PAINE, ROBERTO
AUTORRETRATO EN EL TIGRE
Ese que está en el Tigre como planta,
feliz durmiente del canal tranquilo.
Y ese también, el que comprueba el filo
del hacha en la corteza. Y el que canta.
Ese que está tendido y se levanta
para caer debajo de algún tilo.
El que en su propio pecho busca asilo
cuando la noche muerde su garganta.
Ese que de rodillas sobre el bote
mira el resplandecer de la corriente,
suelta una rama gris para que flote;
ese con cara aún adolescente,
habitante de río y camalote,
supone ser mi espejo vagamente.
(De “Evangelina del Sur”, 1944)
CAPÍTULO DE CULPAS
No puedo caminar sobre las aguas;
ni aún cuando esplenden, serenísimas
bajo el cielo de América
e invitan a posarse en sus espejos.
Me alejé de aquel ciego impertinente
que en Humahuaca reclamaba ayuda,
simplemente un milagro
de rutina, una ráfagas de luz;
aunque hubiera bastado sólo un gesto infalible
-bendecirle los párparos gredosos-
para que recobrara para siempre
la Quebrada, es decir, el Paraíso.
Evité a los hambrientos
para ponerme a salvo de esa incómoda peste;
y pretendí aplacar
la sed de mis hermanos con largas homilías.
Cometí, lo confieso, innumerables
actos protocolares;
brindé por la justicia y por la paz
junto a los opresores y los déspotas.
Violé palabras, sacras y profanas;
improvisé argumentos
para no dilatar entre los hombres
la Buena Nueva, el pan fragante.
Intenté con mi fe mover montañas
en condiciones favorables, óptimas,
y ni un solo guijarro conmovióse.
En fin: labré una cruz decorativa
desde la cual no quise
perdonar a mis pocos enemigos,
dispuestos por su parte a perdonarme.
Quizás también mi Dios me absuelva, hermanos;
no por amor ni por misericordia:
por infinito tedio, por cansancio,
por tolerable distracción celeste.
(1974)
CARTAS CREDENCIALES
Y cada amanecer de cada día,
cumpliendo una extenuante ceremonia,
embajadores ciertamente insólitos,
enviados sin duda extraordinarios,
debemos nuevamente presentarlas
en nombre de otro tiempo ya perdido,
y probar que habitamos todavía
el fascinante reino de este mundo.
Ante el fluir de las generaciones
que sin piedad pretenden arrastrarnos,
desempolvemos nuestras credenciales
ya remotas, a veces ilegibles,
y con triste insistencia proclamemos
nuestro derecho a compartir la vida;
que todo parecido con fantasmas
es mera, lamentable coincidencia.
Queremos entablar, y para siempre,
francas y apasionadas relaciones
con una Edad para la cual no somos
-Dios sabrá la razón- persona grata,
y que no nos perdona haber nacido
bajo constelaciones diferentes
y desconfiar del demasiado cálculo,
equivocaremos como la paloma.
Ya sé que nos aguardan los museos,
que sólo hablamos una lengua muerta,
y que —anteriores al primer diluvio-
nuestros plenos poderes han menguado;
pero esperad la previsible lápida,
Porque estamos latiendo todavía;
vivientes, convivientes, inmortales.
(1978)
CUADRO JAPONÉS
Tengo un pequeño cuadro con el marco ya roto;
un cuadro japonés de Nagasaki o Kioto.
Hay una mujer amplia, con las cejas en arco,
y una luna tan grande que se escapa del marco.
Bajo opulentas nubes se agazapa algún trueno,
pero Ella conserva su semblante sereno.
Sostiene un gran jarrón finamente labrado
como si no pesara, como si fuera alado.
La augusta aparición se inclina vagamente
y vuelca el contenido del áureo recipiente
que al tocar tierra firme se encarama y convierte
en un dragón con garras y con ojos de muerte.
Y debajo de este horrendo animal que se enrosca
pintó el autor su firma con patitas de mosca.
