AULICINO, JORGE
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Soy el escriba del Partido y de los documentos desclasificados.
Escuchad los que no habéis querido escuchar.
Con sangre de mongoles, de ucranios y de eslavos suicidas
se alzaron las columnas de humo del triunfo vuestro.
De los campos de la horda salió el acero que permite hoy
la victoria de los burgers, el relativismo y el ocio.
Antes del día D estuvieron los días Z del Frente Oriental.
Allá se amasó en sangre y pantanos nevados el día hueco.
Con un viva Stalin en la boca se iban los muertos
y los vivos seguían con el “a Berlín” el camino oscuro.
Habéis visto películas de la sangre y el miedo
pero poco supisteis del Frente Oriental.
Antes que la carnicería del Canal estuvieron
los millones de muertos del Frente Oriental.
Honor, camaradas de estiércol, a los muertos del Frente
Oriental.
No fuisteis a Berlín a rematar al Maldito
sino a detener la ola roja del Frente Oriental.
Cada bocado y risa y zumbido de autopista
se lo debéis a los camaradas del Frente Oriental.
(De Cierta dureza en la sintaxis, 2008)
4
La comadreja representa a quienes estuvieron deseosos
de la palabra divina, pero que nada hacen con ella
cuando la han recibido. Y crían en las orejas.
La comadreja representa a quienes quisieron la gracia
y la gracia les fue dada, para nada.
No te muevas si encontrás a la comadreja
en la escalera o en el asiento de un taxi.
Reptará su pensamiento hacia lugares hollados,
porque, segura de la gracia y la palabra,
no se le ocurre qué hacer sino vagar
por donde hubo ciudades que los ejércitos
aplastaron con botas y llenaron de condones.
Más bien continúa construyendo el merecimiento
para que descienda la luz blanca o celeste sobre vos,
cuando realmente te distraigas en tu trabajo de desollar,
carpir, doblar, aventar, guardar o sacudir.
Aunque andes descalzo por los muelles ásperos
de tu propio pensamiento, habrás de distraerte profundamente
para no recibir en vano la amistad del reino,
para no deambular con la comadreja.
CAESARS PALACE
Redoble de platillos y un metrónomo en el paisaje.
No hay vida natural tras las ventanas.
Como si todo hubiese sido levantado
por gitanos del espacio que no conocieran el fuego;
cuyas manos hubiesen estado entrenadas por siglos
en el manejo de rayos, en la fabricación industrial del cosmos.
De Las vegas, 2000
DINASTÍA HAN, 194 D.C.
Bien lo dices: “Qué clase de emperador
soy que no tiene morada y habita un país en ruinas”;
el entendimiento en ruinas, asimismo.
Hice dádivas,
mientras tallaba mi palacio en oro.
¿Los que invaden mi reino son pueblos justos?
¿Todos beben según su necesidad en los ásperos campamentos?
¿El líder es probo?
De nada te sirven estas preguntas.
Planta tú mismo el arroz devastado.
Únete a tu pueblo.
Naufragará en el Yang Tzé el pensamiento único.
En cada uno de los Tres Reinos
habrá una semilla de verdad.
La espada tiene término.
Donde quiera, el Espíritu soplará.
Y dirá incluso Cao Cao el poderoso:
“Aun las serpientes aladas
se convierten en polvo”.
EL CAIRO
¿Por qué no decir que estoy en la otra costa del Atlántico donde
comienza esta respiración, donde está el centro de su pálpito?
Más cerca imaginariamente del pecho emisor, pero no tan lejos,
no demasiado lejos de la verdad, de la naturaleza de este respiro
africano de la ciudad en que vivo.
En El Cairo buscamos el café en la calle del mercado
al que solía ir el Premio Nobel, un sitio detestable, la calle; un lugar
provisorio y ligeramente fresco el café con mesas cubiertas de hule,[creo.
Un sitio detestable, provisorio y tan antiguo a la vez
que todo parecía estar ocurriendo el día en que el hombre descubrió[sorpresivamente
la mercancía. ¡Oh cornucopias, pasteles, panes frutados, especias,
vinos, telas, miel, ébano, madera, hojalata, esmalte, terracota, tabaco!
