GROPPA, NÉSTOR
ALGO DE ESTE NORTE

I

Este es el Norte, casi ausente, de mi patria.
Esta es la provincial heredad ensimismada,
el desdibujado imperio
que es preciso rastrear por las soledades
y en la memoria.
Aquí reposa la nostalgia del oro,
el halo de su renombre.
Aquí muchas cosas también fueron la poesía.
Desde siempre
prosperó más la soledad que el hombre,
mientras su corazón
soportaba inclemencias del cielo y de la tierra. Como una hormiga
que oye repicar las desiertas torres de la cordillera,
vive el hombre.
Y entre bosques y ramos de bosques floridos,
cual una ofrenda que muda sus otoños y coronas
al pie de cumbres vacantes,
al pie de fabulosos pedestales sin nadie,
el hombre transita.
Recorre límites terrenales
-solitarios y litigados límites-
por los que tropieza con su don de pasado
y descendencia
y con aquella tormenta de canciones
que no calmará la secreta sed de otras cosas.

Fue tejedor de lunas y de ríos;
ordenador de años y semillas;
arriero de luceros y estrellas dobles.
Acató la tierra
y obedeció devotamente sus mandatos, esas labranzas
que lo perpetúan.
Cumplió las leyes contra él.
Rastreó los esquivos enigmas de los altos
y ensayó guiar las parameras
hacia un yacente surtidor de gracias.
Y fue héroe, traidor, y proscripto venerable:
tuvo los dones y la culpa que su tierra sabe.
Siempre esperó —espera siempre-
y pircando fechas en un tiempo baldío,
a la par de sus labores,
veló por la dignidad amenazada del terruño.
Vigiló esta bandera cuando se habló de patria,
y así, desde las primeras galas de los árboles minerales
-arroyo del aroma que se perdió en el aire-,
hoy los hijos de los hijos
llevan el subversivo y anónimo apellido de pueblo
bajo una avalancha de constelaciones y ofrendas,
de perennes ofrendas,
enclavadas en un suelo que puede ser cielo increíble.

III

Y esta es San Salvador de Jujuy
la muy recomendada y visitada ciudad capital,
todavía con su cadencia de manos cruzadas y antiguo
tono de rezar
en �chapelles� y �missions�,
mucho antes que hilvanaran los límites de estas tierras
según el afónico atlas de Martín de Moussy
de hace dos siglos,
bajo este mismo sol.

Desde entonces,
desde aquella beata locura en un solar con dueño,
donde nadie llegó por primera vez,
es San Salvador de Jujuy,
sentida por destinos y primaveras y veranos libando el polvo y campanillas de colores
donde comienza el campo,
donde los inviernos suelen ser un solo cuadro
que un anónimo retoca eternamente.

No ha cambiado el río
ni la arañita de la piedra
ni el cielo abandonado
donde están los muertos provinciales.
Tiene las tres veredas del tiempo
y la temible calle mayor
por donde todo debe pasar, para existir.
En cada año del sol
bajan las nuevas crecientes
con sus cándidos historiadores,
sus poetas alusivos,
su carnaval y semana santa
y los finos temporales, cuando la ciudad sube al cielo,
cuando los caballos coloniales del otoño
buscan dolidos la verdadera noche
donde los ríos se pierden en el sur,
donde debería nacer la luna
coronando el aroma de los pastos de abril,
mientras las nubes de este cielo se van
a otro cielo.
Los marzos de cobre rezuman en los fogonos helados
del otoño,
por el mes de los desfiles del regimiento,
el mes de los santitos, los sufragios
y las angustiadas locomotoras de los maniseros.
Mucho antes de las carrozas de la juventud,
cuando las calles se vuelven ríos donde navegan
naranjales en flor
y la vela blanca de los azahares aviva los sueños
en las celestiales orillas del viento norte.Esta es San Salvador de Jujuy
con cimientos coloniales y cielo aldeano,
con sus casonas de frentes renovados, sus llaves
centenarias,
y dos reinas de juegos florales
que sobreviven pero que ya no reinan
(igual que las señoritas de los álbumes de la cena
blanca).
Ya tiene sus nuevas sucursales,
su monoblock y su gran hotel (en construcción).
su natatorio municipal
y un incipiente �barrio norte�
Sus centros y ligas de beneficencia;
un Jockey Club que repintan cada 23 de Agosto;
unos políticos con semanarios y solicitadas
y los pantalones cortos en política,
como los últimos caudillitos de sombrero.

Tiene el supermercado, el golf, los servicentros
y diarios con plana y rotoplana
y los modelos del Falcon color champagna
y aquellos boliches huidos del campo
con los que suele enternecerse el ocaso
y se entretiene la duermevela de la rosa del alba.
San Salvador de Jujuy la de los dos ríos
y las arenas del orgullo y los blasones,
las aduanas, las capillas, los cabildos
y los archivos de la pequeña historia.
Donde terminan de pudrirse claveles azules
de la colonia,
ahora alternan bodegones y mercaditos
con septiembres de lapachos rosas en la sobretarde,
con aroma de tierra regada por la paz sobretarde,
cuando del cielo cuelgan todavía las amarillas
frutillas del paraíso
y se incendian de ocasos las hojas de los plátanos.

Y esta otra también es San Salvador de Jujuy,
la de las villas de un solo piso,
el casi campo bajo el cielo azul del telegrama,
hacia el sur del tren y de los vuelos.
En sus cuadras un lied eterno
absuelve esas viviendas con aire de extranjería,
con la música de otro país
mirando la certeza del agua y de los cerros.
Estas son las villas del sur,
que comienzan con las bicicletas en el puente Lavalle,
en los bodegones con victrolas,
en la esquina de los sermones evangelistas los domingos
a la tarde
sobre el umbral de una vieja semillería de puertas
arruinadas.
El poema gregario de las villas del sur,
con el último modelo del color de la pobreza.
Los barrios contra el cielo del sur, como el invierno de un árbol irreverente
al costado de la muy leal y constante San Salvador
de Jujuy,
llena de colores antiguos y dolidos
igual que las viejas familias,
sobreviviendo un tiempo de gloria ya en el último
horizonte.

Las villas del sur
que nacieron después de la historia.

AMBROSIO LORETO

En qué zafra nos ha tarjado
mataco Ambrosio Loreto,
ya sin el mundo en los ojos,
casi de arena tu cuerpo.

Porque los Llanos de Manso
guardan sus ojos de hachero
como renuevos cortados

al verde tronco del tiempo,
por los valles del Orán
es un brazo del Bermejo,
que deja en los arenales
su tributario silencio.

