GRINBANK, ALICIA NOEMÍ
“ALLÁ LEJOS Y HACE TIEMPO”

Cuando yo era niña
no había Internet ni teléfono celular:
las cartas llegaban a mi casa como pequeñas hadas de papel
y la voz del tío lejano se entrecortaba en el negro auricular.

Cuando yo era niña madre cocinaba dulce de membrillo
padre cantaba tangos el choclo venía con gusanos
a la leche se le hacía nata. Y el carnaval era cosa seria.

Hoy
entre miríadas de mensajes sin rostro
antenitas y veloces bocados en conserva
yo persigo —más no sea— uno o dos misterios
aquellos efluvios aquellas dulces alimañas del pasado.

*

En un punto casi fijo del cielo
el pájaro
aletea con vehemencia.
Al mirarlo
no se sabe
si el aleteo es éxtasis de libertad
o desesperación.

De Curanto, 1992

*

Incómoda.
O es el dolor en la espalda
o es el agujero en el alma
o es la flor en la azalea.

*

¿Buscas a tu madre, Alicia?
Habrás de aceptar que fue enterrada viva.
Se llevó allí abajo lo que todavía era de ambas:
ese vientre que te sació de agua mansa
sus dedos peinándote cuidados y maltratos
su voz reclamante.

En la paz de ese jardín
ahora la acunan
voces profanas de una capilla ajena
o el trino de pájaros migrantes.

Y un cuidador —de tanto en tanto—
atiende el césped de su tumba.

De Pulmón de Manzana, 2011

*

A veces hablo sola.
Mis palabras —babas del pensar—
suenan en el cuarto.
Pobres hilos de medusa
sin mar y sin veneno.

*

No doy el asiento en el colectivo
ni a anciana ni a embarazada.
La una vivió hasta ahora
—lo cual es mucho—.
La otra va a criar: toda una misión.
Yo en cambio
exigua de poderes maternales y cercada de vejez
debo mirar por la ventanilla.
Digerir la turgencia de ese vientre
y el pavor del blanco rostro suplicante.

*

Hay corso en el barrio
y las murgas se preparan.
La vagabunda mira con ojos dementes:
entre tanto disfraz
bien podría ser de la comparsa.

Pero su hedor alerta a las familias
que enfilan decididas
hacia el certero choripan del carnaval.

*

El encargado del edificio
además
hace matambres para vender.
Se asoma a la bullente cacerola
cual vaporoso Narciso
y vigila al pobre atado.
Su vida
—más que por el lustre del peldaño—
pasa por la gloria del matambre.

Y tal vez sea así:
que todos cultivamos
—a la vera del brillo y las maneras—
nuestra oscura flor de sebo.

CAMBIO DE SÁBANAS

No hizo falta lavarlas hasta ahora:
la espuma del amor fregó sus pliegues
terso canto de sirena
en las almohadas.

Pero el tiempo y su hollín son implacables.
Del níveo percal hacen sudario.

DISTINTAS MANERAS DE COCINAR LA CEBOLLA

A mí me gusta a lo judío: quemadita olorosa
crocante casi.
A él, poética transparente apenas sancochada.
Cebolla, serás quemada en mi aceite rezumante
o tocada apenas por sus manos livianas demiurgas.
Y mientras embriagas la casa con mi freír a muerte
o perfumas como a él le gusta
nos vamos desvistiendo a de a poco
cada vez más blancos lejos del odio lagrimeantes
hasta caer en pétalos ardientes
sobre esa comida que nos une.

ESCENA FINAL

Está enojado el hombre, iracundo —digamos-.
Y es lógico, ella lo ha crispado hasta la puteada.
Sacó de él lo que tanto calló perdonó y contuvo.
Ahora es un hombre solo en la calle del dolor,
desfilan taxis vacíos parejitas abrazadas
y el hombre vuelve a su casa.
Abre las ventanas: arroja fotos, cartas y alguna chalina
perfumada.
Luego pega el grito. Se deja caer por ese tragaluz infame:
rebota en el patio de planta baja entre condones y verduras desnucado feliz
por la noticia que ella recibirá a la mañana.

