PUNZI, ORLANDO MARIO
BANDO

Por tu piel de canela y aceituna:
por tus manos aladas, hechizando;
por tus cinco sentidos al comando
de tu fluctuante vocación moruna;

por el hurto cabal de mi fortuna;
sueños, canciones, voluntad y mando;
por tu pelo de náyade flotando
sobre los filos rojos de la duna;

por asesina de la tarde bruna
-acción sin cómo, ni por qué, ni cuándo-
y por orden del Dios que nos atina,

voy al son de mis versos pregonando
tu muerte por amor con este bando
y en todas las esquinas de la luna.

BARRIO

Era barrio de quintas y casuchas de lata
con sus pibes descalzos y su viejo almacén,
una esquina con guapos de lengue y alpargata
y un silencio rayado por el pito del tren.

Las tardes padecían detrás del cementerio
por sendas de eucaliptos y de piedras en cruz
e integraban un hondo poema de misterio
los puntos suspensivos de los bichos de luz.

Después, el subterráneo llegó metiendo ruido.
Las fábricas taparon los baldíos de sol
y empezó la agonía del suburbio querido
la noche que apagaron el último farol.

Ayer, en el verano profundo de las plazas
la lima de los grillos roía de quietud,
el viento clausuraba las puertas de las casas
y el barrio se dormía bajo la Cruz del Sud.

Callaron sus pregones los gringos verduleros,
el turco mercachifle y el tano pescador,
con la gente del centro llegaron los boleros
y empezaron las pibas a llorar por amor.

Los años en el ancho zanjón de las cortadas
hundieron para siempre los barcos de papel,
y fue la más oscura de las muertes valladas
el día que empedraron la calle Villaroel.

Ya casi ni recuerdo los patios de ladrillo,
los curdas jubilados del antiguo fondín,
ni las lunas humildes del turbio conventillo
que pintaban de plata los techados de zinc.

Al tigre Maldonado lo domaron en cueros
debajo de una loza de asfalto y hormigón,
el olor de la nafta profanó los potreros
y el hollín de la quema fue bajando el telón.

Era barrio de quintas y casuchas de lata
con sus pibes descalzos y su viejo almacén,
una esquina con guapos de lengue y alpargata
y un silencio rayado por el pito del tren.

CARTA AL ABUELO GRINGO

Entre las pilchas pobres del atado de ropa
¿qué cacho de montaña te trajiste de Europa?

Eras como tu pueblo del solar apenino,
duro como sus piedras, fuerte como su vino,
sano como la brisa de tus bosques natales
de castaños antiguos y de viejos nogales.

¿Cuántas lunas amargas, cuántos soles lejanos
traías en la rústica vasija de tus manos?

¿Qué fuegos del estío, qué dramáticas nieves
te tallaron en vivo con sus púas aleves,
y forjaron tus huesos a total albedrío
del agua de los montes y del viento del río?

¿Qué largas medianoches modelaron tu roca,
qué silencios agrestes te sellaron la boca?

¿Qué flores arrancaste de la mies campesina
con tu novia pequeña: la frágil Celestina?

El hacha del invierno te pulió las orejas,
las narices rotundas como frutas bermejas,
los pilosos bigotes ensartados con ganas
y teñidos de chicas y de sopas aldeanas.

¿Qué penas ancestrales, qué desazones viejas
te llenaba de cruces la jungla de las cejas?

¿De qué tribus germanas venían tus ancestros,
para que naufragaras en los suburbios nuestros?
¿Cómo fue que buscaste para tus magros sueños
las calles polvorientas de los barrios porteños
de plazas con yuyales y pastos amarillos,
de perros vagabundos y sucios conventillos,
de largos basurales y de turbias cantinas,
sin praderas, sin valles, sin vegas, sin colinas?

¿Cómo fue que elegiste para tu cautiverio
los altos paredones del hosco cementerio?

En mis noches de pibe, con el rostro severo
te vi monologando detrás del jazminero,
o bien en las tupidas jornadas mañaneras
como si recordaras, o como si leyeras
cien palabras queridas en la taza de mate:
Varzi, Voghera, Bobbio, Barostro, Cencerate…

Yo conocí tu pueblo del solar apenino
y anduve por sus piedras y bebí de su vino.
Y crucé los umbrales de tu casa sencilla
con ventanas abiertas al cielo de la villa.
Miré las escaleras, las hornallas, los muebles,
los rincones poblados de nombres indelebles,
los hachados maderos, los humildes mesones
de sólidas polentas y densos minestrones,
y recorrí la fila de cordiales moradas,
las verdes arboledas, las floridas lomadas.

Llegaban de los valles, las vides, la campiña,
inmemoriadas voces: las de mi madre niña,
e imaginé tu tiempo de joven campesino
-sin meta, sin futuro, sin edad, sin destino-
con tus días iguales y la mente sumisa
recolectando frutos o saliendo de misa,
doblado sobre el surco con tus brazos de fierro
o paleando los fríos terraplenes del cerro,
al rigor del otoño y al calor del verano,
con rabia, con estiércol, con penuria, con guano,
mezcla de sed, de mufa, de tedio, de fatigas,
por un kilo de papas o un manojo de espigas.

