MOLINA, ENRIQUE
ALTA MAREA
Cuando un hombre y una mujer que se han amado se
separan
se yergue como una cobra de oro el canto ardiente
del orgullo
la errónea maravilla de sus noches de amor
las constelaciones pasionales
los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través
de las piedras sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante
el furor de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de
las antípodas
los hechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la memoria
los estremecimientos de una vieja cubierta de pronto
con la palidez de la tristeza y todos los gestos del
abandono
dos o tres libros y una camisa en una maleta
llueva y el tren desliza un espejo frenético por los rieles
de la tormenta
el hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles
o enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos
informes
cada noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros
hasta el techo
los enormes roperos crujían en las habitaciones
inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los desastres imprecisos los deslumbramientos de la
aventura
siempre a punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del
mundo
Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún hierve la
espuma de los días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de
lentejuelas insaciables
esos labios basados en otro país en otra raza en otro
planeta en otro cielo en otro infierno
regresaba en un barco
una ciudad se aproximaba a la borda con su pero de
sal como un enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento
del trabajo marítimo con el desplomado
trono de las olas y el árbol de la hélice que pasaba
justamente bajo mi cucheta
este es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo
el mundo desesperado como una fiesta en su
huracán de estrellas
pero no hay piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por
la boca de las aguas y de los campos con las
violencias de este planeta que nos pertenece y se nos
escapa
entonces tú estabas al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía
a tus brazos como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo
en la punta y el cabo de Manila fue recogido
todo termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de
la bestia que acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada
a su dicha y a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio
y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la
vehemencia del verano y el remolino de las hojas
sobre las sábanas vacías
y una vez más zarpa de fuego se apoya en el
corazón de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas
direcciones
donde la furia y la pasión se mezclaban al polen del
Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed
intacta y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado
se separan.
CANCIÓN ÁSPERA
Hay un dios de sol que me inmola
Su rostro son aves y alcohol
Sólo posee lo imposible
Y bebe mi sangre en las rocas
Se abre el pecho con los hechizos
De la realidad rugosa: sabores
Hambrientos muslos de las islas
Luces del tacto y de los besos
Su sueño es el olor del día
Como un patíbulo palpitante
Iluminado por el viento
En su fatal templo de pájaros
Sanguinario como el amor
Su lengua azul borra el olvido
Toma la ropa de los locos
Y la hace brillar como el mar
El corazón de los campos las vocales
Las playas el ocio una mosca
Son las zarpas resplandecientes
Del tigre que cruza en sus ojos
Mi implacable dios me protege
Con deseo con sed con desdichas
Quema mis labios y me ciega
Con su orgullo de grandes alas
Es el sol negro del desafío
La casa en los bordes del mundo
En el tejado hay restos náufragos
El piso se hunde en las antípodas
Entonces toco a una mujer
Mi mano roza las estrellas
De fuego carnal y de harina
Que su vivo cuerpo propaga
Brazos amantes estaciones
El vello del trópico la lengua
La luna y su miel misteriosa
La fuerza y la luz del océano
Mi dios es cruel como las olas
Una plegaria lo hace aullar
Un corazón que se derrumba
Un alma que pide socorro
¡Oh belleza de dientes humanos
Mordiendo su presa tantálica!
La primavera sale en llamas
De tantos sueños de la tierra.
COMARCA PROPIA
MI PAÍS ES FALSO Y SIN TECHOS CAVANDO EN LA TIERRA
como un perro
cavando en el cielo
cavando en el alma ¿para qué? En su rincón con la
espuma de las moscas. ¡Estrellas! De noche es
inútil encogerse como un feto.
No por eso deja de oírse el señorío famélico de los
órganos y su rezo
¡aunque uno vuelva a aquellos días y a la negra
circundada por el sudor de las flores del mundo
a aquellas caricias que hacían blasfemar de placer a
los cocheros fúnebres!
Fundado en la corriente mi país desnudo hace con sus
dientes y sus anzuelos un rumor de supersticiones
bajo los plátanos
¡entonces una ola radiante como la siesta de la primera
masturbación al pie del molino como el primer
descubrimiento de un astro hembra entre los
pliegues del sueño!
