GIANNUZZI, JOAQUÍN O.
TESTAMENTO
Hijas mías, este
es el sueño decisivo de papá. Pidan silencio.
El ruido del mundo ya es bastante
para su edad y su juicio. Que su resto de luz
cese con dignidad. Su corazón bombea
pesadamente. La realidad se atasca
en las arterias del cerebro. El está
clínicamente terminado, el ser
universal y privado huye de sus ojos.
Una tregua en la música; lo demás
corre por su cuenta y muere solo. Había
cosas cotidianas gastadas
en un rincón de la memoria, sueños, rumores en un
parque,
alguna persistente melodía que una vez abarcó
un largo fragmento de vida y fue un destello
de eternidad. Ustedes sospechan
íntimas cobardías y era cierto. Y el temor a la noche,
las culpas secretas y la pérdida de todo significado
para encarar sus fracasos. Y era cierto también
las rosas ocupadas detrás de su frente, trabajos,
conocimiento,
el porvenir de la poesía y el amor
que lo mantuvo de pie y lo recreaba. Ahora
disculpen su yacencia impolítica, la buena fe
de su triste indiferencia. Libre
de toda emoción continua
papá es una cosa pálida y ajena
que conviene despedir rápidamente,
con que, adiós y mucho gusto
de haberlas conocido.
(�señales de una causa personal�)
ACCIDENTE AÉREO
Leímos que el accidente aéreo se produjo
a causa de una falla en el radar, cuando la niebla
devoraba esa noche el aeropuerto.
Aquí están los rostros en las fotografías
reproducidas en frío de los desolados documentos
personales.
Destinos resueltos en una conmoción instantánea
al final de una parábola
cuyo curso no entró en los cálculos;
paralizados por un error
no previsto en la materia irresponsable
no del todo dispuesta
a coincidir con nuestras informaciones,
o por cierta falta de amor en alguna sección del
mecanismo.
ALFONSINA
En verdad, no me explico.
Veo las cosas que ella tocó, la madera
que pisó con la planta desnuda al bajar del sueño,
la taza celeste de su desayuno real.
No me explicó cómo pudo ser, estar
y desplazar objetos, todo al mismo tiempo;
cómo pudo
arcilla moviente y orgánico suceso,
apagar la luz,
abrir la puerta, salir a la calle,
cruzar e viento su biografía corruptible,
llegar a la playa con un cáncer de pecho
y seguir caminando.
Leyendo estos versos no concibo
la sustancia dramática pegada
a la materia histórica,
al cuerpo, a la mesa, al peine, a la cuchara.
Alguien debió moverse detrás suyo
para dictarle, acaso el morador
de otro reino que asumía
la gestación nocturna de lo genuino.
Ella debió ser un simulacro,
en todo caso un ensayo de lo viviente,
con vestidos, con huesos, con locura y tabaco.
ALMAFUERTE
Buenos días abuelo: yo
le agradezco las buenas
intenciones de su poesía y el ruido
que hizo su lenguaje en aquella época.
Usted tomó a su cargo una especie
de terrotismo y olió la ropa sucia
en los aposentos respetables
y escupió al cielo y la sopa del progreso.
Algunos discuten todavía si su arte
estuvo a la altura de su denuncia de prócer amargo
y si su saliva molestó lo bastante
como para que le quitaran el saludo.
De todos modos le agradezco mucho
su incomodidad de haber estado vivo alguna vez
pero más le agradezco el entusiasmo
que puso en estar incómodo.
Está claro que no pudieron
enterrarlo junto a su poesía. En realidad
no lo intentaron. Gruñeron sus huesos
y lo despidieron rápidamente
AMY LOWELL
Hace 40 años que Amy Lowell está muerta en los
Estados Unidos.
Sin embargo, uno de los poemas que escribió
refiere las cosas que abandonó en el sol
mientras ella persiste en la costumbre del sepulcro
y los días siguen entrando en su habitación.
Ahora no podemos sino imaginar sus huesos finos
de mujer
delicadamente amontonados en un trozo de sombra.
Las cosas que amó, que poblaron su historia personal,
hecha de flores, collares, libros, muñecas,
se alejan dispersas y se integran profundamente
con nuevas cosas que ella no pudo conocer.
Nos hubiera gustado, a pesar de todo,
provocar el encuentro que hizo visible el desafío
de su poesía,
reunir otra vez la lejanía de aquella dulce materia
y situar en medio de los objetos recuperados
los blancos huesos vueltos al conocimiento.
Que todo esto resulte claro para nuestra locura
y una prueba para nuestro desorden sin fe;
mientras miramos desde el jardín, esperando
que algo suceda en la habitación soleada de Amy
Lowell,
mientras el mundo presente se hace remoto
y asiste ruidosamente al desencuentro de sí mismo.
ASTROLOGÍA
En un punto del universo ha estallado una estrella
y simultáneamente el equilibrio químico
se turba desconcertado en una célula de mi vecino.
De este modo el cáncer se instala del otro lado
de la pared.