(De “La llama en el viento”, 1936)
CUENTA REGRESIVA
En la creciente oscuridad
la cuenta se hace audible
como el canto monótono de un pájaro.
Inútil distraerse, mirar hacia otras costas,
invocar privilegios;
inevitablemente
estamos regresando, compañeros,
al misterioso centro de la tierra.
Como aquel pasajero
de un tren que invierte el rumbo de su marcha,
con asombro advertimos
que el paisaje se aleja de nosotros,
que no nos acompaña y nos rehuye,
como si ya no fuéramos.
De pronto comenzamos a palpar
los años, los peldaños
finales de una escala suspendida
en un aire remoto, en el vacío;
con cierto sobresalto comprobamos
que ya somos los últimos,
que nuestros propios muertos sobrepasan
lo tolerable, el límite,
y que estamos cercados por extraños
de rostros y ademanes de otros mundos.
Es triste transitar por tanta ruina,
dejarse demoler impunemente,
talados hasta el hueso más profundo;
precisamente, ay, precisamente
cuando nos disponíamos a amar
por vez primera y última,
a iniciar un amor a rienda suelta,
o a descubrir esa palabra nueva
que lo contiene todo en una sílaba.
Dicen que es un destino que ninguno
puede evitar; hasta se recomienda
mantener una digna compostura
cuando estemos rodeados de campanas
que doblan por nosotros.
Yo me resisto aún. La cuenta sigue
regresiva, implacable, indiferente.
Pero debemos insistir, durarnos.
Y multiplico el último latido,
lo extiendo hasta los límites extremos,
dejo la huella de mis dientes
en la fruta prohibida, permanezco.
(1976)
DESMEMORIÁNDOME JUNTO A LA HIERBA
Desmemoriándome junto a la hierba,
solitario de amor, recién naciente,
siento un descanso abrírseme en la frente.
Mi mano sobre el pecho se conserva.
Oh suntuoso crepúsculo, reserva
de claridad, aurora diferente,
cómo te siento, ciego nuevamente,
sin historia, durmiendo entre la hierba.
Porque mi cuerpo ya no tiene historia.
Unas pasiones nuevas lo atraviesan
terriblemente inmóvil y vacío,
y comienza a poblarse la memoria.
Sensaciones de música me pesan:
la luz, alguna flor, lejano el río.
(De “Evangelina del Sur”, 1944)
EL AMOR
Aquí, en el ecuador del corazón,
en el radiante origen del latido,
en los dulces zarpazos que mi sangre
lanza desde una selva misteriosa;
búscate aquí, bajo mi piel caliente,
para saber si existes y deseas;
huye de tus espejos y contémplame
si quieres ver tu plenitud desnuda.
Amor, amor, cerciórate en mi pulso,
compruébate celeste entre mis venas,
mide en mi frente tu temperatura.
Y cuando adviertas que me desmorono,
tócame el hueso frío, la ceniza,
para saber cómo será tu muerte.
(1957)
EL CAOS
Miradnos: somos hijos
del caos, somos afluentes
de una remota tempestad, de un río
que se muerde las márgenes, furioso;
manamos del desorden, descendemos
con temor y temblor de una vasta hecatombe,
de aludes, de lentísimas serpientes,
de antiguas estridencias sin sentido.
Quién de nosotros se alimenta
de la Ley todavía?
Quién la lleva posada sobre el pecho
como una dulce, persuasiva tórtola?
Quién soporta tediosas jerarquías,
se apacienta de paz, se circunscribe,
cuida el aceite de su propia lámpara,
acata la parcela que le otorgan?
Oh vivir, desmesura!
Oh calientes imágenes terrestres,
jadeante paraíso!
Miradnos, si: criaturas
que vocifera el caos, atravesamos
los días y las noches en órbitas llameantes,
viviendo a borbotones, engendrando
desde bodas malditas, desgarrando en la noche
como panteras sin grandeza
para cumplir las leyes del desorden:
las órdenes del caos.
Mirad las violaciones sin medida,
la proliferación de los delirios,
los refinados cismas del deseo.
Recordad solamente
las músicas que hollamos, las esferas,
tanta serenidad desatendida.
