A ORILLAS DEL ASFALTO
Allí nomás, a orillas del asfalto,
de los pasos de charol y la ceguera,
la cintura del dolor quebró la tierra
y echó frutos de barro,
frutos sombríos.
De su vientre sin calor,
—como pequeños pájaros huraños—
brotaron niños oscuros,
niños entre basurales,
almas y pies descalzos,
alas quemadas
al borde del nacer,
quemada la alegría
y el amor.
Allí,
sin peldaños para el quizá,
sin otra cosa
que el barro apretando la sangre
y las mendigas manos ateridas,
sin otra cosa
que un hoy sin raíces ni mañana,
una cadena de durar, un día interminable
para subsistir y ser crucificado.
Allí detrás del celuloide y la poltrona,
a diez minutos del querer,
del corazón sin vendas,
jornalero
del amor y la esperanza,
está también la mesa múltiple,
la miel, y el pan a ser multiplicado.
Aquí,
lo que nos sobra y en otros es vacío
y tal vez la vara milagrosa
que devuelva su infancia a cada niño.
ANDAR CONTIGO
Andar contigo era andar de cómplice
arañándole a la sombra las abejas
de luz, los arabescos caprichosos
del color y la luz
en rascacielos.
Andar de buen aire en las caderas
peleadoras,
sintiéndote estallar la sangre
en tangos,
la voz en júbilo
creador,
en ciudad
terca
y desvelada,
bucearle al tango una ciudad entera,
una muchacha
buenos aires, un surtidor
de sueños rezongones
que el pulso del aire te instrumenta.
Era encubrirte el fuelle corajudo,
andar contigo y noche a calle abierta,
a sótanos, contigo,
a irrespetuoso alcohol en jetas
tristes buenos aires y qué llanto carcajeándole las penas.
Era cobrarte el vino de algún beso
con terrazas,
con locura,
con estrellas.
Y qué más,
qué más que ser tu cómplice,
andar contigo de hurto compañera
y un buen día embolsarnos buenos aires
en tu bandoneón caliente hasta que suba
macho mordiéndole las tetas a la noche
muchachamente vieja.
BUCLE DEL DÍA
Bucle del día.
Sol menudo sembrado en la mañana.
Nada más flor,
más espuma del aire,
más tenuemente pie sobre la vida.
Nada tampoco más canción de cuna
que la de la luz entera al recibirte
tiernamente semilla.
Retozo del silencio,
tu voz como ninguna pequeñita.
Casi un espacio ocupas y eres pluma.
Casi un contorno frágil y eres brisa.
Todos los sueños tengan tu estatura,
tu dócil manera de estar fuera del sueño,
cantarito de risas.
¡Nada más tú, más ángel,
más Marina!
EN QUÉ MARGEN DE LA VIDA
¿En qué margen de la vida andamos todavía
inventando caminos?
Hemos quemado sangre, pedacitos de muerte
hasta encontrarla justo en su tamaño,
en su cáliz herido.
Pero es preciso vivir.
Precisa mucha vida,
mucha de amor, de cosas que nos unan,
de cosas para todos los anhelos,
de pan de estrellas en tiempo compartido.
Si la soledad no fuera con harapos,
la miseria con niños,
con astillas de luz a tanta noche,
a un tiempo de tanta noche,
detenido
en cosechas de hambre,
estaciones de llanto,
de jornales durísimos.
Es preciso vivir. ¡Cómo irse hasta el hueso si en las calles
se pierden tantos sueños
sin destino!
Vivir semilla y fuente.
Arar huertos ajenos.
Hacer del trigo
granos de amor universal,
del agua trigo.
Es necesario amar.
Crecer de amor.
Haberse visto
el dolor como una flor multiplicada
con raíces en todos los latidos.
¡Preciso amar porque la muerte tenga
justo el tamaño de un vivir cumplido!