De las grandes inclemencias
del Pilcomayo o del Teuco,
donde fueron tolderías
rondadas por misioneros
y reinaban capitanes
desesperados de miedo,
mandando tropas de línea
que allí blanquearon los huesos;
de todo lo que regresa
por un madrejón del tiempo y es verdad, según las crónicas
de Padres, si no mintieron,
bajan las tribus del Chaco
a los campos del ingenio
y en esa tierra esperando
entra su cauce de pueblo.

Como un río remontando
al lugar del nacimiento;
como unas aguas que tornan
al ojo de su milenio,
así la vida del indio
-la misma edad del estero-
pecha en los surcos de caña
hasta perderse sin eco.

En noches del Tabacal,
luna de pobre y negrero,
cuando la mente acompaña
con nombre a cada rezo,
Ambrosio de Las Lomitas,
en otros años hachero,
hoy a los suyos conoce
tan sólo por el recuerdo
Que es un triste algodonal
crecido en Chaco de fuego,
tapando la embocadura
lejana de su lamento. Porque es un brazo de raza
que se ha secado en su lecho,
los peces y las charatas,
el palo santo y el cedro,
son esas sombras que duelen
en los remansos del pecho
como en un cauce vacío
duelen los rastros del tiempo.

Cuando retumben las lluvias,
los grandes saltos y el viento;
cuando ya vengan crecidos
los ramales del Bermejo;
cuando la vida rebrote
por los quemados de invierno
y las bandadas encrespen
las juntas de su silencio,
cuatro lunas de camino
le tardará su regreso

por ardidos cañadones en las leguas del desierto.
Y ya para qué buscarlo
alrededor de los fuegos
en las viejas tolderías
con santones y hechiceros;
si donde luchan los ríos
y viven indios hacheros,
lindando las fabulosas
cabeceras del misterio,
el hombre y la tierra toda
dicen un mismo silencio:
en ocasiones, de luna
sobre los campos del cielo,
y en otros, polvaredales
donde se sumen los pueblos.

Ambrosio de los Matacos,
indio libre y prisionero
por muy fatales negocios
con catecismos e ingenios.

Cómo cavaron tu alma
pastores y misioneros,

cómo cavaron tu carne
las zafras de los infiernos,

cómo en tu tierra, en tu monte,
nuca pudiste ser dueño.

BOCETO

De pie
en un florero
de barro,
la rosa lee su poema incurable;
(el poema da a un espejo)
declama su color.
La rima de sus pétalos
es rococó.

El aire de la mañana es el campo que vuela,
que se interna en el espejo y estremece su cristal.
Cuando la rosa termine su poema,
aplaudirán,
otros poemas en unos libros cerrados,
el velador, el gorro, la cuna y el diván;
y un recorte del cielo y yo,
felicitaremos a la rosa
en su pedestal.

Fue un largo monólogo de tres días
su autobiografía
(Nací. Lucí. Moriré —medio muerta estoy-. Otra
rosa me sucederá.
En algún lugar recitará su poema, que es �nuestro
poema�, la saga de la especie, la extraña
saga de la hermosura y la poesía que se
nos atribuye)
Por último, la rosa concluyó:
fui un divino botón,
un pimpollo
que deseó
amar.

Ahora envejezco declamando mi sonsonete de color
y luego la prosa de las hojas secas y las espinas
y el tacho de basura, que será mi panteón.
Un molesto final,
la vida de las flores, aunque a mí me llamen la reina
según los Amantes de la Rosa
que en sus Anales conservan y adoran
una rosa fósil.

(�Carta terrestre y catálogo de estrellas fugaces�.
Ediciones �Buenamontaña�, Jujuy, 1973)

CALLES

Un día haré un poema

con
Trozos extraviados de viento
Domingos tirados en la calle
Cartelones que de noche lloran
Mujeres que no engordarán nunca
Gente renga
Gente bizca
El día que pasaron los enfermos
Marineros que comen solos los domingos
Agujas de tejer abandonadas
Arrugas
Niños recién desembarcados en la vida
Paredones

Nombres extraviados
que pertenecen a las chapas de bronce
Estatuas bajo la lluvia
porque no tienen casa
Hoteles de provincia
con sus viajantes aburridos
Trenes que de noche gritan como chicos
Una antigua colección de comerciantes
Una antigua colección de hombres
sin biografía
Folletos de días en colores
ConEl domingo de los empleados
conLa sociedad del Dock Sud contra el hollín
conLunares
Fiebres
“Valses” con “fading”

yconmigo

apoyado a las barandas de los anteojos
y llorando detrás del vidrio
aquél febrero
haré un poema

subterráneo
Buenos Aires

* Nació en Laborde, provincia de Córdoba, en 1928

CAMPESINOS

(FRAGMENTOS I Y II)

Yo sé de la dulzura con que embarcan
esperanzadas manos campesinas,
hacia inmóviles vientos del subsuelo
las semillas; y luego esperan,
en las fecundas armonías de los climas del mundo,
al aromar callado de los frutos,
para entonces celebrar, humanamente simples,
la merecida paz de las noches y los días.

Manos del hombre campesino,
herramientas forjadas en la tierra;
vidas de ella y por su gracia erguidas.
Al suelo beneficiado llevan el don y la tarea
y entregadas austeramente a los hijos, envejecen.
Pájaros que dejan su mensaje
de surco en surco, grano a grano;
cómo reconocen, he visto,
al derruido mar de los terrones,
esa inmensidad con devoción de ofrendas
y dolor de pobladores.

Alabadas sean,
manos que velan el silencio de los campos
y las soledades de la tierra guían.

II

Todos los días miro la tierra.
Se cómo la queman las noches heladas del invierno,
la entibia el sol inclinado de junio;
cómo la tornan vivienda y se cobijan en ella
y día tras días la observa el campesino
y la da vuelta y la raya y la sueña suya.
Veo cómo de tanto insistir la convence el río
arrastrándola con él a la aventura.
Se cómo palean, volviéndola camino,
bandadas de humildes peones.
Miro la tierra ardida o helada,
agrietada o compacta,
asomar su fruto o perderlo.

Separándola del hombre, no la comprenderemos nunca.

Desde el río encerrado de la lluvias,
cumplido el ciclo, nace el vegetal.
Llega a las manos del hombre
para socorrer o estimular su vida.
Y así como éste amó y dio sus frutos
en varios años,
en un solo verano cumplió la planta
y se volvió a la tierra a continuar su lucha.
Miro esta plataforma de hechos anónimos y diarios.
Se que por ella anda, simplemente, la vida:
la sosegada lluvia de cada aurora,
luego el sudor de la jornada,
sepultándose a la par de la semilla.
Más debajo de donde pasa el apagado río de las lluvias,
se mueven las antiguas huellas del trabajo y la fatiga;
áreas de hambre, siervos pisoteados,
tumultos de lágrimas,
terrores.