Labriegos y azadones sobre la tierra dura:
canal, pozo, fontana, zanjón o sepultura.

La noche que la muerte te suavizó la cara
te quedaste dormido como si no te importara,
porque sí, por costumbre, como si nada fuese,
como si retornaras al distante paese,
como cuando soñabas tus cosas habituales
o contabas estrellas detrás de los rosales.

¿Qué mundo te llevaste, que cerrazón huraña,
qué sol de Lombardía, qué cacho de montaña?

Volverás a tu pueblo del solar apenino
por las áridas breñas del áspero camino,
cruzarás los umbrales de la casa sencilla
cuando tañan los bronces de la vieja capilla;
lenta, calladamente, sin apuro, sin ruido
calzarás tu chaqueta, tu sombrero raído,
tu camisa de lienzo, tu pañuelo paisano
como si masticaras el último toscano;
abrirás las ventanas al paisaje desierto,
mirarás el establo, los nogales, el huerto,
y con tranco parejo subirás la colina
con tu novia pequeña: la frágil Celestina.

Andante caballero de la pala y el pico,
fidalgo de la vaca, la mula y el borrico,
peón, albañil, obrero, sembrador, laburante,
-sin pausa, sin descanso, sin fiesta sin domingo-
por buey, por atavismo, por bronca, por aguante,
te quedaste sin nombre: Juan abuelo, Juan gringo.

CHE TANGO

Te conocí chirola por chirola
sin rebusques ni liendres en el mate,
y hoy te veo de show y escaparate
tirando tu canción a la bartola.

Capaz —che tango- que de puro piola
te cambien el malvón por un tomate,
o que te pongan fuera de combate
con una curda flor de coca cola.

Lo que bailás ¿es corte o es karate?
¡Qué tanto �for export�, qué tanta bola!
Nunca tuviste pinta de magnate.

Y el día que pifiés de carambola,
te esperamos —che tango-con un mate
y un disco de Gardel en la vitrola.

DOMINGO

No necesito más que cuatro cosas:
este domingo de quietud aldeana,
un lápiz y un papel y la mañana
sobre las limpias calles luminosas.

O bien, me basta con oír las glosas
que sugiere la lluvia cortesana,
las gotas de cristal en mi ventana
y el ajedrez pluvial en las baldosas.

Al cabo del trajín de la semana
-relojes, trenes, oficinas, prosas-
doy con un cielo de expresión humana.

Y recobro mis manos despaciosas
con un simple gorrión que se engalana
o un poema de amor para las rosas.

* Nació en Buenos Aires en 1914.

EL RÍO

Cumple la firme vocación del río:
no te pares jamás en el trayecto.
Anda, ve, busca tu nivel perfecto,
sin olvidar el riego del plantío.

Sé constante, sé fuerte, sé bravío.
Sé tu propio maestro y arquitecto.
Copia la luz, el astro y el directo
color de las auroras del estío.

En medio del remanso predilecto,
sin perder tu fecundo señorío,
dialoga con el ave y el insecto.

Y en el áspero corte del bajío,
si es que te sales de tu cauce recto
que sea para bien del sembradío.

LA MUFA

Salgo de casa con mi vieja mufa.
Camino con desgano;
los pitos, el andén, el tren que bufa.

Estoy a contramano.
Desciende por mis ojos la rutina,
grano por grano.

El café silencioso de la esquina
-dos curdas, cuatro puchos, una taza-
el tul de la neblina,
el banco de la plaza
con sus tres jubilados,
el hastío que hiere y amordaza,

los carros atestados,
los fierros bamboleantes del tanvía,
gente por todos lados,

el yunque batidor de la herrería
punteando la mañana
donde voy sin amor y sin gomía,

el auto del bacán y la bacana
que vuelven de garufa,
el silbo neurasténico del cana,

me filtran sin razón: estoy en cufa
de bronca, de morriña…

Salgo de casa con mi vieja mufa.

Después, el sol me guiña,
y juegan en los charcos los gorriones,
y la torcaz se aliña,

y se abren en los patios los malvones,
y la luz pinta rosas
entre los yuyos de los veredones,

y suben del zanjón las mariposas,
y el humo de la quema circunscribe
palabras luminosas,
y algo de mí revive;
siento que voy al tiempo del baldío,
la parra y el aljibe.

Y por lo bajo río;
hoy salí viejo pero vuelvo pibe.

Y el arrabal es mío.

LA PARÁBOLA

Vive sin tregua, jubilosamente,
limpio de tu crucial melancolía,
y busca tu verdad en la tardía
floración del amor y de la mente.

Párate y oye la canción latente
de la rosa y el sol del mediodía,
y advierte la cabal filantropía
de la lluvia, del agua, de la fuente.