Y oíd también a nuestros muertos,
oídlos evadirse del reposo,
persistir en sus álgebras insanas,
mientras roen sin pausa el largo hueso
de una terrible eternidad.
A plena luz, sabiéndonos perdidos,
miradnos: somos hijos
de un antiguo alarido, primogénitos
de una remota disonancia.
Mirad, mirad, mirad cómo cumplimos
el mandato monótono del caos:
devorarnos los unos a los otros.
(1959)
EL EXILIADO
Yo soy el exiliado que entre hielos distantes
vuelve hacia el ecuador los ojos ateridos
buscando el meridiano de flores y diamantes
donde la patria asome su contorno perdido,
y sólo el mar encuentra, sus fríos habitantes
hostiles, el espacio de brazos extendidos.
Miradme el corazón, sus ruinas vacilantes,
y escuchad todavía sus menguantes latidos.
Dejad vuestra alegría por algunos instantes,
sabed que estoy sufriendo con los cinco sentidos;
muere mi tacto, extraño las praderas fragantes,
se conduelen mis labios, padecen mis oídos.
Cuando supongo ver en las nubes errantes
rostros de mi país, paisajes conocidos,
un dios austral dispersa sin piedad las flotantes
ficciones, las aleja con vientos sostenidos.
Y mis ojos regresan a los desesperantes
territorios del hielo, sabiéndose vencidos.
(1956)
EL FUEGO
Yo sé que una remota
voz anterior a la de Sócrates
te supuso anterior
a Sócrates, a todos los filósofos;
muy anterior al aire, al agua espléndida
que decora las costas de la Hélade.
Sé que las llamas más inhabitables
coronaron a mártires y a santos,
y que no hay dios que pueda prescindir
de una insistente lámpara votiva.
Sé del fuego en la noche, que congrega;
del fuego en la batalla, que divide;
del fuego que en la selva se propaga
y del fuego infernal, más minucioso.
Yo mismo vocifero que ya es tiempo
de encender las hogueras con justicia
para acabar con seres y palabras
que no debieran habitar el mundo.
La tierra, el agua, el aire y este fuego
parecen ser principio de las cosas;
Anaximandro, Tales, Anaxímenes
discutieron ardientes el problema,
circundando las brasas de algún fuego
que misteriosamente los unía.
Este tiempo es también de fuego humeante,
las llamas más voraces nos acechan;
lo que fue origen será el fin de todo
en la vasta hecatombe, el gran incendio.
Fuego plural que avanzas hacia mí,
quema también estos endecasílabos.
(Del libro inédito �Cartas credenciales�, 1980)
ELEGÍA (II)
Los pájaros altísimos recuerdan,
solamente los pájaros recuerdan
que su mano llovía por mi frente
con el amor entre los dedos fríos.
Solamente la tierra o la madera
sienten durar su peso todavía,
y ciertas sombras guardan su cabello,
y puede ser que un girasol la piense.
Pero yo, pensativo entre mis cantos,
siento que ya se pierde entre las ciénagas,
que se aleja cubriéndose, que cae
hoja por hoja, que la lleva el viento,
y que me voy quedando como inmóvil,
olvidándola: dándola al olvido.
(De �Evangelina del Sur�, 1944)
FIGURAS DE LA MUERTE (II)
Alguien soltó con voz desesperada
morados gritos, señalando el agua.
Toda la noche, por el río, lámparas.
Pero la muerte estaba en la montaña.
Se tejieron entonces las guirnaldas.
Otro subió corriendo a las campanas.
Todo el pueblo a la fiesta de las lágrimas.
Pero la muerte estaba en la montaña.
La Madre fue avanzando, funeraria,
fecunda de dolor, hermosa estatua.
El coro la esperó sobre la playa.
Pero la muerte estaba en la montaña.
Pero la muerte estaba en la montaña,
lejos del río, entre las nubes altas;
y del río salió por la mañana
la que cayera en él, la falsa ahogada.