Todo lo que estuvo
y todo lo sufrido por cada uno,
en su medida ayudaron al fruto

que es la segunda esperanza de la planta y del hombre.

CARTE POSTALE
CON LA PLAZOLETA DEL ÉXODO

Te enviamos desde aquí,
desde esta ciudad ciega
por tanta luz,
un abrazo.
Va con el símbolo
-pirámide truncada
sobre basamento
con inscripciones,
escudos provinciales,
relieve de Belgrano
y otras placas memorativas-
de la gesta
de un pueblo hazañoso,
cual fue dejarlo
todo
para que el enemigo
no encontrara nada.
Por eso se llamó
ÉXODO
y tiene su anecdotario, su historia documentada,
su memoración
anualmente cultivada
cuando iluminan aromados los árboles
de las calles, y el viento norte
incendia laderas
con llamas de lapachos rosas, como en
la provincia floral de Orán y Pocitos,
jocundas de pétalos
por hora.

TE ESCRIBIMOS desde
San Salvador de Jujuy,
que es la capital de ÉXODO.
El monumento del que te hablamos
está en la placita
del mismo nombre,
frente a la estación del Belgrano
donde cruzan Alvear, Urquiza
y Gorriti.
Te escribimos
como enamorados jóvenes
de la ciudad y de la vida
y de este montoncito de hermosuras
y sensibilidades: una calesa
con flores,
un baile de quince, una música
bajo el musgo de la nostalgia,
un abrazo o una conversación
de hoteles rodeando
a la pirámide blanca
y trunca.La hora en que te escribimos
es la del mediodía:
rodean la pirámide blanca
el Colegio Nacional, la estación ferroviaria,
una bomba de agua (sin uso)
y hoteles, restaurantes,
bares, merenderos
o como mejor quieras llamarlos,
sabiendo que ellos son alojamiento,
lugar del paso
de viajantes, de familias del interior
provincial, ocasión de encuentros
y que se bebe y come
según el bolsillo:
con menú fijo y económico
o �a la carta�.
Hay épocas en que abundan vendedores de loterías,
pero, por lo general
en notable silencio
transcurre la siesta.
El olor a fritangas es saludable.

Pues bien,
esta es la plazoleta del Éxodo,
imperceptible
como la arcana y seca
floración
de aquel Agosto del 12.
Y te saludamos
con la tibieza reiterada
de Jujuy
en Julio del 78. N. G.

COSAS DE ÁNGEL

Tantas mariposas brincaban
que nublaban los ojos.

Parecían blancas sombras
de la gravedad del tiempo,
deshojándose.

Era como si cayese la caspa de Dios,
del Dios Padre.

Nos invadían con sus papelitos sin escribir.
Sus por siempre papelitos blancos.

Duraban el día;
si acaso, lo que un velón encendido,
estas empalidecidas retamas del aire
empantanando la brisa
que debió ensayar maravillas
de baile, para evitarlas.

Así estaba yéndose el verano de aquel 77.
Hacían recuerdo de un comienzo de copla:
�Andá papel como puedas…�,
o de no,

�Andá papel desgraciado�.
A veces traían ocultas las gotas de la lluvia.
Otras, un punto azul del infinito
volviendo enjambre.

Pero yo sé que las soltaba el ángel.
El mismo que quiso taquear con pétalos
y mistura,
el verano
-¡cosas de ángel!-
porque acabó garuando el cielo con gotas de música;
gotas pilpintas
como las de esa pretenciosa arpa de llovizna
adornada con cadenas de arrocitos de color
y papel plateado.

¡Cosas de ángel!
-con acordeón,
sin arcabuz-
que cuando reparte por el mundo
se le caen rosas, pensando en la borraja,
y más tarde se nos duerme,
creyendo que eran pájaros.

CROQUIS I

En el recetario
el médico
ha escrito:
olvidar.

Olvidar,
antes
y después
de cada comida.

Y yo miro todo el cielo
que cae hasta
la tierra;
las hojitas grises de la lluvia
y este gorrión
madrugador
picoteando el vidrio
de mi ventana.

Y olvido.
Olvido.
Porque mi médico ha recetado:
hay que olvidar,
antes y después
de cada comida.
Es decir, cuatro veces al día,
y si fuera necesario
también con la primera estrella de la tarde,

la que ve desde su ventana.

CROQUIS II

Sobre la noche en blanco trazo
un cielo gris
una cuna
una rosa amarilla
que trajeron hoy
La trazo con el hoy.

Sobre la noche en blanco
afino la punta de mi memoria
y con amor dibujo una nueva rosa,
otra luz, un mantel de hule,
dos mujeres italianas, tres abuelos,
un hombre joven y la cocina a leña
marca �Istilart�,
con el fuego encendido en el año 33
y un crepitar feliz
frente a unos ojos de 5 años.

Retorno al blanco de la noche
sombreo el limonero, el cielo,
la ropa en la soga
y recorto mi lámpara
con su luz del fondo de la tierra
y leo
leo hasta ya no leer,
hasta un punto rojo
a mi derecha
que avisa a los aviones.

Y de cara al temporal que adivino
majestuoso,
firmo el día,
me alejo de la noche
recojo el inalterable fuego del año 33
y con él acompaño al reloj por un silencioso país de cosas y de rosas
tras un vidrio doble transparente.

EL CLÍNICAS

Un paisaje con soldaduras y olor a carburo
Con el olor de las perchas

y de los cajones
de las mesas de luz,

raspando el moho de los inodoros
y de los inservibles
tubos de dentífrico,
con guantes olvidados en el revoque

y las fiebres
de todos los enfermos,

con el aire de los depósitos de la Morgue

y los huevos
empollados por la muerte

que la vida abandona en los departamentos

hicieron el viejo Clínicas
y lo pusieron en el centro de la ciudad

amarillo
sucio
grande

con una “trouppe” de perros que ladran
y otra de practicantes con la cabeza llena de específicos

.

Por las botamangas del viejísimo Clínicas
hay letreros de las huelgas estudiantiles
y una cancha de pelota
abandonada ,
y un sopor de nicotina ,
y árboles
con la copa de papel ,
y canaletas con el agua de trapo ,
y ruidos
en colores ,
y días con el viento de agua
y el misterio de los techos
que son pisos ,
y las luces de manteca ,
y ni siquiera son nuestros
nuestros propios nombres .

.

Sudan los platos con paisajes de las tintorerías ,
pasan mujeres
como quien muestra apurado una fotografía.

.

A la noche,
aparecen horizontes como baúles
donde se guardan los pañuelos de las despedidas ,
y la música gotea

por las antenas de las radios mal cerradas

en el tiempo que duran dos cortes de pelo .

.