Si tengo una estrella para mí, por el momento
brilla estáticamente sostenida
hasta que alguna mutación en su seno llameante
determine un coágulo en mi historia personal.
No es que crea mucho en estas relaciones,
en el lenguaje prefigurado que torna dramáticas
las constelaciones.
Creo sí en el deterioro universal,
en las fallas del mecanismo que no entraron en la
cabeza de Kepler,
en el movimiento falso del músculo,
en la cláusula ambigua del tratado de paz:
dones de un mismo reino donde las proporciones
son apenas un accidente
y la falta de sentido y de fidelidad lo único serio;
piedras en la vesícula, explosiones en el sol,
una chinche aplastada y una clamorosa colisión en
la cabellera de Andrómeda.
BALLET
La más dichosa libertad del orden
en un espacio rígido y oscuro
donde todo es posible. Allí la luz
concentra el blanco y rosa
que la pirueta
hace virar hacia inestable azul.
Cuando la gracia brinca
el planeta suspende los poderes
de su fuerza mortal y la materia
se incorpora a la música.
Volúmenes aéreos que conquistan
el triunfo de lo ingrávido.
La danza no concluye
en el tiempo común y el entreacto
es un hueco en la mente. Pero entonces
las que bailaban se dispersan, saltan
y caen en el ojo de Degas.
BOTELLA DE LECHE
De madrugada
junto a la abierta ventana
que da al invierno
mis sentidos se desconcertaron
ante la plenitud
de un peso total contenido
en la fría blancura irreal.
Nada más lejos del amor
que esto: quisiera comprender
el aislamiento absoluto
de la materia incomunicable,
la integridad de la constante
tensión hacia abajo
de la fuerza obstinada
que se colma a sí misma.
Vlamink padeció este blanco
no perfecto, precisamente,
sino extrañamente total
como si sólo pudiera hallarse
en la raíz, en la primera sustancia
de las cosas, cuya segunda imagen
se da en lo ilusorio
casi con indecencia.
De allí lo caótico
de todo amor humano, el abierto desorden
con que relaciona
una carne con otra.
Pero este denso volumen
silencioso, indiferente
a todo lo que no sea
su propio poder interior
persiste
en su atroz uniformidad, remoto
y sin relación alguna
con la insensata mezcla
de aconteceres que colman
la confusión del mundo.
De manera
que la botella de leche
contra la madrugada de invierno
también precipitó mi mente
en una repentina perplejidad
y solo me pareció,
meramente, la idea
de una botella de leche.
COMENSALES ETERNOS
Un instante: mirad esta fotografía
en un diario reseco del año 32.
No se trata, creedme, de un error o fracaso
de la imaginación. Más allá del dolor
y también del castigo, contemplad este grupo
de hombres en la mesa; legisladores son
están cenando
y no obstante hace mucho que todos se murieron.
La luz decae, extraña. Las comidas, las rosas,
el pan, el vino fueron a sí mismo consagrados
y han entrado con ellos en la sombra suprema.
Por lo tanto, nosotros, tenemos tiempo ahora
para atroces preguntas. ¿Cómo les fue posible
sepultar lo esencial en el centro remoto
de sus propias cabezas? Observad qué profundas
y afeitadas mandíbulas en grave movimiento
adoptado a la carne de los campos de América.
Sensatez, hombres, ojos tan pulcros como astutos,
¿hubo un instante acaso de la noche en que todo
se les tornó ilusorio? ¿Alguna vez, debajo
de estas pálidas frentes fue ahuyentada la vasta
perplejidad de ser?
¿Acaso en un segundo, en tanto que miraban
distraídos el jardín, en otoño,
el pensamiento se abrasó en sí mismo
como cae la llama bajo el espacio oscuro?
Nadie sabe. Detrás de la fotografía
mirad cómo se instala lentamente la noche.
Esto quedó, nosotros contemplamos la cena
de los señores. Sin embargo, seamos
prudentes. Aquí hay algo que en nada nos concierne:
ellos murieron, vemos cómo se desentienden
de nuestra triste lógica en un reino inmutable
donde el juicio fracasa. Sabemos desde siempre
que lucidez y sangre se disputan los límites
del error o el orgullo. Pero hay esto: la horrible
responsabilidad que les atribuimos
se aposenta y se agota en el ámbito escaso
de sus rostros de hombres. Hace tiempo que están
retrocediendo, a ciegas, comensales eternos
de irrealidad colmados
que excepto a la piedad impunes se deshacen.
CONTEMPORÁNEO
Contemporáneo: hay poco tiempo aquí, entre
nosotros;
ahora que atraviesas la época y la calle con un cierto
estupor acosado, recuerdas que no hay tiempo y
caminas
de un sitio a otro sin saber qué sentido
otorgar a tus perplejos movimientos.
Pero tú andas el camino del sol, conoces que no
hay tiempo
para olvidar tu neurosis y la ajena, ordenar los papeles,
escuchar una música hasta el fin, devolver el saludo
y tenderte en el sol sin mentir ni opinar.