Ah la abundancia y el ruido; el exceso y la plata, el dorado y el[narguile lento.
Sucios pies, sucias sandalias, sucias camisetas, turbantes,
manos expertas en relojes de imitación, en vituallas, en cajas,[como acá.
Oh el valor de cambio cubierto sin embargo de ese otro valor[—no el número—:
la variedad, la abundancia, el excedente. Nunca fue tan plena la[realidad.
Uno y todo: el pálpito africano, el dinero metálico, sonante,
la textura del objeto, su color, la aceituna de sabor
indescriptible, el dátil.
He aquí el café pues, cómo no entenderlo. Un hombre no sería[nada sin café y tabaco.
ESTACIÓN FINLANDIA
Libertad es la necesidad conocida.
Engels
Y sobre la precisión, y sobre el armado de aquella relojería
que implicaba vidas en las leyes de la historia, el viento de octubre
rugía. Sabés, no era el nido de la cig�eña ni el jardín de los cerezos
sino su luz, la que, derrumbándose, provocaba el desapego,
otra alienación. Ni de fraguas rojas como el cielo
era el porvenir en los ojos de ciervo de los nuevos obreros.
No era lo que se perdía, no. No lo que se ganaba.
Era todo torvo, metafísico, de uno y de otro lado.
Y sobre aquella vastedad del clima al que se abandonaba todo,
tu dedo desde el camión blindado.
No era el jardín, era su luz;
no era el futuro, sino su hueco.
“¡Todo el poder a los soviets!”, tu dedo.
No ha lugar a semiclimas. Este es el momento,
mañana será tarde, ayer era temprano.
¿Alguno vio que ese momento sagrado de la historia
—lo que va del ayer al mañana— era cimbreante vértigo?
O algo distinto al vértigo. Un momento de nada. Hablando en[rigor,
un momento ahistórico (ni los de arriba ni los de abajo pueden[vivir como hasta ahora).
Ciego, entraste en el hueco, sin voces. Y tras de vos, el soviet.
¿Qué sería ahora de la nueva asamblea? Una torsión en los siglos,
una extrema prescindencia, un cántico vacío, un oratorio, un canon.
A partir de vos, la historia fue irreal. En cierto modo —en un modo,
en el único modo—,
dejó de ser historia. Fue de nuevo el páramo duro de la religión, no[humano.
En tus secretas charlas con Hobbes, resolviste la partida de esta[forma:
Si los dejamos librados a sus intereses, estos potros desnudos,[hambre y fusil,
van a la organización, al gremio, a la palabra hecha objeto: salario,[salario.
Nuestra luz, amasada en alguna comarca de la lógica, en un sitio[atestado,
revelará el destino que calzaremos como un guante de acero.
No pudo con tu cerebro tu cuerpo tártaro. Paralizado, mudo,[dictabas todavía cartas
al Comité Central.
Pero todo había cambiado ya: se organizaba lo rampante según el[dictado
de una máquina de acero que era imposible parar.
En los parlamentos europeos se veían las caras, cara a cara,
pero en el soviet había caras tan despejadas de engaño que apenas[conservaban
el color del surco, la rojiza luz de los talleres.
Los hombres no fueron tratados ni como cosas: fueron tratados[como ideas.
Y todo el Partido, toda la historia, se convirtió en ideológico erial.
Todo fue irreal, y tragó sangre, madres, olores, el silencio sagrado[del trabajo.
Coraje, Lenin. Borbotea de nuevo el alcantarillado de la historia.
Estos son hombres, estos son hombres, en las vacías ciudades[nuevas.
Habemos hombres y chatarra. Hombres que saben de un modo[confuso
de aquel intento de entender, en lucha cuerpo a cuerpo, de qué son[objeto.
Millones quedaron allí, en el descampado sin historia, por entender[la historia,
por cambiar la historia sin entenderla, por trascender lo vano y lo[nuevo.
Millones, por ser en la luz infecunda del cielo.
Millones por vos, por tu dedo señalando lo más privado de historia,
lo nuevo privado de historia: el poder de los soviets. La libertad.