(De �Evangelina del Sur�, 1994)
FIGURAS DE LA MUERTE (IV)
No la dejéis morir, que no es de mármol
su color todavía.
Subirán muchos pájaros al cielo
mirados por sus ojos.
Primaveras futuras imaginan
su azahar predilecto.
En pausadas bodegas permanecen
vinos, celebraciones.
Respirará el cabello de un amante
que aún no habla su idioma,
Dirá el océano nuevos temporales:
quedará ensordecida.
No, no debe morir. Dejad que el río
continúe enfriándose.
Venid conmigo, imágenes y luces,
sonidos de maderas,
movimientos de danza y actitudes
de alegría. Salvémosla
rodeando la figura que conduce
sin querer a la muerte.
Y caiga de sus manos esa lápida
que escribe involuntaria.
(De �Evangelina del Sur�, 1944)
FUNDACIÓN DE PIRIÁPOLIS
Quien te fundó, Piriápolis, sabía
que aquí, junto a un océano rampante,
la tierra, más que tierra es una amante
dispuesta a amar, a amar con alegría.
Quien te entrevió desde una pulpería
vio lagares de vino deslumbrante,
y el perfil de un castillo alucinante,
y desbordar la tierra labrantía.
Supo que un puerto nos ampararía
frente a los vientos del primer cuadrante,
supo tu arena y tu melancolía.
Lo supo en un instante, en un instante,
en la alucinación de la poesía.
Y te fundó, con olas por delante.
(1960)
LLANTO PARA UN PERRO PASTOR
Si tolerara lápidas el aire,
qué altísima inscripción merecerías,
yacente perro fiel, ladrido inmóvil,
pastor al fin de ovejas invisibles.
Habrá que amortajarte entre balidos,
soltar palomas en lugar de lágrimas,
dejar que los responsos se improvisen
desde los cuatro puntos cardinales;
concelebrar esta inocente muerte
con la resurrección casi a la vista
y tu hocico inmortal perseverando
detrás de comadrejas y cencerros.
Dueñas de tu mansísimo pelaje,
un sudario de moscas te recubre
sin saber que eres libre en otros ámbitos
y que, más que correr, vuelas dichoso.
Sí: cuanto más conozco el laberinto
de los hombres, más siento tu inocencia,
esa remota flor de otras edades
que crece en perros, ángeles, caballos.
Extinguido pastor, yerto ladrido,
qué palabras decir, qué llanto último
si tus ojos inmóviles contemplan
un paisaje que el hombre no merece.
(1968)
NINFAS SORPRENDIDAS POR SÁTIROS
(Ante un cuadro de Pedro Pablo Rubens)
Sólo se oía el ruido musical y discreto
de las ramas ansiosas por llegar al arroyo.
Uno que otro silbido, una que otra bandada,
y algún ciervo viajero, fino y ceremonioso.
Y allí se fueron todas. Las ninfas nacaradas
al ver aquel refugio sonreían de gozo.
La sombra de los árboles descendía hasta ellas
cubriendo esos candores con mantos misteriosos.
Porque habían dejado resbalar castamente
las volanderas túnicas y los cintos angostos;
y una de pie, sonriente, otra estirada en tierra,
cada árbol trataba de copiar cada torso.
De pronto una algarada de sátiros fornidos
-las risas avinadas y las barbas de abrojo-
vibró en el aire; y ebrios de urgencias mitológicas
brincaron hacia el grupo como un mar rumoroso.
Hubo un brusco revuelo de sedas y de aullidos,
brazos que se enroscaban en los núbiles torsos.
Después, quedó el oscuro sitio como la víspera:
con su sombra y su arroyo;
uno que otro silbido, una que otra bandada,
y algún ciervo viajero, triste y ceremonioso.
(De “La llama en el viento”, 1936)
* Nació en la ciudad de Buenos Aires el 3 de octubre de 1916.
PRIMERA BAILARINA
Posada ya como un radiante pájaro
sobre la orilla de la música,
insinuada por arpas, proclamada
por intensos violines,
aguardas el momento de nacer
a una vida hermosísima, inocente
y sin duda inmortal.