Se sabe
de quejidos leves
como los pasos de las monjas ,

de botellones tapados
con una naranja ,
y almanaques de muchos años atrás
conservados como cuadros.

Se dice
de tranvías
con movimientos de mujer acostada ,

y gente que a la mañana
lleva el gesto de los dormitorios ,

el aspecto de las poluciones,

y las constelaciones de la sangre
borroneadas

A la noche ,
trapos negros salen de las bocas .

Mientras las señoritas de los avisos clasificados
hablan con sus novios en los zaguanes
las lucecitas rojas
del Clínicas

están filmando la muerte

tan de cerca ¡

.

Y en el patio del viejísimo Clínicas

apareció un estante “kermese”
donde encontramos
desde una leng�eta de zapato de color
hasta el Sum-Sum-Man-Bao (periódico chino) .

(�Taller de muestras�, Botella al mar, Buenos Aires, 1954)

EL SEÑOR SALVADOR NUNCA ESTUVO
EN EL VALLE DE JUJUY

La ciudad de Jujuy

como fino
prendedor

en el pecho alto de la República.

En la siesta de la seca bajaban por la calle
los mendigos

se ponían
los sombreros
de Velazco

decían palabras
que no se le conocieron
a Velazco

y amanecían en los bodegones
entre los enormes floreros de los cerros.

Los vidrieros
armaban horizontes de colores
no los vio Salvador

Las viejitas
se persignaban en los ríos donde lavaban
no las vio Salvador Unos niños
tendían las húmedas sábanas de la sombra
no los vio Salvador

y desde el malecón
habría visto
la estampida
la miseria
el valle

que también regalaron a Velazco

y a los plateros

que saben leyendas
y tienen juguetes perdidos
en sus vidrieras.

Cuando la noche llega
prende su música el rancherío
en el ovillo de luz de la luna

y qué noche
es la noche
si mugen
los ríos.

La gente
quedó
sin culpa
lloraba
o reía
conmigo

confiada
esperaba
conmigo

conmigo paseaba

pero un día me fui
señor Salvador y en el umbral
del valle

este trozo
de poema
cortado
en Junio

cuando
todavía
estaban
creciendo

el invierno
y el frío.

(�Todo lo demás es cielo (los cielos que volaron y los cielos
que espero�). Ediciones �buenamontaña, Jujuy, 1974)

EL VIENTO EN LA CASA

En Navidad se cayó la fotografía de Vicenta
y a Vicenta (floreciendo)
la heló la muerte

En San Gabriel se cayó la fotografía de Leonardo
y a Leandro (florecido)
lo heló la muerte

Y la Navidad alumbró por las jarillas
encontró a la gente pobre
y pobre su suerte

San Gabriel subió los valles
donde la gente es pobre
y con poca suerte

A la planta de maíz
ardida la encontró
la vuelta de los dos.
la vuelta de los dos.
y más pobre su suerte

Cuando se cayó la fotografía de Martha (abuela
vieja) en un asilo
nadie supo si era
San Liberato
Santa Margarita
o San Saturnino.

EN EL TIEMPO LABRADOR

Yo que ansío viajar eternamente
y eternamente sin partir me veo,
pensando en mi pasado y mi presente.
El niño en que viví, y lo que leo,
son los suaves amparos de estos días
y la justa riqueza que poseo.
Honrado por la vida, es sólo mía,
la principal labranza del decoro
plenándome de sombras y alegrías.
Es áspera herramienta que valoro
por ser grave de temple y soberana,
y a la vez, común e íntimo tesoro.
Yo siento al renacer cada mañana
que la luz inmemorial en su camino
es una flor reciente y ya lejana,
que en el antiguo andar donde trajino
debieran ser amor los sinsabores; que conozco desde mucho mi destino.
Y no tengo otro haber que estos amores;
este anhelar de verlo compartido
al cielo terrenal de las labores.
Y porque así lo pienso, convencido
que es aquí donde sigue derrotado
bajo siglos de cielo prometido,
qué horrible daño, qué inmenso pecado,
yo puedo cometer, si lo que espero
es verlo en este mundo liberado!
Viviendo solamente porque quiero
que el rumbo de la luz por donde sigo
me deje en ese mundo liberado!
Viviendo solamente porque quiero
que el rumbo de la luz por donde sigo
me deje en ese mundo verdadero,
Aquí en la noche de mi patria digo
cómo fueron mis tiempos habitados,
y aseguro y me tengo por testigo
yo será nada más que lo cantado.

INDIO DE CARGA

(FRAGMENTO IV)

IV

Ahí están tus abarcas.
Son como una vieja fuente de madera oscura
con cinco trozos de carne magra,
de la que salen, tensas y formidables,
la talla de tu cuerpo
y la perpetua borrasca de tu alma.
Yo se que un día verdadero
-esa hora en que la tierra toda cante
y el mundo sea un inmenso cáliz
de dulzura estelar y humana-
serás como una bandada grande
que aguantó toda la noche
para cantar en esa bendita aurora.

Pero aparta alcohol y cañazo
y aún nutrido de miseria
y de pan sobrado,
trabaja,
vela por ella.
En paz con todos tus hermanos,
imán de tu compañera y de tu hijo,
exhumarás el vaso, exhumarás al ídolo;
contemplarás lo que en ellos hubo
de sufrido trabajo;
reconquistarás el digno pan,
la decorosa vida;
y aquellos primitivos derroteros,
todos aquellos primitivos derroteros malogrados
por la rapiña,
a través de ti empalmarán con la historia
que funda y gasta, el sol paternal de cada día.
Viene del hombre metálico de la raza.
Desaparecidas galera y goletas, alucinantes
explosiones, arcabuces y socavones y nylon
reciente, te bautizaron.
Desde este hoy en que llevas la miseria
-horrible cascarón de ciénaga-
desde este hoy también abierto
como una magistral cala de luz,
brotaremos,
naceremos al poderío de tu cóndor y a la altura;
con todos los hombres naceremos,
y se hará la verdadera historia
a partir de anónimos, temblorosos vigías recordados
para siempre.

LIBERTAD

(América)

Cuando el hombre puso a sus dioses en el cielo,
en la tierra comenzó a esperarte.
Todos los oficios
fueron edificando el mundo
y miles y miles
de años y dedos endurecidos
colaboraron para este presente.
Cuentan que osificadas multitudes de niños,
madres ahogadas en los ríos milagrosos,
obreros prehistóricos,
no lograron verte
a pesar de que te buscaron
hasta con la última célula de sus cuerpos.
La leyenda no nos dice si eras pájaro,
estrella,
o planta,
y sólo nos cuenta de tablillas secuestradas
porque hablaban de ti.
Nosotros los americanos,
caminando por donde existieron las ciudades
o los imperios,
entre los siglos líquidos de los dos océanos
y con el viento que levanta la tierra de los siglos,
vemos que millones y millones de manos encallecidas
siguen edificando esta parte del mundo
y necesitan de ti,
hoy,
que sobre las ramas y los pájaros americanos
llueve.