FLOR

Desprevenida (un viento fuerte la arrancó de su tallo)
yace en el agua quieta.
De cara al cielo presume alcanzar los pájaros.
Acuática
intenta la maniobra del pez.
Anochece
sobre la decapitada.

HALL DE ENTRADA

Encasquetado en su gorrito de lana
el encargado del edificio lee una revista de aviones de guerra.
Una estufa giratoria le calienta los pies
demasiado pequeños para su corpachón.
No sueña con ser propietario ni inquilino.
Se llama Walter Díaz y sueña con vuelos rasantes.
De tanto en tanto el ascensor blindado arroja vecinos de fiesta:
es sábado a la noche y los saraos cunden en la ciudad salvaje.
Durante la semana Walter Díaz cambiará cueritos
mientras cae sobre Guernica con su avión caza.
Envuelto en el susurro de las hélices
destapará la canilla del 4� B. Sacará la basura.

Y ya en su exigua pieza —apretujado entre muebles y parientes— acopiará madera balsa para armar el fuselaje

LA ILUSIÓN

Y ahora que el adiós selló el silencio de los días
ella —o acaso también él— piensen que la vida es corta,
que la pena no vale la pena que se puede volver a comenzar.
Y no acuden al espejo: quedan detenidos
en la tosca esperanza de ser los de antes.
Brillar con ese brillo.
Iluminarse otra vez con aquellos besos del Cinema Paradiso.

LA MUJER DE LOT

Más vale —se dijo—
ser estatua de sal
que errar sin sabor en la boca.
Más vale —se dijo—
que mis pequeños ojos se impresionen
y salgan de sus cuencas y echen a volar
gritar por un instante
encenderme cantar
perder mi nombre para siempre
(¡que se lo lleve Lot como trofeo!)
Más vale —se dijo—
la boca abierta del misterio
lo que no me ordenó Dios
lo que está por verse
lo que no conozco.

LAS QUE NO

Infladas por el viento
las camisas del hombre
aletean su colorida vacuidad.
No son esposas a la espera
de la ensombrecida bestia de oficina
esposas humeantes de hijos
esposas sociales de brocato en Navidad.
Las camisas del hombre secándose en la soga
saborean ya —a cada leng�etazo de sol—
el olor del hombre la piel del hombre.
Sin preguntas. Como alegres cortesanas.

MECÁNICA POPULAR

Ellos son tres y hoy es día patrio.
La ciudad una cuna gris que mece a sus dormidos:
apenas alguien en la calle sacando al perro o haciendo footing.
Esos tres se inclinan sobre el capot abierto
—no hay como un feriado para arreglar el auto—
¿se conocen? poco importa:
lo que vale es esta comunión de grasa y de motores.
El resto queda detenido:
la empresa la mujer y su madre
las deudas la próstata el fútbol.

Ellos sumergen los sesos
en esa enramada negra y bronce para descifrar la falla.
Y aunque sea en vano mejor aún. El tiempo pasa largo
los eterniza en la cavilación y la aventura
de ese idioma antiguo de los hombres:
cilindrada pistón alternador embrague.

Hasta que llega la noche en una Ferrari loca
zumbando en la pista de sus sueños.

Inéditos

MILONGUEANDO

Este animal
jadeante
interrumpida novia en otros brazos
ese calor que trae el vino
respiración que es pulso de la sangre.
Pulverizada escombro toda
cuando el danzarín toma mi cintura
no hay amor que me contenga
la impredecible fragmentada
la ígnea la pequeña
llora ese vino por los ojos suda
pierde la palabra
cae en la fosa húmeda
no quiere saber
delicadezas.

MONDO CANE

Ahora se compró un caniche.
El doberman se le murió hace dos años.
En celeste bata de plush se pasea por el balcón
con el perrito en la mano. Y le habla.
El pobre —atónito— reposa en la peluda pechera
y ella confirma a través de él
su presencia en este mundo.
Inútil soliloquio donde mi vecina vierte su ceguera.
Su alegre reclusión enajenada.