Y no me importa
llorar en sus piedras país errante mío farsante
¿Por qué rechazaré tanto un cuerpo que quiero? ¿Por
qué desearé tanto un cuerpo que abandono?…
País cocodrilo perpetuo en acecho al sol en el bello
fango
País droga
¡Partenón de hierbas podridas y estrellas con su gracia
tantálica y esas vastas y ociosas imágenes salvajes
del infinito cubiertas de lianas…!
FOTOGRAFÍA DOCUMENTAL AFRICANA
Sin una manzana de hechizos que en plena ma-
ñana rajó en dos al cielo y una cruz ardiente se alzó.
Sin un fuego del centro del mundo donde baila
con todos los amores en la sombra del claustro el hom-
brecillo con un misterioso sombrero escarlata que re-
verbera como el horizonte y es el diablo.
Sin otro industria que sus uñas, sin otra informa-
ción que la del rayo y el viento, la tierra resquebrajada,
los caminos llevan a otras montañas que dan a otras
montañas sin salida.
Y ni siquiera una sábana para los cuerpos enla-
zados.
Pero con la blanca decrepitud de la luna infestada
por una estrella de almizcle y toda su plata nómade
sobre la piedra y el lagarto.
En un paraje de sequía, en un reino de espléndida
aridez, una organización de arenas, sed, ídolos, sudor
y los cobertizos de hojas de palmera para abrigarse
de los espíritus nocturnos que musitan magias al oído.
Siete negras nubas semidesnudas cada una con un
bastón y un enorme canasto repleto de sorgo y otros
granos exóticos sostenido con un brazo sobre sus cabezas.
El bamboleante rito diario, el regreso en fila india
hacia la aldea de los Mesakin Quissayr, captado por
la cámara de Leni Rienfesthal en un Sudán fantasmal.
¿Y acaso tales pies descalzos no iluminan la dura
mejilla del planeta? ¿Acaso no avanzan por una super-
ficie calcinada hacia una profunda melodía del alma � ?
Y en el fondo, sobre un montículo, un hombre, al
parecer desnudo. La inmóvil silueta de un rey deste-
llando sobre los dones del naufragio y las rapiñas de la
cosecha.
¿Y por qué contempla desde lo alto la procesión
de las oscuras mujeres? ¿Y por qué en tal escena re-
suena el latido del universo � ?
¿Y por qué desde la lejanía de esta imagen llega
un sabor de desaliento apasionado y de insaciable pie-
dad por las gracias del mundo�?
ITINERARIOS
Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a las
plantaciones de la costa
al sudor de tu cabellera quemada por las nubes
a los instantes inolvidables
-tantas mutaciones de nómade y de clandestinidad
tantos homenajes a una belleza salvaje
que exige el desorden-
¡Oh raza de labios de abandono
hechizada por la vehemencia!
y nuestra fuerza de profundos besos y tormentas
para el infierno de los amantes
hasta volver a su placer fantasma
a su ola de hierro de ayer detrás del mundo!
Aquellos hoteles…
Todas las rampas de la vida cambiante
la velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la hambrienta luz del desencuentro de nuestras venas
de azote
cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de
los abrazos
y el solitario frenesí de las palmeras
cuando en la ausencia
creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me
devuelve de golpe todas nuestras caricias
el nudo furioso de la pasión en las negras argollas del
tiempo
aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre un altar de desunión con grandes luces
fascinantes sin más pradera que tus ojos
país incorruptible
país narcótico
con risa del alcohol del viento
y tu pelo sobre mi cara
y las cálidas bestias doradas por el trópico
y el jadeo abrasador de la ola que vuelca en tu corazón
su grito de espasmo y de caída
y de nuevo esos lugares intactos para el sol
y de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor
en medio del perezoso meteoro del día
levantando hacia el alma aquel esplendor
los paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente
con sus besos en marcha
y las tareas de los amantes mientras la llamarada de
la muerte brillaba alrededor de sus cuerpos
como un afrodisíaco
avivando el deseo
el hambre
aquella furia de ayer detrás del mundo!
LA BELLA PASAJERA
Muerte
tienes tu viejo cráneo clavado en un palo tu boca
curtida como la luna y tu grotesco caparazón de
mármol y cera
pero también tu cuerpo cálido como una bestia atrapada
en el lazo de su sexo
esa elaboración de violaciones y el desgarrador reino
del deseo poblado por ángeles vacilantes con el
cerebro vacío y fosforescente entre los avisos callejeros
la puerta entreabierta hacia el desván de los amantes
en las raíces de la selva virgen con la insaciable
botella de las arpías al pie de la cama en la sombra
genital bajo un cetro de moscas y llamas y el
reglamento de los hoteles como un negro prontuario
del tiempo perdido!