EN UN DOCE DOLOR
En un doce dolor me hirió tu sombra,
los dos perfiles de tu gran silencio.
¡Oh tú llena de voces en augurio!
¡Oh tú, pétalo del aire,
tu pequeño alfabeto pequeño inestrenado!
Si me quedara al menos,
si quedaras
en un eco de flor una pestaña
del aire de dulzura que ocupabas.
Porque estás menos Marina que la tuya,
la que venía a ocupar su sangre enteramente,
su color, su aroma, su sitio tan de ella,
tan único que sin ti ya no habrá nadie.
Tan lamparita eras,
tan ventana a la vida iluminada,
que te miro así con tu pequeña muerte
creciéndote de alas,
de tiempo sin tus tibias batitas, tus pañales,
sin aquellas maravillas que encendían
la miniatura de tus carcajadas y grito el gran error que te guadaña
el capullo, el brote tierno,
todo tu sino de vivir, el que traías
en fechas de crecer y festejarte
ser Marina y estar entre nosotros.
Porque hay en el amor también un sitio
que es tuyo solamente,
que tiene solamente tu tamaño,
tu poquita presencia,
y seguirá ocupando siempre tu distancia,
tu capullito roto,
tu acaso estar en otra parte lejos
donde te festejan ángel para siempre!
LOS ECOS
Dónde aquellas palabras que solían
sembrar eco en los rincones de la casa.
De las ventanas el eco misterioso
al abrir y cerrar de sus pestañas.
En cada cuarto el eco de los pasos.
El eco de una luz en cada lámpara.
De inciertas vidas los ecos desperezan
melancólicos,
sonámbulos fantasmas.
Ecos de lluvias en el patio abandonado
donde en baldosas rotas
retozan ecos de los juegos de la infancia.
Desde el cuadro olvidado,
aquel retrato,
una sonrisa,
destella ecos que agrandan la nostalgia.
Hoy que he vuelto buscando alguna cosa,
algún libro, un recuerdo, ese retrato,
una memoria
que tal vez también dejé olvidados en la casa,
al cerrar tras de mí la puerta que no abriré ya nunca
me persiguen los ecos
y de pronto
un eco gigante se hace voz en mi garganta.
LOS LÍMITES DEL TIEMPO
Y cómo si la luz
semblante en llamas
de la noche eterna
fluye un momento equivocada,
esgrime
el alto fuego en que se quema
y muere
como un cuerpo más que va a la tierra.
Así se engaña el hombre,
por durarse,
porque no se acabe el átomo que mueve
y por donde se vive en pétalos que el viento
de la muerte esparce un día
sobre un orbe de noche permanente.
Así se engaña y siembra
los cristales
de sus sueños
como una miel sensual
dorada
espesa
que resista los límites del tiempo.
Levanta muros sólidos.
Inventa
soles
y en la copa invertida de la sombra
abre el abanico de su voz y canta
para sentirse libre
fuerte
defendido.
Se engaña.
Tira anzuelos de revés,
los tira al aire
y hacia arriba.
Pesca sueños.
Hasta que le resbala el alma
alguna tarde
y cae
y suma
su pez de polvo al mar del universo.
* Nació en la ciudad de Buenos Aires el 29 de febrero de 1928.
MUDANZAS
II. De los ojos
¡Cómo cambié en los ojos!
No en la mirada, no.
En la manera de mirar.
En la pupila alerta.
En esa luz que sale a abrir el mundo
y por el color sabe la rosa, el mar,
unos cabellos,
el tono del amor desde otros ojos.
Lo que miraba ayer, de tan distinto,
me duele en los ojos, hoy,
en lo que nunca
recobrará colores, formas, gestos,
ni recuerdos podrá, porque las cosas,
descubiertas recién por la mirada,
le burlarán al sueño lo que eran.
