FERRER, HORACIO
ALEVARE
La noche despierta al aquelarre nocturno. El Duende, espíritu de la noche porteña, habla su lengua oscura para evocar la imagen y conjurar la voz de María de Buenos Aires.
EL DUENDE
(Recitado)
Ahora que es la hora y que un rumor de yerba mora
trasnocha en tu silencio, por un poro de este asfalto
yo habré de conjurar tu voz… ¡Ahora que es la hora!
Ahora que ya has muerto para siempre y van de asalto,
por vos, mis brujas rubias a tanguear misas calientes
al alba, con sus lerdas putañías de contraltos.
Ahora que tu amor se fue a baraja y, zurdamente,
con una extraña arcada canallesca en cada ojera,
te ardió una cruz de vino en la tiniebla de la frente.
Ahora que en la sórdida tensión filibustera
de un clave bien trampeado tocan tangos con tus huesos
las manos desveladas de un caín y una trotera.
Ahora que el rencor, con rabia y pólvora de un peso,
gatilla, en su plegado bandoneón, la hechicería
de un golpe en ay menor para el costado de tus besos.
Ahora que ya estás de nunca más, niña María,
yo mezclaré un puñado de esa voz de bandoneonera
que aún quema en tu garganta, con un poco de la mía,
con borra de recuerdos, fiato negro y carraspera
tordilla de un bordón. Así, del íntimo extramuro
porteño de tu adiós, atravesando las fronteras
sencillas de la muerte, he de traer tu canto oscuro.
Tendrá la edad de Dios y dos antiguas mataduras:
un odio, a diestra; y, a zurda, una ternura. Y al duro
y dulce son fantasma de sus ecos, las futuras
marías, repechando Santa Fe rumbo a otra aurora
se apuntarán temblando sin saber por qué se apuran…
Ahora que es la hora. Humo zaino y yerba mora.
Penacho de relente ya tu voz, maríamente,
vendrá con tu memoria aquí, pequeña y una, ahora.
Ahora que es tu hora, María de Buenos Aires.
De la operita María de Buenos Aires
AMÉN
Trasluz de confitería.
Vos: cosas, tu menta, ¡un tango
tan seis de la tarde y rubia!
Yo, menos: tal vez tenía
un poco de frío, un mango.
Y en medio, un cristal con lluvia.
ATAHUALPA YUPANQUI
A don Ata, hermano mayor y maestro tan querido.
En esta pulpería la noche no se rinde,
hay alcohol, hay barajas, más que nada hay cantor.
En trasluz de tabaco se perfila una estrella
que desvela los rostros, la milonga y la voz.
Atahualpa Yupanqui ya no tiene clavijas,
afina como afinan la montaña y la fe,
tan florido y cantable como un árbol con nidos,
con su saber tan lindo que no es sólo saber.
Sus ojos con capota van de viaje,
pero el mirar se queda siempre aquí,
mirada de Atahualpa que echa coplas,
por cosas que le duelen como a mí.
La noche no se rinde ni Yupanqui
ni el vino ni se rinde la emoción,
oyendo como él canta, venturoso,
silencios con olor a corazón.
En esta pulpería le almacenan su sombra,
su gran sombra que alumbra si escasea la luz, aparcero del alma, abrazándolo siento
que lo noble del criollo se da con lentitud.
Es zurdo, así, teniendo las dos manos derechas,
con dedos que atraviesan las bagualas de a pie,
ah, poeta, que afuera está hecho de adentros:
los labios son de adentro, la guitarra también.
El vino no se rinde y al gran viejo
tan solo se le encurda el traje azul.
Afuera, ya su aurora ha comprendido
que ayer, mañana y hoy son siempre aún.
Detrás del mostrador, tirando el naipe,
la muerte, que es de tierra, murmuró:
�Si él nunca hubiera dicho lo que ha dicho,
qué mundo se quedaba sin cantor�.
En esta pulpería de Atahualpa,
él canta y no se rinde nuestro amor.