Arde a besos el suave plumaje de tu carne tus senos
brillan en la boca del instante la inextinguible
hembra ansiosa cantando sobre las sábanas desnuda
pero también entonces la coz de tu risa con el moscón
famélico en las venas del que quiere sobrepasar
con una sola palabra con una sola caricia el límite
reptil de tu sombra!
Pero también entonces desenrollas tu larga llama en
el corazón de los deudos furiosos cuando patean
el relicario del difunto dormido con una paciencia
de asno en su pesebre de plomo
¡Y tanta harina demente en tus demoliciones…! ¡Tantas
islas quemadas en la caldera de tu lengua…!
Y no me provoques ahora con tu acordeón de aduana
sombría
¡Ah! pero si ardes sobre el tablón del embarcadero
donde arrojan un par de tortugas y toda mano
recoge su fruta marina
puedes ser un suspiro de placer en el viento
un reverbero de polen el fuego irresistible que una
mujer extrae del marfil salvaje de su risa
y no sé qué exuberante vegetación qué red de
instintos y flores
como un verano de súplicas rabiosas
se vuelca cuando ocultas el foco de lepra y de éxodo
que ilumina tu mundo bifurcado
hacia nada
hacia el sol!
LA GRAN HAZAÑA
Informe viaje, Hernando de Magallanes, y el trueno
de la sal
hacia el patíbulo marino, en las islas, blasfemas
con un relámpago en la boca,
desde la pluma insomne del petrel
hasta el roído hueso espumoso de la muerte,
la ácida singladura en medio de los tentáculos,
y ese rasguido del cielo,
ese cascabel de locura de fondo de ataúd de ventisquero
y astros destartalados
en el ronquido de la foca, el errante
graznar del demonio en una tierra helada
que chupa la sangre.
¿Y qué dice al respecto Pigafetta?
¿Y quién de los aterrados tripulantes no lo oyó
y lamió los tablones de la nave y rezó a gritos a cada
golpe de ola, hambriento,
en las semanas de cuero seco y furia,
en ese mar envenenado � ?
Sin embargo
él avanzó hasta el fin de sus venas, vio dioses,
atravesado de un lanzazo,
y el golpe de su corazón abrió un sepulcro en la marca,
pero cruzó la puerta virgen,
halló el paso increíble,
deslumbrante de adversidad,
y esos descomunales aborígenes bailando sobre su alma.
¿Y quién, después, qué otro,
más ávido aún en su codicia desolada,
enamorado bufón con un maldito empleo,
en las sentinas de una ciudad, emigrando
con la mirada fija y la sangre volátil
hacia el cálido hechizo de otro cuerpo en la pasíon de
las antípodas,
con mudas súplicas, tras una agotadora caricia,
encontró nunca el paso de un corazón a otro,
de un abismo a otro abismo�
LA VIDA PRENATAL
Era el corazón de mi madre
Aquel tan-tan de tinieblas
Aquel tambor sobre mi cráneo
En las membranas de la tierra
(La lenta piragua materna
Un ritmo de espumas en viaje
Una seda de grandes aguas
Donde un suave trópico late)
Día y noche su ceremonia
-No había día no había noche-
Sólo un hondo país de esponjas
Toda una tribu de tambores
El corazón de un sol orgánico
Un ronco sueño de tejidos
Yo era la magia y era el ídolo
En el fondo de las montañas
Aquel tambor donde golpeaban
Las galaxias y las mareas
Aquella sangre germinada
Por el vino de la Odisea
Vivir en un huevo de llamas
Mezclando la tierra y el cielo
Vivir en el centro del mundo
Sin rostro ni odio ni tiempo
Crecía antiguo en la dulzura
Con astrales ojos de musgo
Yo era un germen lleno de estrellas
Un poder oscuro y terrible
Tu corazón —¡oh madre mía!-
Resonaba como el océano
Batía sus alas salvajes
Su insaciable tambor de fuego
Yo te besaba en las entrañas
Yo me dormía entre tus sueños
En un país de rojas plumas
Era tu carne y tu destierro
El paraíso de tu sangre
La gran promesa de tus brazos
Oía al sol en su corriente:
Tu corazón lleno de pájaros
Aquel tambor de la aventura
Aquel tambor de luna viva
La tierra ardiendo con su grito
Una vida desconocida
Afuera todo era enemigo:
Las uñas las voces el frío
Los días las rosas las uvas
El viento la luz el olvido.