Libertad,
te buscaremos fuera de las leyendas
y de la sangre de nuestros hermanos muertos,
y cuando la piedra y el andrajo,
que son los viejos testigos del dolor de América,
te vean,
si ya nosotros nos fuimos hacia los milenios,
por lo que de los talleres quede,
por la pulpa del papel honradamente escrita,
por las flores invariables que guardan todo
el amor que hubo,
ellos conocerán que nosotros te buscábamos,
ellos lo sabrán,
porque de la sangre silenciosa que se fue
por el subsuelo,
de todas las desconocidas fechas con sufrimientos
anónimos,
de la raíz milenaria de los pueblos actuales,
estás fundándote como un pan,
como el humilde pan que alimentó a la historia.

Así será,
porque no puede haber sido en vano
tanto dolor antiguo,
y tanto dolor presente soportado en la tierra.

(“Indio de carga”, Tarja, Jujuy, 1958)

LOS NOMBRES DEL TIEMPO

ERA EL TIEMPO en que ya había
comenzado a escardarse el jardín
provincial.

Los tiempos, entonces, se confundían.
Porque corría el tiempo de la piedra;
meditaba el tiempo del río, susurraba el
tiempo de los pocos vecinos.

Es el tiempo, decían esos mismos
vecinos, y lo miraban largo con
asombrosa hondura, y respetuosamente.
Lo colmaban de ritos, de creencias, de
maneras.

Mucho hemos dicho, o llevamos
dicho, acerca del tiempo (el tiempo del
Eclesiastés y el tiempo dialectal).

Siempre hemos luchado con el
tiempo, vale decir, con uno mismo y con el otro que también somos; con la flor de lis
del crecer.

Pero el tiempo más hermoso es el de
evocar y el de ver. Aparte del de crear
(en realidad, ¿se sabe cuál es el tiempo
más hermoso?).

Me imagino cómo habrán visto
prosperar el tiempo del Saber, el de
conocer, la poda cultural de formación,
el canto de los árboles en primavera,
aquellos viejos barbudos canosos de
Jujuy, el día que abrieron la puerta del
Colegio Nacional, por ejemplo (la
antigua Casa Nacional de Estudios que
ya se ha llevado el tiempo). O más antes,
cuando Belgrano donó sus pesos fuertes
para una escuela.

Don fulano, don zutano, don
mengano, cruzaron Jujuy: Lo hicieron.
Médico, abogado, ingeniero, peón (del
protomedicato, de don Sastrás, del
gringo cuando pasó el primer tren y se
perdió rumbo a Bolivia el último vagón
mientras a las orillas de la vía volvían a
machetear los peones).

Tiempo de reconstruir y de
vagabundear.

Fueron las primeras rosas del
transplante español. Años de honestos sacerdotes y
honorables beatas.

Niñas en calesas con ramitos de
anchusas.

Todo eso era la cultura, más alguna
sonatina de Clementi.

Más el beso de los enamorados, el
medapolán perfumado con vetiver y el
velón con el clásico de entonces
encuadernado en pasta española, pasta
entera También la cultura comenzaba a ser
olvido.

Era un poco la verg�enza, a la luz, al
ramito de luz recambiado cada día, por
el día o el año anterior que se habían
dejado ir sin mucha atención.

Así fuimos creciendo hasta la cadena
de supermercados de este día.

Y hasta el poema de hoy.

Hasta este saludo de hoy, desde una
hoja de diario en el cumpleaños de la
provincia. Porque este es el verdadero
cumpleaños, no el de la fundación de la
ciudad capital, o la separación de los
vecinos, o alguna otra fecha memorable.
Hoy cumpleaños. Casi en primavera.
Igual que el tiempo.

¡Salud, vecinos!

La cultura no la hacen los cultos
solamente. Regando la planta de cada día,
mirando crecer los hijos, viéndonos llegar
como en un grabado antiguo sobre la
página de este diario y este interminable
suceder, la cultura la hacemos todos,
porque cultura viene de cultivar, y
cultivar la provincia, que sepamos, mal o
bien, la cultivan todos.

Los primeros colonos que amasaron la
provincia ya están florecidos en leyendas
y retoñados en archivos y cancioneros y
refrescados en frisos orales y
encaramados en las noches provinciales,
en su estrellerío.

Están los colonos de los años de la
independencia. Cuando Mayo. Cuando
Julio. Cuando los pesos fuertes de
Belgrano. Cuando el tiempo se llamó
Lavalle. Cuando se llamó Asamblea
Constituyente. Cuando escribió el
Código Reglamentario. ¡Cuando tantas cosas!

Los tiempos del profesor Deluce
enseñando �las nociones secundarias� en
el primer Colegio Lancasteriano.

Tiempo cuando navegaba el Bermejo
don Pablo Sardicat, finquero del Río
Negro lejano, y aquí, el monte, lo recibía
con el primer canto de sus lapachos
rosas.

Cuando Hilario Ascasubi traía su
imprenta y fundía el plomo de los tipos
para hacer balas y enfrentar al
coraceador de Varela. El Felipe.

Cuando el tiempo se enredaba en el
pianoforte de Teodora Gay y caía al piso
de la sala, encantado y muerto
como un milagro.

Pasaba el tiempo. Las mismas estrellas
de ahora, el mismo sol, el mismo
nublado, la misma lluvia, que siempre es
una sola.

Era el tiempo, o mejor dicho, era
cuando el tiempo se llamaba Dolores de
Alcorta, maestra de música, o signore
Mazzanttini, profesor de �idioma patrio�
y filósofo. Era cuando Zegada creaba su
�hospitalito� y don Graz —que así
también se dijo del tiempo-, su
�Academia de Filosofía� y su diario
hasta que la calle con la casona donde lo
imprimían se llamó �la calle de la
imprenta� (la Sarmiento de hoy).

Hermoso debió ser el tiempo cuando
Jujuy, en barbecho, comenzaba a tener
sus primeros brotes que le nacían del
mismo hondón de la tierra. De la
madre — sangre — tierra.

Después, vinieron el Correo, el tren a
Orán, la Moneda, las Pesas y Medidas, los
Códigos, el alumbre, la fruta, la quina, los burros, las mulas, las Transacciones,
que les llamaban. Las ferias. Las carpas.
Los violentos carnavales.

Y algún violín de palo que todavía
sigue sonando. O algún pimpim
interminable en el tiempo.

Vinieron las cosas del Comercio.

Y una fábrica de cerveza.