Tangos
BALADA PARA UN LOCO
Las tardecitas de Buenos Aires tiene ese qué sé yo, ¿viste? Salgo de casa,
por Arenales: lo de siempre, en la calle y en mí. Cuando, de repente, de
atrás de un árbol, se aparece él: mezcla rara de penúltimo linyera y de
primer polizón en el viaje a Venus. Medio melón en la cabeza, las rayas
de la camisa pintadas en la piel, dos mediasuelas clavadas en los pies y
una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Ja, ja! Parece que
sólo yo lo veo. Porque él pasa entre la gente y los maniquíes le guiñan,
los semáforos le dan tres luces celestes y las naranjas del frutero de la
esquina le tiran azahares. Y, así, medio bailando y medio volando, se saca
el melón, me saluda, me regala una banderita y me dice…
�Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, no ves que va la luna rodando por Callao,
que un coro de astronautas y niños, con un vals,
me baila alrededor, ¡bailá, vení, volá!
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao,
yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión,
y a vos te vi tan triste, vení, volá, sentí
el loco berretín que tengo para vos.
¡Loco, loco, loco!
cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.
¡Loco, loco, loco!,
como un acróbata demente saltaré
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad,
¡ya vas a ver!�
Y así diciendo el loco me convida
a andar en su ilusión supersport,
y vamos a correr por las cornisas
con una golondrina en el motor.
Del manicomio nos aplauden: �¡Viva, viva!�,
los locos que inventaron el amor
y un ángel, un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.
Nos sale a saludar la gente linda y el loco, loco mío, qué sé yo,
provoca campanarios con su risa
y, al fin, me mira y canta a media voz…
�Quereme así, piantao, piantao, piantao,
trepáte a esta ternura de locos que hay en mí,
ponéte esta peluca de alondra y volá,
volá conmigo ya, ¡vení, volá, vení!
Quereme así, piantao, piantao, piantao,
abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir,
vení, volá, vení, ¡trai-lai-lai-larará!�
¡Viva, viva, viva!,
loco él y loca yo.
¡Locos, locos, locos!,
Loco él y loca yo.
DE OFELIA AL PRÍNCIPE
Por mi breve cadáver macerado en tu olvido
pimpollea un misterio persuadido del gris,
nada importa al escueto cargamento, un palacio
ya se ha hundido en la oral Dinamarca y en mí.
Dios me suelta el corpiño de la voz, y te canto
con la leche de antes mis pesares; sentí
ah, sentí la blancura, la fragancia del odio
que jamás, nunca, Alteza, profanó lo que fui.
Qué rencor de horizontes me atraviesa la vista
y una pasta de añicos como un coágulo vil
se adentró en mis pupilas, metamorfosis terca
que no deja ni un fleco de tu imagen gentil.
Oh, mi príncipe, pobre, convalece hasta siempre
y vacila seguro, qué es lo que hay vivir
preguntándole al piojo o a la estrella o al niño
cómo piensa un murciélago preso de un escarpín.
Mientras busco ser agua, te recuerdo, mi Hamlet,
pasajero de todo, y al herirme un confín
me amortaja el ung�ento de las bodas y el salmo
de los peces me acuna, ya me voy, ya me fui.
De Shakespeare es mío
EL GORDO TRISTE
Para el gordo Pichuco,
mi viejo maestro y amigo.
Por su pinta poeta de gorrión con gomina,
por su voz que es un gato sobre ocultos platillos,
los enigmas del vino le acarician los ojos
y un dolor le perfuma la solapa y los astros.
Grita el águila taura que se posa en sus dedos convocando a los hijos en la cresta del sueño:
¡a llorar como el viento, con las lágrimas altas!
¡a cantar como el pueblo, por milonga y por llanto!
Del brazo de un arcángel y un malandra
se va con sus anteojos de dos charcos
a ver por quién se afligen las glicinas
Pichuco de los puentes en silencio.
Por gracia de morir todas las noches
jamás le viene justa muerte alguna
jamás le quedan flojas las estrellas
Pichuco de la misa en los mercados.