Pero también recuerdas: te nacieron, te dieron sombra,
te enfermaron, te operaron y después a la calle,
a inventarse otra vez a sí mismo,
precaverse del crimen ultimando a los otros: la época
hizo de ti una historia puramente esquemática.
Entonces, amargado, ofendido, engañado sin tregua
fue una verg�enza el mundo y tu país y un poco
a ciegas
�hay algo aquí —dijiste- que no entiendo, un error
de perspectiva en esto de integrar la especie,
una calamidad de entrada, un sistema que falla por
la base;
esta vida, este momento universal que me ha tocado
a mí precisamente�. Y no pudiste definirlo. �No
se puede
-dijiste- hablar claro; pero qué hago yo con este
rostro,
si la desgracia tiene una especial coherencia
si la tiene conmigo y siempre pago, si el cáncer
y el salario y la muerte me salvan de la lógica;
si es cosa seria elegir y difícil
exhibir documentos sin sentirse culpable
y no obstante ser nadie a pesar de mis ojos�.
De acuerdo, señor mío, de acuerdo, decían tus amigos
en noches de verano, todos de acuerdo estamos;
pero tú
¿dónde ibas a meterte?
Eras juicioso, caías en la edad
en que no estar conforme y ser equivocado e insensato
eran insoportables lujos para ti que ni siquiera
de ti mismo sacabas conclusiones ni justicia. De manera
que te quedó un perverso hueco de la noche,
cinco minutos antes de dormir- morir, donde arrojar
el perro
mental que padecías bajo el cráneo: el mundo,
cavilabas,
qué merecido está por nuestros huesos, qué medida
implacable tomó de nuestra piel para meternos dentro
de sus indiferentes construcciones y dejarnos después
la primera y la última palabra: porque hay algo,
supongo,
desde abajo, empujando, como un puño que rige
los tristes movimientos de la gente; una razón primaria
que determina y envenena el resto; la mentira en
la cara,
más atrás el dinero y la muerte, más atrás el poder
y la culpa,
más atrás yo no sé, algo habrá que se defina por
sí mismo
y no por sus podridas consecuencias. De modo que
aquí estamos
en el vicioso círculo de un perro
que va siguiendo un ilusorio hueso
adherido a la punta de su cola. Hasta que el perro
se durmió
en un inexplicable rincón de tu cabeza y hubo paz
y hubo tiempo y espacio para todo. Tú gozabas
el indulto del mundo, aniquilado
antes del alba-náusea, mientras caía la lluvia
sobre la tumba de papá y mamá
y sobre la de todos esos héroes de nuestro tiempo.
E = Mc2
Einstein abrió la ventana
hacia la noche clara de verano.
El universo era demasiado
aún para un hombre como él.
Qué difícil meternos en el cerebro;
los delicados muros
del cráneo le rompía, estremeciendo
los agudos, dramáticos finales
de los restantes huesos.
Extrañamente en ese andar había leyes,
pero la Ley era un escándalo secreto
una remota lucidez
cuyo sentido estaba huyendo
desde cualquier lugar hacia ninguno.
Se reveló, no obstante,
por gracia de ese hombre
que abría su ventana hacia la noche
una posible síntesis terrestre:
cabía en cuatro cifras tan culpables
que hacían sospechosa la inasible
profundidad del cielo: la muerte
quedaba desde entonces liberada
como esencial finalidad del cosmos.
EL GUITARRERO
I
El guitarrero es siempre
un hombre ensimismado; culpa
de la guitarra. El hombre
debe inclinar con delicada
atención la cabeza hacia un costado
como escuchando absorto
su propio cuerpo. Y esto es verdad
pues la guitarra tiende
a apoyarse, adherirse y obstinada
entra en el guitarrero por el vientre.
Por eso el guitarrero
es hombre ensimismado y anda ajeno;
sus entrañas le bastan
para entender que en todo este tumulto
feroz y sin sentido
hay algo, que no sabemos, que se salva
y para el hombre tiene
la forma, la extrañeza de un acorde
que escucha desde el ámbito
del cuerpo —uno diría- aguitarrado.
II
Me contó un guitarrero
que una dulce razón hay en el hecho
de tocar la guitarra; es el apoyo
de su brazo en la curva
que entra a buscar el centro de la caja.
Ese leve reposo
de la carne concede
la explicación más vasta de la vida.
Yo alabé su certeza y ví más claro.
Y pensé: cuando uno
no entiende nada
de lo que aquí sucede, en las relaciones
entre el mundo y las cosas, el orgullo,
lucidez y piedad se desmoronan
como buscando un sitio que responda
al sueño que merecen
y justifiquen lo que se ha perdido.
Uno comprueba entonces
sin júbilo y sin pena, pero sí
con un poco de paz bajo la frente
que el lugar del sentido está en el centro
de lo que somos; una
especie de retorno a la primera
interrogación, una
dulcísima vuelta hacia el asombro.
De modo que mi brazo, en su descanso
-contaba el guitarrero-
me remite, sin duda, a lo que soy
y las cuerdas responden por mí mismo.
EL HUESO DE LA GAVIOTA
Breve y liviano sobre la playa, aéreo
el último hueso de la gaviota
aguarda la disolución en manos de los elementos.