Sin embargo, ahora, a veces,
puedo ver el mundo, sin mirarlo,
cuando me vuelvo al alma
y desde una lágrima…
Como si todo, niño solo, espiga, tierra, grito,
corazón con harapos,
el odio o el amor, la sed, la paz, el hambre,
-este duro aprendizaje de la vida-
me hubieran quedado adentro para siempre
y desde un reloj inmenso me apremiaran.
MUDANZAS
1. Del tacto
¡Qué fácil es!
Se empieza tocando el mundo con asombro
de sentir en la piel las cosas vivas.
Antes del primer grito,
está esa palabra muda, estremecida, de la piel,
por donde comenzamos a vivirnos.
Qué mariposa el aire en los sentidos
tan suave y tan total, tan dulcemente
ajeno y nuestro. Despertamos
con la conciencia alerta a los volúmenes,
a la delicada forma del espacio
y su contorno puro.
Desde el ojo también, desde sus dedos suaves
que acarician la luz como palpándola,
el ecuador ceñido de las cosas,
la sangre poro adentro de otros seres.
Después, un día, toda de boca ávida la piel,
de beso, se hace inmensa
y crece hacia otra piel para vivirse
y no morir.
¡Qué ríos por la sangre
tocándole al amor ancho cuerpo,
la llama de durar,
la plenitud, el ángel!
Y todo es descubrir
tocarle el peso a la emoción,
la telaraña al universo.
La rosa, el agua, la madera, el aire…
y el amor.
¡El mundo de la piel también en pétalos!
MUDANZAS
III. DEL OÍDO
También cambié el oír.
Sé que solía
quedar, a veces, afuera de las cosas,
apenas en la orilla del sonido,
metida en mí,
toda de sueños, sustraída.
Sé que escuchaba
lo que llevaba adentro, nomás, o me afirmaba.
Cuánto grito o gemido a mi costado,
tal vez,
y yo sorda y sin respuestas,
oyendo a mis fantasmas,
abstraída.
Pero después, un llanto de niño, alguna tarde,
el desamparo
en una voz,
una palabra
más triste que toda la tristeza,
me entraron al oír soltando todas
las respuestas del alma, solidarias,
las del amor, enteras.
Ahora tengo
en vigilia el amor,
en vigilia el oído y hacia fuera,
hacia donde el aire es llamado,
es voz que clama,
es queja.
Ahora, constante, escucho,
todo el dolor profundo de la tierra.
NAUFRAGIO
Y vi cómo se te quemaba el tiempo.
Lo apretabas
como a un amante entre los brazos rotos,
exprimiéndole el zumo de una hora
que fuera un siglo,
para volver a ser, a estar entre las cosas,
-pequeña carne para el llanto o la alegría,
carne de ceniza y soledad,
de viento y polvo ardientes-.
Y vi el animal herido allá en tus ojos,
el espanto de no ser, la sangre viva
debatiéndose contra la noche imprevisible.
Allí, al borde de esa arena triste
donde los pies desnudos ya no marcan huellas,
al borde de la soledad definitiva,
casi del otro lado de la carne y sus temblores,
de sus queridas agonías cotidianas,
tu flor marchita convocaba
pétalo a pétalo de piel.
Quizá por eso y fugazmente
te ardió de pronto,
lozana,
la espiga de la vida.
Para que te fueras llena de aromas
pensando que nacías.
Después,
como los grandes pinos solitarios,
naufragaste en la noche.
Hubo un silencio largo.
El aire
volvió a ceñir el sitio que ocupabas.
NIÑOS EN EL RÍO
Pero ahora el río corre como un júbilo
y levemente estalla los radiantes rizos
de sol,
las laderas
de esos pequeños cuerpos gritadores,
su alborozo,
la vida que crece en risas y se dice a sí misma
entera, sin orillas, como un pomo redonda.
¡Qué jolgorio el del aire alrededor y pájaros
confundidos,
picoteándolo,
-aire en risa o flor- beben sedientos,
mientras por dentro se les enciende el trino.
Qué ámbito de claridades.