De qué Shakespeare lunfardo se ha escapado este hombre
que un fósforo ha visto la tormenta crecida,
que camina derecho por atriles torcidos,
que organiza glorietas para perros sin luna?
No habrá nunca un porteño tan baqueano del alba,
con sus árboles tristes que se caen de parado.
¿Quién repite esta raza, esta raza de uno,
pero, quién la repite con trabajos y todo?
Por una aristocracia arrabalera,
tan solo ha sido flaco con él mismo.
También el Tiempo es gordo, y no parece,
Pichuco de las manos como patios.
Y ahora que las aguas van más calmas
y adentro de su fueye cantan pibes, recuerde y sueñe y viva, Gordo lindo,
amado por nosotros. Por nosotros.
ESQUELITA ARROJADA A UN MAR DE AMOR EN UNA BOTELLA
Amor mío:
ya náufrago del mar
más dulce de corpiños y bombachas,
desciendo por un bosque sumergido
de elásticos, de broches y breteles, Lucía y, al bajar,
tus húmedas anémonas muchachas
me llaman lentas, plásticas y fieles,
me ayudan y me enseñan a temblar.
Un mimo en pleamar
me deja este empujón fosforescente
como un espasmo líquido y creciente
que nace en el subsuelo de mí mismo.
Desciendo y tu cajón es un abismo,
el infinito blanco de una enagua
redonda como vos, hospitalaria
y toda sustanciada de mujer
querida, que se quema bajo el agua
por querer, ay, ¡por querer!
Desciendo más aún y aún más goza
mi buzo enamorado
mecido por las olas
que copian el rumor de tus caderas
y, entre la doble rosa
del pecho, renazco infatigable
de labios y de peces retozones.
Mi sed desabotona tus botones,
de a uno, entre los ojos y la cola
y va desenredándose las algas
y bebe del coral de tus pezones
y lame tu corola,
tus pétalos propuestos a tendones
y el nácar de tu piel interminable, oh arena curva, mágica y besable.
Y bajo a tu secreta caracola
que dice, para mí, provocativa,
la sola
y siempreviva
palabra sin sonido, de saliva
del alma, pronunciada en la entrepierna,
que cuenta del amor, como si fuera
¡Dios mío! cada vez la vez primera
que una mujer da a su hombre el paraíso,
eterna y acostada sobre el piso
celeste de una eterna,
sagrada, humana y virgen primavera,
con un orgasmo astral, como Dios quiso
y como quiere Dios que yo te quiera.
De Libro de Lulú
LA PIANISTA
Están las miserables luteces de su arropo
negreando allá en el palco. La remisericordia
de Dios le da manija. Entonces, los hisopos
resecos de sus dedos muy lerdos clavicordian
oscuros repertorios. Nocturnos y falopos
sus ojos son dos turbias auroras de fosfato
que mojan con azules cenizas de heliotropo
el lomo de los tangos zurdescos y rubatos.
Muy tarde, cierra el nopia. Desciende. De su plato
recoge unas monedas. Y a paso que sofoca
la tiesa y feretrante beodez de su recato,
se marcha su tristeza que nunca se equivoca.
Y el íntimo cadáver de un largo celibato
le grita, desde adentro, el vals que nunca toca.
PICASSO XLVI
Sobre la blanca tela, cenizas de tabaco,
la modelo, en la sombra, se desviste del cuerpo,
la inspiración convida con sexo en la paleta,
medita en los pinceles una larva profunda.
No hay amigos ni auroras en el taller, copiado
sobre otra tela sorda, hija de espejo negro.
Rezan las realidades sepultas en los aires
y el llanto silba en lívidos relojes andaluces.
El ser pregunta y nadie sabe números
ni lámparas ni temas olvidados,
destráncase el Señor sus sentimientos
flanqueado por dos norias de tormenta.
Edades e invenciones se sonríen con máscaras de lienzo y valentía,
la luz presta sus pétalos de hielo.
Oremos, el pintor pinta su cuadro.
