DIACONÚ, ALINA
DIBUJO INFANTIL
En alguna de mis infancias
debí de tener una casa pequeña,
en la ladera de una montaña,
con árboles y ovejas alrededor,
y una chimenea echando humo
hasta en los días de verano.
Casi siempre
cuando cierro los ojos,
la veo
como si la volviera a ver.
De Intimidades del Ser, 2005
EL CUERPO
Un día me desperté
y sentí que mi cuerpo
estaba en otra parte,
que me había quedado
sin cuerpo
y, sin embargo,
pudiendo reconocerme
en esa ausencia.
LOA AL CAFÉ
Qué alegría
haber pasado
gran parte
de mi tiempo
en los cafés.
Viendo así
la vida pasar
como una película
documental,
actuando siempre
de extra,
desde la mesa
con vista
al Bulevar
Saint-Germain
o al Parque Lezama.
Mirar
por la ventana
mis varias patrias
en retazos
desde un punto preciso,
casi siempre
una esquina
célebre
de ésta
u otra
gran ciudad.
Ser parroquiana
de la Tierra
frente a una taza
de café,
la delicia pequeña
y suprema
en mi día
cualquiera.
Aspirar el aroma
conocido
e inspirador
y la maravilla
del momento
entre las paredes
del bar
cotidiano,
esa inocente
adicción
insuperable.
De Poemas del silencio, 2009
LOS PODERES DE LA LUNA
“¡Tú, ángel rubio de la noche!”. William Blake
Gracias a ella
la Poesía, la
idealización
sin fin,
la noche
de los enamorados
y la mirada
al cielo
de cualquiera.
Gracias a ella,
el viaje
de los sonámbulos
hechizados
por su magnetismo
helado
y la aventura
de sus almas
errantes
en los volcanes
de las sombras.
Gracias a ella
y a sus fases
crecientes,
menguantes,
plenas,
irrumpen
los fantasmas
de plata,
los alucinados,
la sangre
de las mujeres,
la sensibilidad
y las mareas.
Gracias a ella
el ritual,
Psyché y Cupido,
los sortilegios
y auguraciones.
Gracias a ella
el paréntesis
de su ausencia
en las tinieblas
más profundas
de la vida
(Luna negra,
Lilith la llaman).
Gracias a ella
la espera
del Sol
siguiente
y de la claridad
subsiguiente.
Gracias a ella
la palabra
mañana
como luz
y como promesa
de futuro.
TEMORES Y AMORES
a la memoria de Mami, Tati, Omi, Opi
Desde la infancia
le temí al
Centauro,
al trueno,
a las olas,
a los borrachos.
A un fantasma
llamado
Baba Stoltza,
a la ira
de mi madre,
a los cadáveres,
y a la muerte en sí,
a las verrugas
con pelos
en ciertas caras,
a la fiebre
y al zumbido
de mis bronquitis
y a los ciegos,
a cualquiera
de ellos.
Desde niña
amé
en cambio
al Unicornio,
a la Fata Morgana,
al Pequeño Lord
a Ileana Cosinzeana,
el fuego,
una flor llamada
“no me olvides”,
la montaña
verde o nevada,
las piedras de
cualquier tamaño,
la risa de mi padre,
los pinos,
a los actores
en el escenario,
los caracoles
en el jardín
con su baba
plateada,
los arroyos,
las fresas
del bosque,
los gatos,
los perfumes
en frasco,
la penumbra
de las
iglesias
ortodoxas,
con sus íconos
y sus cirios
titilantes,
el guiso de
garbanzos
con arroz
y el caviar
de berenjenas.
Desde pequeña
amé
algunos nombres
propios
como Coppelia,
Samarcanda,
Constantinopla
o Zanzíbar
y el idioma
francés,
con sus acentos
finales,
oh la la�oh, la, la,
y a Verlaine,
por supuesto,
con sus
sanglots longs.
Amaba mirar
los pies nudosos
y las manos
de las personas
y algunas arrugas
me fascinaban,
sí, sí, sobre todo
las que se llaman
“líneas de expresión”.
Amé un tango
titulado “Tangolita”
que sonaba
en alemán
desde un disco
de pasta en mi casa.
Temores
y amores
intensos
y olvidables
que hoy
resucitan
en esta página
a través de esta
por siempre
insuficiente
enumeración.
Y un susurro
desde el vacío
cósmico
que me dice
como en un axioma
-quizá lo sea-
que allí
donde hay amor,
pierde su sitio
el tan temido
temor.
TRISTEZA DE DOMINGO
Así estamos,
casi como al nacer,
desnudos
en la intemperie,
solos,
desmembrados,
vacíos.
Maquillados por fuera,
mudos de tanto hablar,
ciegos y sordos
en el barullo.
Autómatas sonrientes,
juguetes rotos,
olvidados
del Gran Titiritero.
Melancólicos
de lo que no fue,
nostálgicos
de lo que ha sido.
Así vivimos,
solos,
emperifollados,
deshabitados.
TU NOMBRE
¿A quién nombra
tu nombre
y tu pronombre?
¿Al cuerpo
—manos, brazos
cabeza, ojos, pies
uñas, etcétera?—
¿A ese cuerpo
que se ve
o al que no?
(huesos, sangre,
corazón,
pulmones, bazo,
columna vertebral
retina,
venas y células)
¿O acaso
lo que produce,
más invisible aún,
como las hormonas
el azúcar,
la adrenalina
las endorfinas,
las transaminasas?
¿O bien
los pensamientos,
tus ideas
en su ir y venir,
el desvarío
de tu mente,
sin ton ni son?
¿Qué nombra
tu nombre
y tu pronombre?
¿Qué digo
cuando digo
Ana, Juan?
¿Aquello quizá
que se cocina
por dentro
y se trae a la vista,
los desechos
que escriben
la historia
del aparato
en su totalidad
y en cada parte?
¿A quién nombra
tu nombre
y tu pronombre?
—me pregunto—
¿A cuál de
todo estos
esenciales
fragmentos?
Y aquello
cuyo nombre
no se nombra
o apenas,
en el rezo tal vez,
¿quién es, qué es?
¿Se llama
con tu nombre?
VARINKA
Ayer hubieses cumplido
noventa y dos años.
Cómo pasa el tiempo,
madre.
Lo mismo que vos,
voy envejeciendo.
Dejamos de pelear
hace ya siete años,
y sin embargo
añoro la intensidad
de tu presencia
aplastándome hasta
el furor de las lágrimas
y la impotencia
sellada en nuestras
tantas
incompatibilidades.
Tu mirada me sigue
aún, como un rayo,
cuando me equivoco,
caigo, dudo o me debato
y la siento límpida
y angelical
como un espejo de agua
cuando, sin saberlo,
respondo a lo que hubiese
sido tu voluntad.
Nos amamos
como supimos
o como pudimos,
sin atenuantes.
Y hoy descubro
en la Madre Tierra
lo que tanto busqué
en mi día a día
de la infancia.
Te quiero
a pesar de todo,
como tiene que ser,
desde tu inmensa
lejanía, te extraño
y, no obstante,
de golpe
nos aproximamos
como nunca antes
al pronunciar
tu nombre,
al convocarte.
Siento tu brisa
detrás de mi cabeza,
de un hombro,
de un tal vez,
y sé que estás ahí,
de visita, por un rato
y que en este roce
fantasmal,
arrullador
y acariciante,
se exorcizaron
los demonios,
madre.