No está previsto un accidente
que modifique la situación.
El sólido cuerpo del planeta
también espera,
pasivamente espera y con dulzura
el retorno del hueso a su garganta.
Cincuenta millones de años
contra unas semanas de vuelo.
No hay injusticia en la proporción
sino confianza y un pulido equilibrio
entre el agua, el viento y la temperatura solar.
Y allí de pie, el poder humano
buscando en el cielo un agujero
donde meter la cabeza y si es posible
una eternidad independiente
de su uso privado y esqueleto entero.
EL SAPO
Al pie del agua de un verde inmóvil
había un sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano,
y su forma contenía un posible mundo
desconocido, quizás semejante
a los vastos cielos de diciembre.
Pero el cielo mismo no se comprende en absoluto.
Estaba allí, reposado en la placidez
de su propia y espesa materia palpitante,
sensato como todas las cosas
que desde su centro aguardan
la disolución de sí mismas.
Me detuvo y logré
alcanzar sus ojos con los míos
y pensé que sin duda
la perplejidad de ser estaba superada.
Consideré inútil otro
conocimiento. El sapo alcanzaba
una región más vasta,
no extraña precisamente sino
ajena, una manera
de sobrevivir lo exactamente necesario.
Precipitado, aventurado a la existencia,
como un sapo simplemente, más allá
de la belleza
que da paz o enloquece a los hombres
el único significado de todo eso
era la tranquila complacencia
de la húmeda piel verdosa
vistiendo a un dios obstinado
en la razón secreta de sí mismo.
Me inundó un colmado sosiego
y desmentí
la náusea y la muchedumbre de sabios
que desde Tales de Mileto
inclinan hacia el error
el tumulto precipitado bajo la frente.
Ante esa vana fatiga
permanencia idéntico a sí mismo
e infatigable además
el sapo que dulcemente vi
hace tiempo, en un verano.
ESCUCHANDO EL LAÚD
Escuchando en el laúd la nota antigua
uno ve poetas en el pasado pero no asesinos.
Ve la ingrávida sustancia incorporada
a la calamitosa energía de la historia
y esta confusión no termina de aclararse.
Increíbles poetas entre nubes de sangre
salvando a medias la verdad, dejando el resto
a la convicción del crimen general
como un error que debe soslayarse. Cómo
consiguió la belleza aislar las rosas,
construir un recluso jardín incorrupto
y dar materia a este cantor eterno.
Pero la estúpida crueldad y el martirio
no fueron cosas transitorias ni objetos irreales
que pueden apartarse como una falla terrestre,
una fractura en la roca, un paso en falso del mundo.
Aquí están todavía, no en el mito,
y a su manera se empeñan en dar música.
Las cuerdas siguen resonando en medio de la masacre;
la vida corporal de esta madera finamente curvada
es aceptada como conocimiento ilusorio.
El laúd rescata un engaño hasta el fin de los tiempos.
ESTACIÓN MAPOCHO
Había un desganado parloteo de putas
en los bancos de la plaza
junto al río Mapocho.
Y una de ellas se levantó de pronto
y arrastrando los pies caminó hacia la noche
con una idea precisa en la cabeza.
De modo que ví en esta tierra
un ser humano apenas identificable
buscando su salario en la multitud
a cambio de un rápido destello
en la carne universal de otro miembro de la tribu.
ESTOS CANTORES
Desde 1896 yace en un cementerio suburbano,
un payador orillero que se llamó Antonio Vázquez.
Año tras año acuden cantores
que apoyan el pie izquierdo al borde del sepulcro
y hacen sonar sus guitarras.
Una vez que los escuché
pensé que la música llegaba
hasta los huesos del payador
y que el esqueleto ensayaba un delicado movimiento.
Puse toda la fe posible para que eso fuese cierto,
para que todos nosotros
pudiéramos ingresar a un soñado simulacro
y el payador en la vida que estábamos debiendo.
Mutaciones como estas espera el mundo
para que el sacrificio de los cantores tenga un sentido.
(�Las condiciones de la época�)
FRANZ KAFKA EN EL SANATORIO
Había demasiado viento a sus alrededores
en el cuarto de sanatorio, sin contar la vana
imprecación
de las pócimas y el vaso con flores junto a la cama.
El médico se volvió de pronto absurdo
al insistir mecánicamente en su pecho
y entonces lo apartó con una cólera triste;
él, que siempre había dispuesto
ademanes tan delicados para amparar su exilio.
Todos los que lo amaban estaban allí, moviéndose
detrás de la puerta,
o precipitándose en oleadas sobre el remoto rostro,
parloteando preguntas sin salida, en el mejor
estilo judío.
Pero allí se limitaba el mundo
a encarnar los intensos silogismos de sus textos
y al mismo tiempo confirmaba su poesía
en un código ruidoso y fragmentario de marionetas.
Toda esa agitación, ¿quién la necesitaba
sino la voracidad de vivir al precio de cualquier
verg�enza?