Un simple gesto mágico,
el fáustico ademán de algún demiurgo,
y empezará el ritual según los cánones:
los brazos extendidos ante el dios
vertiginoso de la danza,
la sonrisa triunfal, los pies dispuestos
a entrelazarse prodigiosamente.
Unos instantes más, predestinada,
e iniciarás tu vuelo inaugural
con impecables giros y piruetas,
escoltada por címbalos y oboes,
friso viviente, polen melodioso
de una flor invisible;
mientras fieles efebos
se acercan con sus saltos de venado
para aletear cerca de ti, felices,
se adueñan de tu cuerpo, lo veneran,
lo abaten, lo enarbolan
como un trofeo misterioso.
Oh metáfora alada, bailarina,
contorno del candor, hija infinita
de la más alta música del mundo,
suéltate al fin en medio de la danza,
despliega tus velámenes, navega
por un mar de sonidos y de luces,
redímenos contigo de los torpes
movimientos terrestres.
(1971)
REFRANERO PERSONAL
Una sola, rasante, perdida golondrina,
y el Verano nos lanza sus dardos somnolientos.
Más vale una bandada de pájaros volando
que el que late en mi mano derecha, prisionero.
Hay males que perduran —lo sé, lo he padecido-
cientos, miles de años, hasta el fin de los tiempos.
Tanto el cántaro va, quebradizo, a la fuente,
que al fin ya no lo pueden destruir y es eterno.
Dios siempre favorece con gracias especiales
al que se deja estar, demorado, en el lecho.
(Del libro inédito �Cartas credenciales�, 1980)
SÉ QUE MI CANTO ES VULNERABLE
Sé que mi canto es vulnerable;
precariamente irá por las memorias como un
huésped oscuro,
y luego será electo del olvido.
Pero acaso no quedan testimonios
de Evangelina, de sus movimientos
primaverales, nube de belleza?
La selva la rodeó como a su infanta,
la escuchó caminar entre los árboles;
que después de su paso parecía
como cesar una exquisita música.
Conserva el noble Paraná en las aguas
la exacta forma, el peso de su cuerpo.
Y cuando el Sur inscribe gravemente
las estrellas de nombre melodioso,
también su nombre existe en el espacio
como una luz, como un sonido triste.
Ah predilecta del amor! El tiempo
la lamentó entre lianas sofocantes;
sobrellevaron pesarosos lutos
las flores que sostuvo en los cabellos.
La corona del bosque
yació desierta entre lagartos ciegos;
transcurrió otro reinado sin belleza
de caimanes inmóviles, de muerte.
Yo también recorría los canales
con amarga orfandad, tal es la ausencia;
y desde el ataúd de la canoa
vi ponientes llorando, arrodillados.
Pero ya sé, ya sé que en otro cielo
sigue brillando el sol de aquellos días.
Nada que fue pasión podrá perderse,
se conserva su réplica entre nubes,
la transitoria forma de la llama
tal como ardió en dolientes quebrachales.
Y el paisaje también se recupera
con precisión de ramas y colores,
y la fosforescencia, y el silencio,
y aquellas nubes donde Evangelina
reposaba los ojos con dulzura
desde algún tajamar, anocheciendo.
Mientras tanto, persisto sobre el río
que tantas veces navegó, radiante;
lo cubro de guirnaldas melancólicas,
solicitando a las piadosas aguas
que no la olviden nunca,
oh dulce americana
donde el amor cumplióse como estrella.
(De “Evangelina del Sur”, 1944)
SPECULUM JUSTICIAE
Indulgente contemplo tu andar parsimonioso
por fríos corredores de un antiguo Palacio,
austero magistrado, columna inconmovible,
hábil para inferencias, distingos, precisiones.
Con qué solemnidad distribuyes justicia;
como un Ibis sagrado, concedes o deniegas,
mientras deteriorados expedientes te urgen
repletos de palabras, palabras y palabras.
No olvidas que la toga debe resplandecer
inmaculada y digna, suscitar reverencias;
por eso te demoras ante espejos serviles
hasta adoptar la imagen de los grandes pretores.