(De El capital, 2010)
GRIMM
NBC, 2011-14
Los Grimm, sus antepasados y sus actuales
descendientes pueden ver (y cazar) los monstruos
de nuestra carissima imaginación
en sus mil variantes: lobizones, hombres-tigre, hombres-serpiente,[y también hombres-conejo y hombres-pájaro (cuando digo[hombres quiero decir hombres y mujeres). Heredero
de esta dinastía de cazadores,
nuestro héroe es un detective de la ciudad de Portland
en el Noroeste de los Estados Unidos, quien
es el primer sorprendido por su poder pero trata de actuar según[la ley
(de todos modos se despacha algún monstruo de vez en cuando).
Se hace amigo de un lobizón que trata a su vez
de vivir armoniosamente con humanos, es vegetariano,
toca el cello y hace Pilates. Las cosas se complican con algunas brujas
y se destapa una conspiración internacional de dinastías de monstruos,
culpables de muchas cosas en la historia, entre ellas el nazismo
—y hoy muy cerca del poder—,
con sede en Viena.
Así alejados de lo humano, del otro, del semejante, del hermano,
de la real carne del espíritu, caemos en una singular sicopatía
que nos llevará a la más perfecta autodestrucción.
¡Queridos escritos de Marx! ¡Hordas de Lenin!
Os ruego llevadnos a una de las tres fuentes del marxismo, *
el humanismo —y el humanismo cristiano—, donde cada muerte
es una Crucifixión, donde cada captura de la alienación es[estruendo de campanas,
puertos incendiados en el Poniente, hachas hundidas en el Mar[del Norte.
* Engels
HAY TÓRTOLAS�
Hay tórtolas en los senderos de las hijas,
todo aquello que era una bonita encrucijada para vos.
Un camino bajo un cielo borrascoso,
emociones con que un dios amable y rengo les habla.
No saben, tal vez, lo que sueñan o las aterroriza
en el movimiento de los helechos o en una canción.
También para ellas la tormenta trae sombras
pero trenzan resoluciones distintas.
No vivís sus mundos aunque quieras,
ni los de muchos otros que a su vez ven tu máquina de faro
gastarse, sin lubricante, loca,
como quien decide que el rayo que arroja
escribe una realidad tangible, áurea,
donde hay liebres rosas,
moluscos dorados.
No podrán enseñarte aquello que no saben,
lo único que debería poder enseñarse.
Ellas llenan la noche,
el tejido transparente del cielo vibra
en la ventana, delante de tu máquina.
Hay astillas de vidrio en la pantalla
donde querrías escribir un artefacto plausible,
un relato donde se arme con precisión
aquello que no pudiste decir,
que, suponés, otros no pudieron,
y de lo que dan pobres señales las palabras,
los ojos,
aun los hechos, duros.
(De Máquina de faro, 2006)
OLIMPICAS 2
Prometeo liberado de sus cadenas
va con ellas
por la calle golpeando a los falsos ciegos,
a los inválidos,
a los menesterosos,
como si todos ellos
fueran mercaderes en el templo.
He ahí
dice Zeus,
el resultado
de condonar, compadecer, indultar
y, por así decirlo,
el resultado general de la piedad.
(De El camino imperial, escolios, 2012)
SAINT GERMAIN DES PRÉS
El viejo temor. En una iglesia de París
encendí una vela y no supe —aun con mi más
ferviente deseo penetrando mis huesos,
como el frío entre aquellas piedras medievales—
si podía creer, si me era dado creer, si mi fe era cierta
y aceptada. Eran indescifrables los labios
de la Virgen en aquella piedra tan gastada.
El viento, no el de ayer, no el del Quinientos,
un viento frío de hoy —aunque puro en cierto modo,
o puro contra todo— apagó una vela. Creí que era
mi pequeño cirio, mi querido cirio, el cirio de mi deseo, rojo
en su cápsula de vidrio. Y aun creyendo
que había perdido todo, que la boca de Dios
o del Averno
o del siglo
lo había apagado,
lo volví a encender
con el mismo encendedor de plástico.