Un moribundo muy especial
con abundantes pruebas acerca de lo velado,
desapareciendo, contra toda lógica, en un cuerpo
pequeño.
FUNERAL
Con tabaco y café
y rosas que el verano
dispuso en una jarra
usted aventuraba
la posibilidad de un paraíso
en un sitio del mundo, de su época,
de la casa y la noche. Así
durante mucho tiempo. Una vez
mientras buscaba un tema
que no agotara el don alucinante
que tiene la poesía
para otorgar coherencia
a los íntimos huesos esenciales
de este orden extraño,
usted miró esas cosas
en decepción abierta.
Y vio en el contenido de la noche,
en el agua, el café y el tema en blanco
un coordinado funeral, un lento
camino asegurado hacia la muerte.
Algo giró, veneno,
en la pulpa del mundo
otorgando razón y al mismo tiempo
desilusión al fuego de su edad.
La familia dormía
irresponsable pero condenada
y usted que era la náusea en el abstracto
paraíso, cargaba con la horrible
lucidez del sepelio general.
GUADALUPE POSADA
Convicción o derrota de estar vivo ¡qué más da!
si este asunto desnudo de la muerte
es problema tan serio y cotidiano.
El arte clásico lo resolvió
en el hueso universal de la calavera
y en un orden rígido y monótono
de terror, culpa y chatarra moral.
Pero el maestro Guadalupe
aderezando la cuestión con picante mejicano
y bigotes, pistolas y sombreros
la instaló en la broma de la historia:
o sea entre nosotros, en hojas sueltas
para vender en el mercado con aguacates y cebollas.
En un reino tangible y divertido
donde jugamos a vivir
con personal y disponible calavera puesta.
HOMBRE HACIA ARRIBA
Conocí a un piloto que se alzó con su máquina
a 50 kilómetros por encima de nuestra frente.
Era joven, famoso y había elegido
pero no podía asegurar hasta qué punto
la elección se prolongaba en sus actos terrestres,
la manera de observar la tarde a través de la ventana.
La aventura había quedado encerrada en sus ojos.
De su cerebro no partía conclusión alguna.
Pero había contemplado la tierra
desde arriba, el contorno de su país,
logrando una abstracción dorada
limitado a un silencio que nada traducía.
El cielo podía ser también un sepulcro,
perder allí en una súbita disolución
todo lo que uno suele perder aquí gota a gota,
el triste esfuerzo, la resistencia que se inicia
desde el primer ademán contra el mundo.
Había algo más, naturalmente. La conversión
a lo ilusorio
de la gravedad, que el piloto hubiera comparado
a la degradación y al corte final del hilo
a 50 kilómetros del seno materno,
la falacia del andar sin sentido que conduce
al punto de partida, el viaje privado
por el jardín recluso, en otoño. Desde arriba
agotado el límite del viento y del peso,
la historia particular perdió la memoria,
creí tener un hijo, un árbol frente a mi casa
y el conocimiento de cada una de sus hojas.
Fui joven y elegí la pérdida
como una verdad que procede de un impacto.
Pienso ahora, después de haber conocido al piloto,
que hay negaciones que no me incumben,
que el extraño dominio del viajero circular
no da en el blanco; pues si maduran los huesos
para una sabiduría sin significado
la tumba del cielo sigue siendo un error
tan vasto como este
decisivo descenso al que fui consagrado.
INSTRUCCIONES PARA AYUDAR A UN CIEGO A CRUZAR LA CALLE
No apriete el brazo, imponga
con un leguaje frío
un código universal de referencia.
Una leve presión sobre la manga izquierda.
Marche a la par, al paso de la carne natural:
su conciencia
no se pierde en la noche de nadie
y está allí, espesa como un bulto.
No conduzca, acompañe.
No olvide que toda sombra
soporta su propia dignidad.
Algo tiene que ver el amor de todo esto
y por alguna razón estamos aquí
cruzando la calle:
aunque prosiga usted su camino privado
y el ciego en la ambig�edad
de sus secretas dimensiones.
JOSE ASUNCIÓN SILVA DA EN EL BLANCO
Un círculo perfectamente rojo trazado en la camiseta
a la altura del pecho izquierdo, entre dos costillas
para que cruce sin error el plomo.
Tanta pulcritud de neurótico para apurar la cacería,
tanta especial delicadeza
para acabar en instantáneo y absoluto cero.
¡Tanta poesía apuntando para no errar el tiro!
LA CALLE, LA GENTE
Cuántos caminos recorridos, las calles,
los años que pasamos
los pies pegados al pavimento.
La vida que se busca andando,
circularmente hurgando
donde nadie quiere morir y nada se interrumpe.
Amor mío, mira intensamente
por la ventana, hacia abajo, escucha
aquí en la tierra la música humana,
la suave ley de la gravedad
que todo lo recupera, el vivo rumor
del polvo incesante,
las cosas que se declaran conformes y continúan.
La calle está llena de gente inmortal.
LA CARNICERÍA
En un limpio horror de laboratorio
el blanco espacio frío. Sobre el mármol
cumplido el sacrificio, la ordenada manufactura
escarlata
despedazada a sierra y a cuchillo
según una noción sin dios, estrictamente práctica.
