
si vale la pena andar con estos ojos o decretar
al menos que habrá que confiscarles la memoria.
He visto un gesto sin valor en la mujer que amo, mi verg�enza y mi desverg�enza,
una prostituta de trece años que se ofrece
para hacer de todo en el barrio chino de Valparaíso,
la ausencia de los parques durante tus ausencias,
el odio por un partido de billar.
Claro que también existen cosas que merecen verse,
pero no están en la ciudad ni se adivinan
por los lugares donde estos ojos que no saben
verlas se atreven a posarse;
y en fin, para no andar jactándose de estrecho,
me propongo pensar,
aunque el esfuerzo cueste demasiado, que acaso
en otra dimensión sin pesimismo habrá lugar
para las almas bellas, y será cualidad de los poetas
dar los buenos días y las buenas noches.
OFRENDA
La capilla se llama San Juan Nepomuceno.
Se la descubre pintada de verde entre las diagonales
y es la más pequeña de todas las capillas,
decorada y distinta como una modesta torta de novios.
Cuando hay sol es una cajita de música,
cuando hay noche es un juguete esperando el alba,
y cuando la sombra de su interior nos pierde por los
paisajes de íconos reverenciales,
es una fantasía lo que forma un rayito de luz sobre los
bancos atentos como pupitres.
¿Cómo es esta iglesia?, me preguntaste un día.
Juré por Dios mostrártela y hablarte largamente sobre los
prodigios que esconde,
como es tan pequeñita levantarla y ponerla sobre tus
manos,
para que la reciban como un presente de cielo y de luz.
PARA MEJOR INFORMACIÓN
Digamé, Manzi,
usted que está en el cielo:
¿Es cierto que Malena no existió?
Le pregunto porque no creo en las ficciones,
en las ficciones intangibles se entiende,
en la literatura de imaginación.
Boedo era su parroquia de politiquero sentimental,
Pompeya el barrio de las novias olvidadas,
Discépolo su amigo,
el novecientos la historia despareja de los
arquetipos, el carrerito y el cochero sus vecinos,
y para qué hablar de las chicas que provocaron
Ninguna, Fuimos y Después.
Se lo digo de puro convencido.
No puedo recordar algo que jamás haya pasado,
ni me duele un dolor que no lastima.
PROBLEMA
Uno se motiva por afectos personales,
no por la exacta imprecisión de las apariencias,
no por las gratas ideas compartidas tan cambiantes,
no por la irreproducible veracidad de las teorías,
menos aún por un libro, un dibujo, un poema.
Uno se motiva con alguien por lo que tiene de callado,
de escondido, de súplica, de la equidistancia que aparta
como un siglo,
uno se motiva por los afectos que no tiene, por el amigo
que desea,
por el rato que inventó para echarse en cara
verdades que no dijo.
Hay gente para confiarse, para imaginarle mentiras
agradables,
llevarla del hombro y darle provenir a su aventura.
Aparecen en un viaje, a la entrada del cine, en el regreso
descompuesto de una manifestación,
se pierden cuando uno los busca,
regresan cuando dejamos de estar dispuestos a
entregarnos.
Ayer lo conocí y era mi hermano,
hoy fue mi padre y tuve miedo. Por que cuando uno se maneja con afectos personales
es un tipo exigente, sibarita de los coloquios, difícil,
prefiere el banco de una plaza, la calle discontinua,
el humo de la pipa derogándole el rostro.
PRONÓSTICO DEL TIEMPO
Ciudad
de nuevo
tratando de reconciliarte.
Quiero aclarar que no pretendo una rendición
de cuentas con tus calles ni con los pobres
hombres que caminan.
Mal podría a esta altura dedicarme a hacer
sumas y restas, a justificar los malentendidos
que cometí viviéndote, las infracciones
que estos años me permitieron testificar
para sentirme vivo.
Ciudad como siempre
tratando de ponerme en guardia.
Cualquiera que me oiga pensará
que es una infatuación de adolescente,
pero se equivoca,
porque uno ya sabe a ciencia cierta
que después de cumplir los treinta años
se paga alto el precio de las cosas.
No digo un ajuste de cuentas, sino una retribución
proporcional que alivie los días de tristeza
que me dieron tus calles, y un resarcimiento
en igual medida por tus habitantes que dejaron
de amarme, y una ofrenda moral, al menos,
a los que me quisieron sin darse cuenta
del daño que me hacían.