MENSAJE SECRETO
Hacia abajo en la oscura humedad de los helechos que
tal vez sean yo mismo o divinidades monótonas
desciendo
al antro de mi sexo
con la investidura de un cuerpo torturado por poderes
frenéticos presa de esas imágenes soñadas de
mulatas de dientes crueles con las franjas fosforescentes
de sus vientres y de sus espaldas las tiernas
estranguladoras inclinadas sobre sus amantes para
dejarles en la boca la fragancia de menta y de sal
que emana de sus pechos en el oleaje
He ahí la misteriosa serpiente con la aureola de sus
labios y su canto de profanación infinita el foco
ávido donde flotan regiones de una blancura de
relámpago
La serpiente de mirada de catástrofe la papisa del sol
en su archipiélago de espejismos donde crea
fantasmas carnales y suntuosos que se retuercen
con caderas llenas de savia mujeres palpables y rápidas
cabelleras desplegadas para el lujo de un loco.
Y mi sangre de príncipe animal heredero de una raza
de paroxismo
se filtra por esas grietas de abismo que recorren la
especie se irisa cuando ese indolente demonio
despliega sus alas
y con un acto mágico con una brasa de ceremonia de
la noche de las cavernas con una sílaba de raíz
arrancada y de fronteras que se desvanecen toca
mi corazón para decirme que la tierra es errónea.
MIENTRAS CORREN LOS GRANDES DÍAS
Arde en las cosas un terror antiguo, un profundo y
secreto soplo,
un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de
grandes agujeros,
y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que
el sol consagró;
las lluvias entretejidas a los largos cabellos, con salvajes
perfumes y su blanda y ondeante música;
los ropajes y los vanos objetos; la tierra madera
dolorosa en los tensos violines
y honrada y sumisa en la paciente mesa, en el infausto
ataúd.
a cuyo alrededor los ángeles impasibles y justos se
reúnen a recoger su parte de muerte;
las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el
atardecer se condensa,
y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de
la mujer desnudándose,
abriéndose en quietos círculos en torno a sus tobillos,
como un espeso estanque
sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo
ese cuerpo melodioso,
arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños
tras los semblantes dormidos;
en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado viento
plañe bajo las hojas de la hiedra.
¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh, sagrada
fatiga de vivir. . . !
¡Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras
hebras trepan por mis huesos,
envolviendo mis vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de los rostros apacibles, del invariable
giro del verano,
a través de los muebles inmóviles y mansos, de las
canciones de alegre esplendor,
todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras
sombras trepadoras,
de su incierta partida, de las manos transformándose
en la gramilla estival.
Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta
temblando,
como el que sueña que la sombra entra en él y su
adorable carne se licua
a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales
y neblinas,
y pasa la yema de los dedos por sus cejas, comprueba
de nuevo sus labios y mira una vez más sus desier-
tas rodillas,
acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su
secreto,
mientras corren los grandes días sobre la tierra
inmutable.
MUERTE DE UNA MOSCA
PLANETA FULMINADO
Con un reverbero de vendaval de flores devorado
por la pestilencia
A través de las piernas de Orión
Y de la aterradora belleza de la Gran Osa ha caído
sobre el mantel
Junto a mi plato
El abismo de su millón de ojos ciegos su seca gota
de vino del Siroco todo el calor de sus élitros de la nada
Mosca
Surges con mi primer vagido de este mundo una
emanación de la tierra donde dice “aquí yace” una
casi imperceptible mueca verde y sin salvación
Y en todo tiempo y lugar
Me veo siempre cautivo en mi jaula de moscas en
el interior de una negra rosa vibratoria de infinitos
estremecimientos
Nacida de la descomposición y de lo orgánico con
esa fiebre obscena
Donde las cosas se irisan como un arco-iris infestado
Demonios gesticulantes salud y exterminio
Sobre las confituras en el fondo del cielo senten-
cias vivas enjambres que nacen de todo vínculo hori-
zonte o delirio
Aunque esta mosca haya expirado.