En una fuente, húmedas vísceras vetadas de sangre
sobre un lecho de apio mineral.
La imaginación detenida en el umbral del matadero.
No preguntes al carnicero por los ojos de la vaca.
Piensa en los campos celestiales después del crimen,
en el sueño del ganado infinito, la gloria
y la resurrección de toda carne.
LA INGRID BERGMAN
Mi proyecto erótico de los 18 años.
Una vez le hice señas desde la oscuridad
y ella se desprendió de los brazos de Gary Grant.
Se despegó de la pantalla,
vino hacia mi butaca, se sentó en mis rodillas
y no se levantó hasta que mis pantalones se
humedecieron y the end.
Qué poesía amarga la de mi vida en esa época.
Ahora debe andar por los sesenta y tantos
y yo fumo veinte cigarrillos por día para no sentirme
excesivamente dramático.
LA MUERTE DEL CISNE
El mundo puede concluir también
en el sutil desvanecimiento de un aleteo
sobre la superficie musical del agua.
Y hasta sería posible
un decorado frío y sintético
que acentúe la retórica del naufragio.
El fraude del ballet consagró ese final
-blanco de Ulanova en un hueco negro-
un puñado de nieve que se aplasta en la mente.
Esta emoción necesitamos, este cálculo de efecto
para que el drama descienda ante la belleza desnuda
y se reserve la profundidad del agua
con terrores, fracasos y tumores malignos.
LÁZARO
Los granos de trigo egipcio germinaron
después de cuatro mil años de sombra.
Esto puede parecer demasiado hermoso.
Pero si la energía de la vida
soñó largamente en medio de la muerte
unas pocas gotas de agua y de luz
bastan para que Lázaro mueva los párpados
LEDA, MI HIJA PEQUEÑA
Secando yo los pañales
de mi hija pequeña, en a lumbre
que nos hizo remota la lluvia
insidiosa de otoño en la noche,
mido la dulce rendición de las cosas
hacia la brevedad de su breve carne indefensa.
Mientras tanto, duerme, en la pálida cuna.
¿Y seré yo el que procure el sentido
de todo esto? ¿Basta callar tan solo
para que retroceda el mundo hasta el silencio,
ocultando sus desdichadas imágenes.
el tumulto, la sombra
que precipita bajo mi frente?
Cuando sea tiempo, ella, mi hija pequeña.
tendrá algo en mi mirada, los años
que me hicieron posible levantar el rostro
desde el polvo a las uvas, su mismo
asombro de vivir que me justificó
cuando hallé en el misterio
al menos desconocido de los dioses.
Oh, a mi edad uno comprende
donde está lo juicioso, que esta insensata
aventura levantada fue sobre alguna
razón secreta y más allá de la piedad es extraño
que no se nos perdone todo.
Duerme ahora, en el centro
de la noche de otoño. Sus primeras
preguntas yacen; cuando sean
vueltas al resplandor las guardaré
para siempre asombradas,
como hacemos con esas dulces
cintas de seda en el fondo de un cofre.
La respuesta es vasta: azul, mañana, agua…
¿Qué significan mis años
si, como esta noche, apartados
de hija pequeña y yo
de la lluvia silenciosa,
nunca me pareció mi muerte
tan cercana a esta lumbre
y a la vez tan remota?
LOS DIENTES
Su porvenir de fósil está asegurado
por gracia de sus dientes
y de erosión en erosión
lo sobrevivirán diez mil años.
Así que de todo el esqueleto
sólo merecen respeto los dientes que quedan en
la calavera.
Admire usted su perfecta cohesión impersonal,
cómo concentran la total energía del cuerpo
en un momento justo, cómo descalifican
el drama y la amenaza de la materia.
Así que mientras usted falla y cena tristemente
sin el menor sentido de la oportunidad
sus dientes se instalan en un cielo inhumano
y usted en una carie de la historia.
MEMORIA DE PAPÁ
Mi padre está muerto a cambio de nada.
Cuando se le helaron los pies
-uñas torcidas de inmigrante-
yo le debía el universo y algunas blasfemias
y sólo tenía papeles mojados para cubrirlo.
En una despedida que no valía la pena,
que no estuvo a la altura de los hechos.
Una noche de julio de 1955.
MI HIJA CONTEMPLA MI PERFIL
Teóricamente libre, en el presente,
mi cabeza giró de condenado
congelando el perfil ante sus ojos.
Ella miró profundamente azul
para fijar la imagen, despojarla
de sombrías y próximas mudanzas.
¿Qué suceso retienes? Esto
desaparecerá porque acumulas
días y espacio que vienen a negarme.
Y habrá sol e historia suficiente
para precipitar a fondo
despedir de tus ojos ocupados
esta existencia en bruto, su difícil
respiración al borde de la mesa.
(�Principios de incertidumbre�)
MUERTE EN EL SANATORIO
Los médicos se han ido cerrando la puerta
y mi última oportunidad ha partido con ellos.