Mientras tanto, Sarmiento y
Avellaneda (lindos nombres del tiempo)
mandaban cajones con libros de los que
algunos todavía existen en la encanecida
biblioteca del Nacional. Libros
en francés y la Novísima Historia
Universal de Renán, Michelet, Máspero,
Duruy y Taine.

Después vino el tiempo de los éxodos,
cuando tuvieron que irse llevando los
documentos provinciales en carretillas. Y
el tiempo de la Navidad con el palo
mayo; y el tiempo de la feligresía con sus
santitos de bulto y un tamborcito; y el
tiempo de chayar, como si sobreviniera
el fin. ¡Salud, de nuevo, vecinos!

Porque todos ustedes, están haciendo
Jujuy. Sus tatas, sus ñaños, y los tatas
viejos que tuvieron la barba como la
franja de esta bandera bendita.

¡Salud, vecino, en este día!

Cuando sobre la punta del recuerdo
del Jujuy colonial todavía suena el violín
de los Wilkinson y las ingenuas serenatas
desde los tagaretes y los coches de plaza
y siempre la misma luna viéndonos (¡fíjese!)
prosperar como a árbol de palo.

Hoy ya sos árbol, Jujuy. Agua te
sobra, con dos ríos como tenés. Gente
que te cuide y te pode, tampoco te falta.
Tenés el abono vital de muchas generaciones. Cuando florecés, en
cualquier orden, desde el libro y el
bisturí, hasta el fútbol y los guitarreros,
nos enorgullecés.

Y hoy es tu día, Jujuy.

La mejor ocasión para saludar a los
vecinos que te van haciendo.

¡Con usted, Jujuy! N. G.

(�Almanaque de notas�. Ediciones �Buenamontaña�, Jujuy, 1978)

MES IX

Ya vuelve el río de la primavera
volteando el pez, la lluvia, los amores;
ya vuelve y brama como una pradera
fundada por el rayo de las flores.

Ya las vísperas me andarán buscando
por las fragantes hierbas de los mares
y del Ande, y en todos los altares
donde haya agua de vida celebrando.

Y yo sé que por fin dirán que está
tras querubín en flor, muy arreglado,
con su moño luz de Jacaranda.

Y todos me verán enamorado
de la mano de Diciembre que se va,
con su moño luz de jacarandá.

(�Mes trece: el sueño de los doce meses� del libro
�Poemas injertados en pie de recuerdos�. Inédito. 1977)

MES VIII

Ángel Agosto, con lamas de viento
barre sus cielos de calcomanía;
ángel se bebe la parra contento
bajo la luna con su platería.

Y le amanece la pajarería
nadando sola por el firmamento.
Agosto baja por la geografía
crespa de la luz y el encantamiento.

Agosto llega con proveeduría
y un atado de limpia y su brasero:
viene a sahumar la casa el primer día.

Y con purga y con baño tempranero,
desata toda la milagrería
Agosto ángel, p�ntado en su sombrero.

MI CASA EN EL SUR

Un obrero de sol en primavera
fue talando por mares sin medida
la sola noche que arboló la esfera.
Su luz amó, y amaneció la vida.
Y ella fue por la pampa firmamento
el hombre con el alba de una herida
y este rincón donde se aroma el viento.

Yo te recuerdo, casa,
con tu calle de agua que se vuelve inmensidad,
y un tapial de piedras
sobre el que todo es cielo.
Y por este recuerdo lograré la paz,
si de tu pueblo,
bandera, libertad y mundo,
descubro el manantial de cristalino polvo
que remontado nutre sus presencias.

Parto de aquellas desvanecidas corolas y espinas
de pólvora
sobre mitos y pájaros que dormían en el mar
en las horas de tanto alumbramiento.
Parto de un presente que me asombra y entristece
al pensar que la vida
también es nuestra ausencia,
donde habrá otras claras mañanas como esta.
Siento a millones de hombres
que fueron momentos y son eternidad ahora
-inencontrable eternidad-
y gozaron de ese milenio interior y esperanzado
que permanece de uno en uno
así como en la sima del aire permanece todo el ayer
del mundo. Digo pueblo y nombro de una vez la vida
y el perenne sello de todas las cosas
de esta tierra sola, en la luz perdida.
Y evocando sus gestas tumultuosas,
radiantes en el polvo más profundo,
yo pienso que en sus manos laboriosas
cabe la sola libertad del mundo.

Casa, yo te nombro.
Cobijo generoso y grande,
patio de pueblo frente al barbecho del mar
que la primavera siembra nada más que de luz.
¿Qué será de los abuelos, como grandes niños,
dormidos bajo símbolos, memorando sus aventuras
por estas distancias,
ya con su cereal de oro y su ganadería?
Recordarán las vacadas y los gauchos malos,
las banderitas de los escuadrones,
el sismo de aquellas montoneras,
las premoniciones, las pulperías,
alguna lluvia torrencial,
un reloj de pared,
una primavera encapotada, algún bailongo, los deguellos, un jazmín del Paraguay,
o el celeste corazón del tiempo.
Recordarán a los hijos y a los federales,
los saqueos, sequía y temblores,
en fin, recordarán cuando eran buenos
o malos hombres, simplemente. Cuando eran hombres
sin retratos ni odas patrióticas,
sin que la posteridad los siguiera velando
entre las hojas secas de los aplausos.

Y así, cada vez más viejos en la muerte,
más polvillo de los equinoccios,
más el mismo amanecer;
lejos de los himnos escolares,
lejos de las estatuas a sus sombras
lejos de la muselina invisible en la ingenua y fúnebre
litografía,
ya hechos el mismo viento,
el mismo silencio doble
sobre sus andares y alamares con que se fueron,
sobre el punto en que interrumpieran su labor;
vueltos el mismo aire de la patria
por donde ahora van estas domésticas palomas
que encantan el domingo matinal de la vivienda.
Aquí, en este sur del sur, donde el tiempo casi deja
de germinar,
donde el musgo blanco de la nieve avanza desde sí
como una penosa vejez en la plena juventud del continente.

Soledad de río, afluente del cielo,
ola del aire que va suspirada
con lino escarchado y barbas de abuelo.
La rosa seca de las madrugadas
muere de otoño por leguas de historia:
la sombra del tiempo ondula callada
y en el mar del aire es única gloria.