(Porque recuerdo —los amo y los recuerdo—
como ellos jamás podrían imaginarse.)
Esta ciudad me dio los tiempos vecinales
y el espacio seguro
de unos pocos años donde se puede creer;
y ahora esta pasión que se me escapa de las manos,
pues ya empiezo a contener los días que se van
como los pasos que roban tus calles, la espera
en las esquinas, y esos ojos de los amigos
que han muerto de muerte y otros de soledad
o de memoria, y ese amor que inaugura las semanas
y se desplaza contra el cristal de tus vidrieras
y huye de viento por las diagonales
como una cabellera que oscila y no puedo alcanzarlo porque tus veredas son anchas
y los rostros amados que me prometían
se pierden, se pierden.
Hay bares —ciudad— que me ocasionan encuentros
conversados sobre un proyecto de todos
para vivir decentemente,
hay mesas de tus bares donde los ademanes
de un poeta hablan a gritos por encima de mi risa,
esta risa mía destemplada para que no se oiga,
para que no se piense en los inexpugnables veredictos
que destruyen los minutos
de unas manos felices con las mías;
aunque también pienso, ciudad, que todavía
te quedan árboles donde apoyarme con alguna
muchacha, librerías donde siempre tropiezo
con tipos conocidos y aprovecho para mentirles
—con todo lo bien que eso me hace—
respecto del presente y del futuro,
sobre el libro que estoy preparando
o espera publicarse.
Claro que como muchos pequeños burgueses
yo también poseo un departamento decorado,
una hermosa mujer que me espera y una novia,
y las dos me acompañan en esta ocurrencia
de vivir que también hicieron suya y también tuya,
ciudad de nacimiento, cosmopolita, provincial y
única, que has visto pasar multiplicados mis furores
y terrores con la mirada comprensiva de una amiga gris, paciente y consolada, que has sabido
reconciliar esta presencia mía sin haberla
discriminado nunca, sin prejuicios para soportar
la carga de este cuerpo que fatalmente,
quizás dentro de poco,
será un fantasma que te ronde.
RELEVO DE PRUEBA
Venimos de lejos, compañera, y siempre andamos cerca.
Hemos quedado repasando el techo de esta cocina clase
media,
alterada por el almuerzo de los domingos, cuando
rompemos la monotonía con algún fiambre
alemán, una lata de duraznos, helado del congelador en el verano.
Venimos de lejos esquivando errores,
percibiendo el calor de las inhibiciones,
las reservas mentales,
la pila de palabras que irrevocablemente deben
transferirnos el relato de las trivialidades.
Son muchos los días, compañera, estirados sobre el
permiso de los años,
infinitos también los temas de conversación,
renovadas las motivaciones, los proyectos (tan pálidos los
míos)
que justifiquen levantar este horizonte de tiempo
sistemáticamente duplicado
por la forma de tu voz que tiembla
y el invento que sigo en la mañana para decirte un
invariable apelativo confortante.
No vamos a caer en los recuerdos porque a esta altura
está todo confundido,
menos en las preguntas indiciarias sobre si las cosas
volverían a darse,
aun en la interrogación precisa acerca de cuánto nos
queda todavía.
No hacer memoria entonces,
pensar en los días que se trasmiten como sensaciones,
en el tiempo que aguarda para darnos oportunidades,
conforme a la débil seguridad que otorgan las palabras usadas siempre como privilegiada comunicación de dioses.
No sé, compañera, si es amistad lo que se llama amor en
estos casos,
pero si así fuese, amiga mía, nos faltan innumerables
paseos matinales,
ejercicios de idioma, libros a descubrir, una ventana
incierta que da al río,
alguna callecita para treparla lentamente de la mano
como escolares procelosos.
UN DILEMA ESTUPENDO
Vos sabés bien que si por las mañanas
es tuya la libertad de despertarme,
no te cuento mis sueños.
No puedo,
te afligirían demasiado.
Me arrogo pues el derecho de usar mis libertades,
de concurrir a las reuniones nocturnas de la secta
donde se encienden diálogos y escenas,
allí donde pocas veces estás, pero que en todas otra mujer parecida a un sucedáneo me invita
a menudeos caprichosos, gracias en común,
intimidades muy satisfactorias.
Por eso, cuando me despierto, tengo dificultad
en reconocerte, pero al advertir tu rostro matutino
siento que se parece tanto a una caricia que lava
que la libertad de la realidad
es la libertad que más me gusta.