Desde este momento todo es asunto mío.
Se han llevado las medicinas y la radio portátil,
el mundo retira sus puntos de referencia
y aquí termino solo: cuatro paredes y una cama
de sanatorio.
Lo admito. Siempre tuve conciencia de condenado,
ráfagas de terror al despertarme vivo
y si este final nació conmigo
incrustado como una decepción en la pared del cerebro,
¿por qué confié en la esperanza
o en la música de Mozart entrevista
como una eternidad triunfante que no podía excluirme?
Debí saberlo, ahora que mi única certeza es la química
y no la vida perdurable,
ahora que la enfermera llega trayendo la última aguja
para borrarme suavemente y darle las gracias por todo.
NO MÁS TRABAJO, ABUELO
Supongo que de una vez por todas
debe estar descansado
el esqueleto del abuelo hecho un revoltijo en la urna,
cruzado de cicatrices de albañil
y la condecoración de un clavo
hundido en su húmero derecho.
Pero no estoy totalmente seguro de que la osamenta
no sufra sacudidas de vez en cuando:
cincuenta años de levantar paredes
quizás no hayan agotado su impulso y el abuelo
no quiere
que oscurezca un resto de energía en el acumulador.
Pero todo está bien, abuelo.
Su largo sudor se ha evaporado, formó nubes
y retornó en la lluvia. Ningún asunto suyo
fue desperdicio. Por su causa
la obra continúa en construcción.
Por gente como usted, la mejor sustancia del planeta
salió el sol todos los días. Por usted
valió la pena estar de pie y agradecido.
No haga ningún esfuerzo por resucitar, abuelo:
ya basta de trabajo.
Y que no se le ocurra
poner en orden sus propios escombros
ni ocupar sus vacaciones arrancando
el clavo de su hueso más heroico y personal
NUESTROS DÍAS MORTALES
A través de los días mortales, bajo el cielo que nadie
conoce, corroboramos con un aire distraído
la idea de un infierno levemente estructurado
sobre las columnas de la carne, el espíritu o el
desorden.
Aquí están los aconteceres: creados, no obstante,
a imagen y semejanza nuestra, rumores desdichados
de la ciudad, en la noche, y fétidas tinieblas
ambiciosas de aposentos demasiado humanos
que acumulan las huellas tristes, el desecho
de una existencia condenada a todo,
parece cumplirse no a pesar nuestro precisamente
sino de manera ajena, en el caos insidioso
de una independencia atroz, a ratos como al descuido
hasta ofrecer una gratitud desconcertante.
Del mismo modo, la rama del verano y del invierno
y las frutas y los animales transcurren
del otro lado, por caminos oscuros de un reino
más desconocido que extraño.
Nos fue dado a nosotros no la increíble indiferencia
sino perplejidad para sostener una abierta
realidad que a una broma indecente se asemeja;
hombrecillos pensantes cargados de piadoso tabaco
aventurados a la responsabilidad
de cada uno de sus huesos y la libertad inútil
de los días ferozmente ocupados. Consecuentes,
irritables vasos de la decepción que de pronto
hallan que el hecho consumado los supera,
que se habían equivocado, que nadie sabe
en qué consiste lo contrario del dolor,
que no era eso en absoluto lo que habían perdido,
que a través de la dulce y pausada
elección de los pequeños actos, las comidas, las rosas,
se vieron conducidos a un súbito desastre.
Remo Erdosain, José K., estupefactos, naturalmente,
hallan que su propia perdición no les concierne
mientras persiguen como soñando una música
que conjeturan eterna y crece el viento
circularmente en un jardín lejano.
Así, la vana interrogación se vuelve
hacia su propio centro, nuestros días mortales
se levantan y caen como un fin en sí mismos
y prosiguen colmados con las formas hurtadas
a la imaginación tendida sobre el error.
Ese es el sueño que logró Prometeo: entonces
¿qué sentido habrá de concederse a su rostro
cruzado por la furia, el orgullo y también la
esperanza?
Oscuro es todo esto; pero a veces cantamos, en la
noche,
para robar la llama a un remoto paraíso
y después retornamos, tambaleando, al infierno
que desde hace mucho tiempo rehúsa
la morada insensata del mero pensamiento.
(�Nuestros días mortales�)
PERO NO ME RECUERDO
Para siempre a salvo de la erosión
tenía veinte años en esta fotografía.
Pero no me recuerdo, no sé qué pasó hasta aquí
ni cómo sucedió.
Aquel muchacho bastante tonto,
con todo el cabello puesto
y toda la luz a su disposición.
En qué andaba, qué hacía detrás de esa piel.
La transición quedó a oscuras. Desde aquí
el tiempo es un sueño desordenado.
Sólo sé que no había apostado
a esto que me sucede,
ahora que tengo frío y estoy hecho
un rostro que termina y pierde aire.