Eres hospitalaria y triste, casa.
Conozco tu origen de fortín
y las conmovedoras estampas de tu nacimiento
con el primer ganado cimarrón, las vaquerías
y las aguadas.
Sé que no has vivido tanto
como para encontrarte solamente en el universo
de las bibliotecas
o en esas páginas que el tiempo
va agregando al final de cada libro.
Sé qué llegar a tus fundaciones
no es fácil ni seguro.
Comprendo que muchos de los nuestros
huyeron de ti, y huyeron de sí,
muy lejos de sus límites humanos
que los infolios y las colecciones todavía mecen
en un fragancioso mazo de epístolas, memorias,
documentos
bajo esta toldería de estrellas.Qué nos queda,
de tanto ser y trofeo;
de tanta música y hazaña,
qué nos queda?
De tanto sacrificio amor,
de tanto sueño,
de tanto mañana esperanzado como el pasado tuvo,
qué nos queda?
sólo la amarilla y emposada niebla de los libros,
la carmenada niebla de los viejos libros,
que el mismo sol, en otro invierno,
vive devanando con la tristeza de cosas perecidas.

De estoicos Marianos, Domingos y Manueles,
baja la historia,
y por la ciudades y los campos se deslíe;
remonta la soledad del otro horizonte,
la infeliz soledad de la patria;
vuela como un memorable médano de luz
y no hay lugar donde asiente,
ni para qué asentarse:
volados son los campos
y yermo es el suelo colmado de esta patria. Sangre, jornadas, cielitos, cifras, voces enamoradas,
¡tanta cosa enamorada!, heroísmo, vidas y más vidas
gastadas por la idea. Magnífica referencia de varones
y pureza tiene nuestro tiempo.
Clarinadas y orgullosos, desesperadas luchas,
campañas titánicas, cosas increíbles de fusileros
y cárceles,
todo surge en el rumor del cielo
como una industria lejana.
Medallas, espuelas, lazos,
plumas inocentes, tiradores y tabaqueras,
fusiles, muchos fusiles, reimpresiones, folletería,
facsímiles, bandos, trapalandas, patricios, costeños,
miradores y �cristianos�,
banderas, chaquetillas, correspondencias de coroneles,
herramientas que hicieron la historia, utensillos,
briznas del tiempo,
quién ahora las merecería?
¿Quién merecería escribir ahora una cuartilla
con la pluma de aquellos presidentes?
¿Quién podría reposar, guardar su dueño
de sobresaltos culpables,
en el camastro del �Manco�?
o indicar el aire, nada más que el aire,
con una espada de la independencia
o las viriles, después de todo, tizonas de las fundaciones?

Los vientos de las fronteras
intercambian el común aroma americano.
Remigtons y ojos florecían
igual que el cardo negro del invierno.
La gente partía en sus caballos, huía,
y en el patio de atrás
crecían las verbenas y campanillas de los pastizales
para los regresos o las muertes lejanas.
Poco a poco las postas se iban tras los años
y un pan agrícola, dorado, adorado y escaso,
inalcanzable y aromado
como una hostia comunal e inmensa levantó su paz de hogar que recogió alta la noche
en su lejano y vacilante arder.

Debajo de sofismas,
definitiva y única, como el agua,
está la historia.

Un silencio de cuarto artesanal
hay en ella;
un silencio de tarde radiante y desierta.
Una mariposa terrenal y celeste,
el poblado silencio de las cosas,
el aire mismo, se han ido, pero yacen; viven pero ya no están.
Es la historia.
Momento, y terrón, y un inencontrable
y estos ojos son
la historia.
Pero la historia es según quién la cuente,
y algo más. Siempre algo más, igual que la poesía:
es estudio, conclusión, sistema,
ciencia, sueño, individuo y pueblo. Y siempre algo más.
Un niño y millones de hombres,
una aldea y un continente,
el mar, el cielo del mar y la tierra del mar,
treinta siglos y un minuto,
María Estuardo y el obrero de la madera,
los jardines de infantes y el satélite,
estas líneas
y el mundo de líneas escritas y perdidas y vueltas
a encontrar
por el hombre.

Aquí en mi patria,
existen más de quinientos años de historia contada;
más de doscientas mil lunas y el sol a plomo,
y mucha bondad, ignoracia, bestialidad,
sabiduría, conciencia, traición,
frivolidad y hambre y riqueza.
Doscientas mil lunas en que una parte de mi patria
también fue la infancia del mundo.
Pasó de la toldería, el chiripá y la montonera,
a la aventura, el robo y el �último modelo�.
Doscientas mil lunas con un simple destino de cardo
y otras tantas �progresando� diariamente.
Pero esta mariposa celestial y terrena,
este canto que vuela y maravilla de hombre en hombre,
inasible y mudo y polvo, tiene sus doctores, sus financistas, sus funcionarios,
sus viboreros y sus teólogos,
sus funestos, en fin, que la arreglan, la presentan,
y declaman y gobiernan
embalsamada.
Y tiene una corola lejana en el lucero del alba
a donde va, y regresa, incesantemente.
Y también un halo en cielo azul nocturno
y un sueño de acero en flor.
Porque la historia es incluso lo que no quieren
que sea;
lo que el hombre ha dicho con la música también
es historia.
Hasta en el futuro está la historia.

Esta noche el otoño entró en mi casa;
dejó afuera rastrojos de neblina,
Conversamos, y él me cuenta lo que pasa
en su eterno volver, donde germina:
-También soy mundo, y en mi agraz aurora,
vieja luz me avejenta y avecina,
veo al hombre que lucha y se enamora,
que en la madre lustral de nacimientos
dolido busca un ala emperadora
para leguas de libres pensamientos.Construcción de sueños, patria mía,
milagro de hombre y faenas,
paciencia de oficio y sindicato.
Las ausencias que te amparan,
las memorias y los huesos de tus muertos,
los que siguen puntuales
desde el ayer imperfecto de sus obras
(con sus ropas y razones de la época)
te vuelven nidal de primavera,
íntimo rincón en el planeta,
enternecida acequia por donde corre este tiempo
de luto dorado.

Y es allá,
en el borde mismo de tu patio,
donde cielo, agua y tierra,
ya son inmensidades.
Sobre la vana materia de estos sueños,
detrás del azul,
nacen y mueren las flores del mundo,
graves, serenas, frías,
independientes de los hombres.
Un perenne jardín de auroras
nos preside,
y este juego,
este trabajo de espinoso silencio,
-este dialogado monólogo por el mañana-
aquí, desde mi casa,
quiere ser una mínima contribución a la vida…

…mientras el mar se sigue por el cielo
y el cielo vuelve por el mar,
eternamente. Hasta donde nace el sur es patria celebrada.
Cristal de su ventana es aquel cielo polar,
tiene al frente un baldío de noche alucinada
con estrellas que bajan solamente en el mar.
Con sus parvas de otoños la tierra va girando
y rosales que nadie termina de soñar,
la lila que no existe se sigue deshojando
en auroras y ocasos de intensa brevedad.
Allá la lluvia vence su tallo blanco y blando,
por milenios de vientos de lenta inmensidad.
El contempla a su patria. Es el mundo y el hombre
y este simple poema que dice mi verdad:
lleva liado un bejuco de cosas en su nombre.