A los estrados llegan el sonido y la furia,
pero nada perturba tu perfecto equilibrio;
minucioso vigilas el fiel de la balanza,
y sólo te pronuncias en niveles altísimos.
Más que a tu propia vida eres fiel a la Ley;
extraños ritos cumples ante una estatua ciega,
suscribes tus sentencias con firmas ilegibles,
haces lugar a ruegos, desechas peticiones.
Sí, para ti los días son fastos o nefastos
aunque en todos esplenda la misma luz de siempre;
dueño del tiempo, otorgas las venias más extrañas
y hasta habilitas horas, como un dios poderoso.
A veces sin embargo vacilas, Señoría
(porque las Señorías también se desconciertan)
y quisieras erguirte como un ángel rebelde,
llevarte por delante las formas y los códigos,
tener misericordia sin trabas procesales,
sumergirte en la vida con los ojos abiertos.
Pero pronto recobras la anterior compostura
para que no sospechen tus instancias más íntimas;
y solemne, aquilino, la toga inmarcesible,
abandonas la Sala con pasos imperiales.
(Del libro inédito �Cartas credenciales�, 1980)
TRES SONETOS DE HOMENAJE
-II-
Llego a un solar de misterioso frente,
subo por los vencidos escalones
y advierto que de todos los rincones
brotan seres de gasa transparente.
Pausadas damas de mirar ausente,
criaturas sin edad, altos varones
pueblan de nuevo las habitaciones,
se incorporan al tiempo nuevamente.
Todos quieren volver a sus recreos,
regresar a sus quintas arboladas,
a las hamacas y a los benteveos;
añoran la baraja, las sesteadas
y los mates de plata y los paseos
bajo lunas enormes y calladas.
TRES SONETOS DE HOMENAJE
(En el centenario de un barrio con
quintas y fantasmas)
-I-
Desde una calle, sí, maravillosa,
y entre casonas de color lejano,
canto los nobles años de Belgrano,
su fragancia, su historia silenciosa.
Qué música feliz aquí reposa
dormida bajo el arco del verano?
Qué figura me lleva de la mano
para mostrarme el ser de cada cosa?
Todo es aquí recordación, sosiego
-una glorieta, un mirador, un friso-,
suaves vestigios de un antiguo fuego.
Todo alude a un perdido paraíso.
(Yo sigo caminando como ciego,
y apenas piso lo que apenas piso).
TRES SONETOS DE HOMENAJE
-III-
Mas ya me alejo de ese encantamiento;
solo, solo, sin otra compañía
que el ángel de Belgrado que me guía
para ayudarme en el descubrimiento.
El me enseña el ombú del nacimiento,
y en la penumbra de una galería
me habla de una remota pulpería
que blanqueaba el azul del firmamento.
Y cuando cree que mi conocimiento
ya está lleno de amor y de poesía,
se aparta al fin de mi, suave y atento,
dejándome en la calle que era mía.
(Pero ahora no sé si es Juramento
o es el color de la melancolía).
(1955)
ÚLTIMA VOLUNTAD
Reitero: a la que lleva o sobrelleva
mi sangre —a la que, hermosa, sobrevive-
lego el inmenso mar y sus linderos;
los derechos y acciones
que nacen sin cesar de la inocencia;
las palabras que dije o que retuve
desde el cálido centro de la vida;
una llameante catedral; el tiempo
que va desde mi muerte hasta su muerte;
mi curiosa manera
de caminar entre los eucaliptus;
los violentos caudales
de la pasión; la fiebre de estar vivo.
A mi mujer, la boda y el anillo
que todavía resplandecen,
y un corazón con títulos perfectos.
El resto de mis bienes
(deducidas las lágrimas, las furias
que no fueran legítimas,
los sentimientos de segundo orden)
deberá repartirse
entre fieles amigos y enemigos
bajo un amor común, sin inventarios.
Esta es mi voluntad: desenterradla
con uñas y con dientes, albaceas;
que se incorpore y ande, como Lázaro.
(1966)