ROBERTO ARLT
Supongamos que en la noche del 26 de julio de 1941
yo lo encuentro a usted en la calle
camino de su casa
y lo encaro con un ¡salud al octavo loco!
y usted sonríe o cosa parecida (aunque el chiste lo
harta)
y me invita a pasar
y yo lo admiro a usted y que está escribiendo ahora
en esta época tan poco favorable
o demasiado favorable, eso depende,
y usted gruñe y se quita los zapatos
y tomamos unos mates y charlamos y me despido y
encantado de haberlo conocido personalmente
y en la oscuridad es helada pero usted duerme bien
esa noche
y se despierta y abandona alegremente el sueño
y sale a la calle y
el mundo está lleno de buenas noticias.
Pero sucede que usted no se engaña fácilmente
y que me resultó imposible haberlo conocido
así que dejémonos de suposiciones y digamos
que esa noche usted se acuesta y duerme inquietamente
y padece algunos sueños que confirman
su tendencia a sumergirse
y como su corazón es un músculo rigurosamente
histórico
usted no sale a la calle ni se despierta en absoluto
esa mañana.
SIN RASTROS
Pienso profundamente en las huellas borradas de mis
zapatos que se asustan,
mi cigarrillo que se consume al concluir el día.
Antes de ir a la cama
no dejo más que ceniza en los rincones, tristes señales
en mi cueva de nervioso animal perecedero.
Porque no tengo oficio perdurable
mis aullidos se perdieron en el silencio universal.
La carne que me continúa seguirá mi rastro
hasta donde la partitura sea legible y no más.
El tema que fui no da para mucho.
En lo que a mí concierne
la inmortalidad es el cuento más fantástico
que jamás se haya contado.
Sea apacible la erosión
y me recuerden bromeando un poco
por una o dos generaciones y en familia.
TUMBA DE LOS CABALLOS EN CHAPADMALAL
Los delicados huesos que la tierra
apenas con el peso de una sombra cubre
se detienen aquí
lejos del viento que les dio sentido
y espaciosa morada.
Por una vez acaso,
vana ha sido la destrucción, pues la oculta
hermosura transcurre
en el centro impetuoso de la multitud
que consagró su unánime locura
a estos dioses de limpios ojos.
El tiempo,
que también devora ciudades y rosas,
inició en las soberbias
y levantadas figuras que amó el aire,
un cambio insensato
hasta reunirlas en la vasta sombra,
y desde allí adelanta hacia otras mañanas
la pasión y el rumor del galope memorable.
Así la eternidad.
Aquí el hombre ha desistido
su proceder absurdo bajo el cielo:
perdido el conocimiento
y el significado de toda sabiduría
reunió los cuerpos que en su memoria
levantan un resplandor que no cesa;
ni triste ni alegre
con extraña serenidad sepultó a sus caballos
que ahora yacen aquí como en el centro
de una dulce costumbre.
La muerte que pretendemos conocer
no es ésta; ninguna
meditación piden a los instantes humanos,
ni la inútil
interrogación de la desdicha.
En la desnuda inscripción de la piedra
todo está concedido: así como entre todas
las flores que más amamos
escogemos algunas en la memoria
porque han sido el acontecer y la dicha
de una existencia única.
UVAS ROSADAS
Este breve racimo
de uvas rosadas pertenece
a otro reino.
Yace, sobre mi mesa,
en la dulce integridad de su peso terrestre
mientras yo permanezco silencioso
imposibilitado
de oponer mi vida a su carnal exuberancia.
Casi con horror admiro allí
la dura tensión del agua
hacia la piel mortal
como una realidad insoportable.
He aquí un remoto acontecer:
todo transcurre del otro lado, fuera
del rumor insensato
de la existencia humana.
Comprendo que hay un límite
cuyo paso en el tiempo
me está vedado
de modo que el puro conocimiento
sólo cabe
en la mera travesura de la mente.
Más allá está la misma tierra
a la que regresamos como extraños;
en el racimo de uvas rosadas yace
la imagen de otro regreso
y este enigmático existir
dulcemente en el rosa
tiende a cumplir el ciclo
que comenzó radiante en el verde lejano.
Otros días transcurren
aquí, en otro espacio
que colmó la inutilidad
de una vida ocupada. Ajeno
a la región de las uvas permanece
mi estupor desalentado.
Pero nunca la esperanza
tuvo mejor imagen que esto:
la travesía del límite
que me inclina a lo secreto vendrá
de la misma costumbre de la luz
con que las uvas rosadas
van a entrar en la muerte.
Y BIEN, MORIMOS
Y bien, morimos.
Millones de años
para la conclusión, para una dignidad
extraña, en cierto modo
ajena. Pero el tema
es más ambicioso
que el pensamiento
y se pudre allí mismo.
Quizás hay un error
de perspectiva en todo esto;
especulaciones, sistemas,
estructurales mentales
y el terror debajo. Pero antes
hemos pedido vino
y marchitas
vimos caer las uvas. Morimos,
algo extraño,
pero siempre después.
Y sin embargo hay hombres,
hombres en todas partes,
sobre todo en la tierra.
Multitudes, máquinas,
cerebros ávidos al amanecer,
el viento, una rosa en la mesa
y café. Todo esto
consagrado a la luz. La muerte
no es natural.