Sumas incandescentes con marcos y alfabetos,
rompimientos sensuales de labios proferidos,
perspectivas gozables de frente y de perfil,
brasas de óleo bendito, también glorificado.
Voz y fauces de duelo, silencio de las líneas,
suma gótica simple de zodíacos ciertos,
la modelo a su cráneo permite una palabra
que es un signo perfecto, discernido y callado.
El ser pregunta y suave le responden
su infancia, la bañista y el torero,
su amante y el payaso y el caballo,
sus pasos por la noche en espiral.
Habrá un molusco audaz en la sentina,
tres niñas impacientes en la proa
y, arriba, las banderas de la vida:
Picasso, va a pintar su propia muerte.
De 1000 versos a Picasso
PICASSO XXXV
Ojos míos, vastos ojos,
sed, pupila, rito, brillo,
ojos yunques, sordos globos
que ya son dos precipicios
de hora gótica y románica,
ojos filos, ojos de alma,
ojos astros, microscopios, ojos piojos y benditos,
ojos mentes y bengalas.
Modernísimas piñatas
plenas de primitivismo,
ojos propios en las caras
de otras tumbas y otros niños,
artefactos antehistóricos
con pasión por desflorar,
religión de las miradas
de la reina o el marisco,
miros tubos y en racimo
como un órgano de Bach.
Ojos míos rompespejos,
seductores, siemprevivos,
plenos de ángulos y arpegios,
cómo adoran lo que aclaran,
cuánto dan de jamás visto,
de qué modo ven mis ojos
los estilos casi implícitos
en las islas de tu enojo,
en los trípticos de El Bosco,
y en la lengua del destino.
Ojos todos de creer,
ojos piedra, cinta, lámpara,
son anfibios, ojos grandes,
brotes, puertas, brasas, gritos,
yemas, ríos u ojivales, ojos bárbaros y orales,
inflamables e interdictos,
ojos dos o veinte o diez
de mirar en lo que es
lo que no es, pero yo he visto.
Cuencas, lejos, tonos, madre,
dentro, auras, tiempos, par,
gracias, gracias, ojos míos,
que me ayudan a pintar
y se cierran al dormir
y se mojan al llorar.
SUITE CABARETERA
Ahora que amanece sobre aquel ronco armonio
que tose unos extraños canyengues medievales,
se siente que en el raro teclado de antimonio
digita vagamente la zarpa de un demonio
su lerda sinfonieta de tangos funerales.
Y en tanto va el cosimu zapando, a los vitrales
se asoma un loco arcángel runflero que muequea
y alumbra, con sus grandes ojeras festivales,
un poco de la noche que aún cabe en los percales
abiertos y en los rubios pernotes merodea.
Los viejos caftens muertos, al fondo, escolasean;
y cuatro sotas tristes les ponen sus marcados
crespones en la boca. Y hay dos mamitas feas
zurciendo un arpa zurda, para que la más rea
y el poeta bailen cosas que nunca se han bailado.
Después que espiran, queda flotando un barajado
rumor de sobrehumanos laburos escondidos.
Y el alba ultraatorrante que está en un reservado,
con su solcito reo sobre el sutién atado,
ante un café con leche medita lo perdido.
Por fin, sobre el oscuro proscenio amanecido,
cubierto con sepelios y exóticos mandiles,
en cuatro bandoneones cerrados, el Olvido
reúrna las cenizas borrachas y, de oído,
frasea el tiempo muerto que gime en los atriles.
UNA
A Astor Piazzolla
Sobrado por la tarde tanga y fría,
ahora que me otoño y que me urno,
ya escucho valsodiar junto a mi umbría
y exequia mufa, lejos, taciturno,
el hondo metejón con que querías
zampar tu angustia cadenera en una
sola y enorme chifladura. Alguna
parda macana que en el mundo habría.
De tanto, hasta el recuerdo nos separa.
Y siento, en vos, que al irme, todavía,
las cosas que auguraban en tu rara
narcótica y bulina tristería
los íntimos ocasos de tu cara,
te vuelven a morir sobre la mía.