Qué pasmo
de colores y formas,
de perfumes,
donde el día se acuesta
o se desnuda y canta
alrededor de los pequeños brazos peleadores
contra el agua llena de bocas y de besos.
Se le ve la cuna al río.
Se le ve la madre y el abrazo.
Mientras los niños juegan su alegría
y el tiempo se detiene a contemplarlos.
Con tu nombre, Marina
NIÑOS EN LA PLAZA
Qué fiesta de palomas
porque los niños juegan en la plaza
y le arrojan al sol
como pequeñas piedras o granos de pimienta
las hebras de tu risa.
Ese árbol no sabía. Pero ahora,
dichoso,
les hamaca las alas como si fueran pájaros
o ramitas recientes
que en el aire se agitan.
Ese árbol sube y baja los balcones del viento
con su carga de abejas alborotadoras,
cabecitas en vuelo por la tarde tranquila.
Pero el mar no sabía
—a pesar de sus barcos—
de este pequeño mar y esta playa pequeña,
con sus peces dorados
y sus marineritos de fiesta y de domingo,
aprendiéndole al agua la piel
radiante y suave,
y a la arena,
el sueño de ser roca,
montaña,
castillo jubiloso,
o simplemente arena, juguetito menudo,
alegría.
Pero nadie sabía que aquella plaza era una campana, un gesto
de amor,
¡casi una patria
para todos los niños de la tierra!
NO ASÍ, CRIATURA
No así, criatura. No te me acostumbres
horizontal el juego y para siempre.
Tanto mamá dormido en la garganta
cómo te lastimará la voz pequeña y breve.
¡Si ahora regresaras un momento!
Mira. ¿No olvidaste aquí algún juguete
que quieras para el viaje?
¡Qué capricho el dormir!
Abre los ojos. Ven, Marina, vuelve. ¿Cómo se te ocurrió esa cuna? ¿Otro capricho?
Tan estrechita. ¿Ves? Cabes apenas.
Y no sé… tu sueño allí… Marina ¿duermes?
Ah hebrita tú de mar Marina y ya naufragio
en barquita tan triste, sola, ausente.
Si ayer me caminabas por el alma
tan criatura de amor,
tan pequeñitamente
inseguro escarpín sobre la vida,
hoy,
¡ángel!
¡has de caminar las nubes solamente!
PEQUEÑO POEMA PARA LOS NIÑOS DE LAS VILLAS MISERIAS
A pie descalzo y alma de asombros sin fatiga
crecen sus ojos nuevos inaugurando seres
y cosas no vividas,
La vida es un gran trompo que juegan sin cuidado
y que adentro les gira.
Pero un día resbalan y se quiebran las uñas,
se lastiman la frente, se pelan las rodillas.
Y la vida, ese trompo que giraba sereno
se vuelve su enemiga,
les niega pan y amor,
les prohíbe la risa.
Y entonces, carga al hombre su infancia de miseria,
que a un mundo de hombres debe enfrentar cada día.
La pequeña moneda a cruz quiebra su llanto
y a cara su desdicha.
Pero es pan para el hambre del cuerpo fatigado
y es un precio muy caro por su niñez perdida.
Yo he visto sus miradas de hostigado silencio,
de soledad,
deslágrima doliendo en la pupila.
Y atrás, por donde el llanto vence al niño y al hombre,
les he visto la sed de viejas maravillas.
Acaso, sin saberlo, su riqueza de juegos,
-la mágica pobreza de su jugueteríaque
cuando cruza un charco,
abre a la acalle un mar, secreto y sin orillas,
clama en lo hondo palabras que les maten al hombre
y les nazcan de nuevo su alma frágil y niña.
Acaso de sus rostros de clausurados pétalos
un aire triste y hosco va clamando caricias
y su infancia de pájaros,
corazones que conozcan el amor todavía, que le devuelvan íntegro su pequeño universo
y alma y cuerpo, a medida!