Ahora que siento a mi casa / en estas dos avenidas
que llevan al sur bajo un cielo de primavera, / a las
cuatro de la tarde, / en Jujuy, caminando. / Un día
de septiembre de mil novecientos sesenta y dos /
interrumpo este poema, / que incluyo aquí, �en el tiempo
labrador� / libro con algo de noche y algo de aurora,
como los años en que vivo. / n. g.

(�En el tiempo labrador�. Ediciones �Buenamontaña�, Jujuy, 1966)

NELLY

Mi infancia fue como el campo
a las orillas del pueblo,
con camino al horizonte,
un horizonte sin término.

Ya ni sé si lo que anduve
y desanduve sintiendo
es aquel campo de lino
florecido contra el cielo.

De allá, no me queda nada,
y soy aquí forastero;
llegué por unos poemas
que todavía no tengo.

Me vine volando solo,
luz y noche, como un ciego
pájaro que ensaya el alba
de su canto verdadero.

Hasta que un día encontré
por hojas de un cancionero,
el ala que me faltaba
para seguir en el vuelo.

Si cada Septiembre vuelve
vísperas a cada leño,
me verá que siempre sigo
aquel horizonte viejo;

que ya lo vivo despacio
y por amor, sin recelos.
Soy en rama engalanada
con viva flor y sereno.

Sombra mía que me cuidas
la niñez, casa y secreto;
pastorcilla de la música
que me proteges entero. Los dos solos y con muchos
vamos buscando los sueños
por los caminos del sol,
por un camino de adentro.

Todos están en la tierra
y todos tocan los pueblos;
señora de la esperanza
no nos prives de ese empeño,

cabezal de nuestras vidas.
En él están los misterios
de aquellas cuestas del alma
en donde vela lo entero.

Aceptamos esa ley,
sin que hubiera juramento.

…y la luna sin edad,
siempre de paso y regreso…
de tanto querer el alba

somos de ella prisioneros;
de tanto sentir la vida
somos la vida y su cielo;

nada más que por amarnos,
somos un solo recuerdo.

PLACITA CORONEL JUAN CASERES
DANDO FRENTE A LA IGLESIA DE UQUÍA

Ahora te acompasas y te duermes con las olas de la
piedra,
después de retozar años
de cerro en cerro,
de castillo en casa,
de circo en torreón,
de farola en corral
y plazuela.
Suceden álamos tras álamos
de otoño
apuntando al sueño azul
por donde desampara la tarde
de domingo.
Ahora te consumen
los colores,
la rica rica,
el llamar de la urpila
al abrirse la mañana
y las carabelas de luces
te repasan por los días
con sus muchas tristezas
que vuelan y revuelan,
solas,
como palomitas de tierra
empollándote para siempre.

Luego suenan
todos juntos los armonios
tabicados en olorosas sacristías
de siglos
con tabernáculos de maderas extrañas y mendicantes y doblados tallistas
dorando a la hoja.
Queda en reposo la capilla sin campanero,
ni armonio,
ni badajo,
al atardecer,
cuando el álamo suelta mariposas
amarillas,
transparentes y cálidas,
que por el altar azul
se pierden
como papelitos de una fiesta.

Como un propio,
vegetal,
van hacia el frío alto
donde ya la noche ha parado su osamenta.

Para siempre te pasean carabelas de colores
cargadas con las sombras compactas de la tierra.

(�Libro de razón —con archivo, almanaque, santoral
longitudes, tablas y efemérides-�. Inédito. 1977)

POSDATA

Las calles tienen dos filas de luces
de gas; la plazoleta, cinco lámparas. Puedes
ver el �Restaurant Carlitos� con su exclusividad:
�el bife mundialito�; el �Bristol Hotel� con �snack-bar�,
el �Restaurant y Hospedaje
La Herradura� con �menú fijo, tres platos
y postres 700 pesos Ley�, el �Hotel Norte�, el �Savoy
Hotel� con �restaurant a la carta� y el
�Asor`s Hotel�, al lado de �Tómbola 22�.
La pirámide truncada es más bien un obelisco
rodeado por una mínima
verja de hierro
pintada de azul.
Y más obelisco
pareciera el dedo índice,
o la nariz,
del pueblo enterrado, sumido.
De los hoteles,
salen las enredaderas del mediodía,
brotan las comidas y el rumor
de los vinos en jarra.
En la playa del ferrocarril
maniobra una diesel sola.
Silba. Escaso es el tráfico
por las calles. En verano
es aún menor.
Un solo banco de material,
a sol pleno,
sirve para sentarse a contemplar este parco
homenaje.

(�Eucalar celeste, lapacho rosa —y otros nombres
del tiempo-�. Inédito. 1978)

POSDATAS

Todos hemos amado

y conocido el Romancero de los Jardines
la partitura nocturna olvidada en un banco
la luna velada
el farol lejano
el corazón de nada de la nieve
la pequeña frente
el vidrio empañado
la niña desconocida y linda
y el verso pasado de moda
que recitaran parejas enamoradas

Todos hemos amado y conocido

la humildad
la tristeza
el acordeón en los patios oscuros y pobres
la Dama de Noche cerrada de día
la mariposa en la tulipa
los postres de una tía soltera
la familia sentada a la vereda
la criatura que lloraba por el grillo.

Todos hemos amado y conocido el silencio
la fuente de marmolina
la llovizna en el parque
las hojas aplastadas
los telégrafos en la noche
las tormentas que discurren por los campos
la luz mortecina
los ríos que viajan
y en catedrales que duermen con la cruz torcida
los altos vitreaux con nidos estremecidos.

Todos hemos amado

La Pastoral
los veladores rosas y lejanos
las ranas de lata
la casa donde ya no vive nadie
las mujeres solas y de paso
la primera gota de la lluvia
el caer prematuro de la lluvia
las débiles columnas de la lluvia
donde se apoyaban la orfandad y el hambre

Todos hemos amado y conocido

las hermosas calles de la vida
el domingo con su matinée
las avenidas desiertas
el balcón cerrado
los adustos perfiles que sueñan
los labios dóciles
los ojos rasgados lejanos y verdes
lejanos y bellos Todos hemos recordado

Cuando deshechas monedas de agua
saldaban el gasto que nos dejaba el día

y los visitantes ambulaban
y la orfandad seguía …

SEÑORA

Madre
asómate y mírame.
Deja de tejer
ese azul de siempre,
desde que yo era chico;
deja de preguntarte
en ese espejo de mano de la luna;
deja al sol
correr como el ovillo
de lana
por el cielo.
Deja tu tarea
madre,
y mírame.
En mis manos
tiembla,
el color de mis ojos.