Y luego de rezar de algún modo, me di cuenta
de que no era mi vela la que había vuelto a encender,
sino otra, la de al lado, chamuscada, vieja, ennegrecida.
Fui raramente feliz y lo confieso.
Sin quererlo, había avivado otra plegaria,
un rezo desconocido, el rezo de otro.
SE DECÍA
Se decía: el tiempo es bueno —no habían comenzado las matanzas—:
me refiero al paso tranquilizador de los Ford a bigote
por el fondo nacarado de una postal de balneario.
Siempre apacibles los tiempos pasados de la nobleza burguesa,
y aun de la burguesa plenitud de los barrios “un poco alejados”.
Siempre apacible la infancia, en los suburbios incluso llena de misterio.
En este momento yo comienzo a retroceder, me tomo de una estaca,
miro un muelle tormentoso, no es de acá, es de alguna novela, de[algún sueño.
Aquí esperan jornadas de invierno y calor, con las llaves prestas[para volver
a casa, con la santidad del gato, con los libros que se doblan y deshojan.
Nada, absolutamente, nada más, y el regreso imposible.
Habíamos, lo saben, preparado el sacrificio: era perfecto, pero algo
salió decididamente mal. La víctima propiciatoria tenía recursos.
¿Por qué es tranquilizador el tiempo de los objetos viejos?
Hemos sido capaces de arrancarle la angustia de lo irrecuperable.
Son un modesto paraíso atravesado de brillos pequeños
pero palpables que ya no pueden fructificar en el futuro.
Y eso no nos causa desazón, sino el acostumbramiento
a que los siglos pasan y fijan siempre en sus cielos
la posición hacia la cual, si hubiésemos avanzado, quizá,
todavía, habríamos alcanzado esas planicies auguradas
por las letras de interminables novelas, sobrevoladas
por halcones, con un trepidar, un gusto de tormenta
decididamente mágica: algo que nos recibiera, angélico,
diciendo: Y tú, y tú, baja la mirada, olvida la letra.
(De Libro del engaño y del desengaño, 2011)
TARDES CELESTES
Esos hombres no son baraja, ni dioses, ases,
pero llevan en cierto modo una coraza tan
trenzada a la carne, que no abyecta ni melancólica
ni aun sensible suena su voz lírica
-opresos son de su sensibilidad, contra ella yugan.
Hombres de esquinas amarillas, que no rosadas.
El facón tirita como su único huesillo en sombras.
Blanco es, se diría ebúrneo, pero es hueso o puñal,
según la metáfora se vea.
Sobreviven. Grandes poetas nuestros con olor a manta,
a aguantadero, a bebidas de otoño, a altiva herrumbre.
Querés seguir, como Juan L., el tránsito de la tarde, en detalle:
variaciones del celeste, brillante sobre los edificios, más allá
marítimo,
y el discurrir, el paso, la física de su tiempo salvaje te detiene.
Canta una torcaza, algo, entre edificios urbanos, el humo
sube en fríos nubarrones entre esos palazzi que te recuerdan
los amarillentos monobloques de la República Democrática
Alemana:
un invierno fallido, una eternidad que no fue.
(De El Cairo, inédito)
TODOS SOMOS EL ÚLTIMO ROMÁNTICO
¡En esa compleja metáfora, agitando el fondo,
estabas tú!, Bécquer me grita bajo las arcadas
de un viejo mercado a oscuras y vacío. Que esto
explique el uso del “tú” provenzal en el siguiente texto:
Como una mantarraya, como una anguila,
te movías chupando y oscureciendo la sal,
la arena, los restos, los viejos neumáticos hundidos.
Manta birostris,
elegante en aguas oscuras
y narcisista fugitiva.
—No es esa mi función —repuse—.
Llevo en mi sangre un monumento gótico,
alzado como esa lanza mora en tu linaje.
De las mismas arenas, por distintos rumbos,
llegamos a los hemistiquios godos.
Y cuando rocen los siglos ululando
nuestras sienes en un combate semi-trágico
en Andrómeda o en los límites, al menos, del Sistema,
seremos aún africanos, Gustavo Adolfo, tras el vidrio
esmerilado y la radiación infrarroja de tu escudo.