NO ROBINSON
En tu isla Robinson verde recamado con la pelambre
del desvarío
los helechos descomunales
las estrellas con el loro virgen y la cabra atravesada
por el rayo
¡aquellas fiebres!
la cueva con la barrica tiránica bajo la lluvia en las
sentinas inmensas
contra la empalizada de la noche
el océano hasta la cintura
y la sombra de tu mano sobre tu mirada desgarradora
posada en la alcoba escarlata de tu infancia
con los pilones hundidos del otro lado de la tierra.
No cedas ahora viejo perro
no regreses con tu manzana hirviente arrastrando tus
plumas de oscuro pájaro evadido,
y ese olor a raíces y setas en la luz del cuchillo
confabulado con los secretos de la luna
tu calabaza de anfitrión abandonada a la saliva marina
tus visiones
tu hosco esplendor entre las valvas ciclónicas
las matemáticas del horizonte hasta el infinito
sin más guitarra que la fogata del naufragio encendida
no importa dónde
entre los arrecifes y las lentas piedras del crepúsculo
que crujen de modo tan triste
bajo tantas aguas.
Más abandonado que un dios
más salvaje que un niño
más resistentes que las montañas contra ese cielo que te
disputa tus alimentos legendarios
¡Ah Robinson sin auxilio ni terror ni remordimiento!
la huella de tu alma en la soledad hasta el portal de
tu casa en York mientras tu pisada de yodo ignora
todas las reliquias
a la medianoche convertido en pesadilla
tocado hasta la médula por la gracia del abismo
vociferando contra tu padre inexistente entre los
mástiles arrastrados por la resaca.
La ciudad fangosa bebe en el alba la leche muerte de
los corazones allá lejos bajo el oro de sus ropas
pero no vuelvas la cabeza
ahora que el carruaje de los esporos y los saurios
pasa con tanta tibieza como una caricia
sobre tu isla rechinante
en la pureza de tu exilio
¿y a qué tu grito
tu mano abierta en la que cae la lluvia?
¿a qué tu negra Biblia contra la Biblia de vello de
tu pecho
esa plegaria a nada
a todo
¡Robinson sin propiedad y sin altar dueño del mundo!
RITO ACUÁTICO
Bañándome en el río Túmbez un cholo me enseñó a
lavar la ropa
Más viva que un lagarto su camisa saltaba entre inasibles
labios susurrantes
y las veloces mujeres de lo líquido
fluyendo por las piernas
con sus inagotables cabelleras bajo las hojas de los
plátanos
minuciosamente copiados por el sueño
de esa agua cocinada al sol
a través del salvaje corazón de un lugar impregnado
por el espíritu de un río de América —extraña
ceremonia acuática- desnudos el cholo y yo
entre las valvas ardientes del mediodía ¡oh lavanderos
nómades! purificados por el cautiverio
de unas olas
por la implacable luz del mundo
Lavaba mis vínculos con los pájaros con las estaciones
con los acontecimientos fortuitos de mi existencia
y los ofrecimientos de la locura
Lavaba mi lengua
la sanguijuela de embustes que anida en mi garganta
-espumas indemnes exorcizando un instante todas
las inmundas alegorías del poder y del oro-
en aquel delirante paraíso del insomnio.
Lavaba mis uñas y mi rostro
y el errante ataúd de la memoria
lleno de fantasías y fracasos y furias amordazadas
en aguas aguas aguas
tantas dichas perdidas centelleando de nuevo
desde gestos antiguos o soñados
mi vientre y el musgo de mis ingles
lavaba cada sitio de destierro ennegrecido por mi
aliento cada instante de pasión dejado caer como
una lámpara
y mis sentidos amenazadores como una navaja asestada
en la aorta pero por eso mismo más exaltantes
a cada latido que los disuelve en el viento
por eso mismo abrasadores a cada pulsación tendida
como una súplica de anzuelos
Lavaba mi amor y mi desgracia
tanta avidez sin límites por toda forma y ser
por cada cosa brillando en la sangre inaferrable
por cada cuerpo con el olor de los besos y del verano.
¡Dioses!
¡Amor de la corriente con sexos a la deriva entre costas
que se desplazan!
Dioses feroces e inocentes dioses míos sin más poder
que su fuga
pájaros en incendio cada vez más remotos
mientras retorcía mi camisa
en el gran desvarío de vivir
-¡oh lavador!- tal vez nunca acaso ni siquiera
jamás un instante en el agua del Túmbez.