MUDANZAS

De todas las cosas que se fueron
quedó una tetera blanca.

La próxima vez ¿en qué mesa?
¿Será la pieza n� 24 en el remate?
¿O alguien la olerá
buscándome?

NOCTURNO PORTEÑO

Repiquetea la lluvia en las plantas
en mi patio.
Pienso en las grietas que chorrean
en la casa de mi hijo
pienso si mi hija habrá vuelto del trabajo.
Pienso en el oscuro joven que vi
arrumbado en un portal.
También en que pronto haré mi cama
y en ese abrazo ausente que has dejado.

¿Cómo será mi noche?
¿estaré viva a la mañana?
Pero ahora el deseo de escribir
es más fuerte que nadie
más fuerte que la lluvia el miedo
o la soledad.

Este instante es lo único que tengo.
La moneda que paga en esta noche.
Mi corazón pleno.
Mi santo y seña.

De Noche Cerrada, 2006

PULMÓN DE MANZANA

En 4 cuadras a la redonda se fragua el mundo.
Ventanitas y detrás el desdén el amor la cacería.
En algunas terrazas se baldea
en otras se tritura el costillar.
La vecina fuma a morir
y en el mercadito —a las siete de la tarde—
la broma chabacana
diluye el estrago de los rostros.

Pero la hora más intensa
sucede cuando me acuesto
y dejo que me bañe la luz nocturna del barrio.
Escucho su respiración de animal doméstico:
débiles reyertas besos salvajes.
Hasta que la bocina de algún tren carguero
hiende la noche y me duermo.

SALA DE ESPERA

El bebé llora en el joven padre que lo mece torpe:
prueba con el chupete mueve el cochecito lo alza.
Persiste el arropadito se desgañita
se crispa mal sujeto entre esos brazos incapaces.
¿Y ella? ¿la dadora la dueña la nodriza?
Ya pagó la consulta en recepción y regresa.
Desabotona, descubre su pleno mediomundo
y calma el ansia del becerro.

Ya no cabes en la escena, joven padre.
Y lejos muy lejos de la niebla de ese goce
te preguntas por qué ella juro alguna vez bajo tu espada
que su manantial sería siempre y solo para ti.

SAN CAYETANO

En la puerta de la iglesia
los fieles navegan entre espigas roscas y velitas
ateridos.
Religión de estómagos maltratados
busca una punta un guiño.

Y se dejan mentir
cebados.

De La Balsa de la Medusa, 2002

SANGRE Y ORINA

Alineados sobre la fría mesada
el frasco ambarino y el tubito rubí
irán al desguace microscópico.
Días después mi confiable clínico
leerá en el hermetismo cifrado del papel
y yo beberé sus vaticinios
con la ávida sed de la ignorancia.
Pero él ignora también:
reduce mi angustia a un color “ligeramente turbio”
ve brillantes hematíes en un campo
donde es noche cerrada.
Ciego a mis heridas dice “cristales no se observan”.
Densidad: ¿cómo medir lo insondable?
Espacios abisales de células muertas
y recuerdos en flor.
Perdido él en mi niebla
perdida yo en su niebla:
no hay valores de referencia.

SPIEDO

A las cuatro de la tarde de un día invernal
los pollos reposan en su carrousel detenido
(no es la hora de los clientes todavía).
Esperan alineados
con la piel levemente anaranjada del mediodía.
A la noche
bailarán otra vez en el chisporroteo de su grasa
y tomarán el color cobre del apetito.
Hasta que la mano de dios
los retire crocantes del spiedo
los troce
y exprima limón sobre sus presas.

TANGUITO

Vuelve tu rostro esta noche:
la copa y la mesa
son el ruedo fantasmal
para el inútil olvido.

Aquí empino el más amargo
el más triste de los vinos:
el brebaje del dolor… uvas de la sequía.
Y ese que juntos bebimos
—el vino del frenesí—
ahora ya es sólo borrasca
charco en la soledad.