Encuéntrate por fin en la armonía
cardinal de la estrella y el poniente,
pleno de Dios y de sabiduría.

Y al cabo del ensueño permanente,
y en un alarde de filosofía
muere sin miedo, silenciosamente.

LA SEÑAL

Largamente cavilo mientras paso
las hondas alamedas de la villa.
Es tarde ya: los campos de gramilla
se llenan de quietud… Voy al acaso.

Con la hora serena me traspaso
del agreste perfume de la trilla,
y doy con una fórmula sencilla:
los ojos limpios, el ensueño laso.

En un verde país de maravilla
miro detrás el horizonte raso
y a mi frente la cruz de la capilla.

Y subo las colinas del ocaso
con dos notas de amor —fuego y arcilla-
y una dura señal: estoy de paso.

LECCIÓN

Aprende la lección que se levanta
de las sencillas cosas del camino:
la dulzura del astro matutino
y el ameno lenguaje de la planta.

De la brizna de hierba fluye tanta
luz y verdad como el sol y el trino,
y atrás de los guijarros y el espino
suele brotar la flor que nos encanta.

Dios está con nosotros en la santa
ciencia del polen y la mies y el pino
y el ameno lenguaje de la planta.

Y ten como razón de tu destino
la dualidad del manantial que canta
y hace girar la piedra del molino.

LOS CABALLOS

Venían en tropel con un derroche
de furia, de dolor antepasado.
Llameaba de las crines el pecado
bajo la comba de la medianoche.

Uncían a las grupas el fantoche
del amor hondamente lacerado,
y heridos por la luz en el costado
tascaban las espumas del reproche.

Y huyeron de mi voz y de tu lado,
mientras caía del cenit el broche
de los cuatro luceros del poblado.

Y atrás —en el eterno carricoche-
nos hurtaron la luna y el arado.

Y quedamos a solas en la noche.

LOS MUCHACHOS

No la fuimos de juerga ni marimba,
yugándola sin luz de enero a enero,
y alternando la bronca del puchero
con un cacho de amor y algo de timba.

Ni pedestal, ni podio, ni tarimba;
todos abajo, de perfil obrero.
El uno peón, el otro verdulero:
Tito, Rolando, los Giappone, Simba…

Yo meta libros, siempre cadenero.
Y hoy ya jovato, fuerte la casimba,
con dos diplomas: tordo e ingeniero.

Y un alma de gorrión que se me nimba,
cuando miro colgada del ropero
ni nostálgica foto de colimba.

LOS PERROS

Atrás vienen los perros. Yo cabalgo
por vocación, por genio, por figura.
El soneto me pone la armadura,
y escribo con el sable del hidalgo.

Lo que soy, lo que sueño, lo que valgo
que lo digan el mal y la conjura.
Dios me lleva sin pausa ni premura,
y el sol me guía con su pie de galgo.

Ya dejé sin molinos la llanura.
Abro mi torre de marfil y salgo
por una flor, por una desventura.

¿Los rebaños? Huyeron… Voy por algo
más bello que el amor y la locura,
y atrás vienen los perros. Yo cabalgo.

LOS TANOS

Yo amasijé la tierra con las manos.
Soy argentino, gaucho y orillero,
por más que vine al arrabal obrero
con el malón de los napolitanos.

Y hoy que la pampa se llenó de hermanos
no calzo poncho ni tambor leg�ero;
sobra, para el país que tanto quiero,
la fe de mis abuelos italianos.

A la Patria la canto, la venero,
la sudo como el criollo de los llanos,
mas no firmo Centeya ni Lucero.

Y porque aré la tierra con las manos,
exhibo con honor a flor de cuero
los apellidos de mis padres tanos.

MAMÁ GRINGA

El olvido que carga su jeringa
con falopa de malas y de buenas,
sólo dejó de mi niñez, apenas
el primer nombre de mamá: Dominga.

Ni quiero nada más… El tiempo chinga
los chumbos que me tira por docenas.
Ni me hieren las fórmulas ajenas
de mufa, de berreta, de Mandinga.

Ya me soné los mocos de las penas.
Chau, cartón lleno, generala… Minga
de palinodias y de cantinelas.

Que aunque la llama del amor se extinga,
me sube por los nervios y las venas
la fe lombarda de mi vieja gringa.

P A M P A

Digo �la pampa�, y el coraje cruza
las raíces telúricas del grito:
es un heroico memorial escrito
con el fuste sangrante de la chuza.

Digo �la pampa�, y hablo de jinetes
picando contra todas las indiadas,
para que no se herrumbren las espadas,
para que no se oxiden los machetes.

Digo �la pampa�, y el olvido cierra
-sobre ríos, guadales y desiertos-
los labios amarillos de los muertos
que alimentan los jugos de la tierra.

Digo �la pampa�, y hablo del resuello
de cósmicos caballos indomables,
y del ruido siniestro de los sables
entre parches que tocan a deg�ello.

Digo �la pampa�, y en los cañadones
el viento silba su canción remota,
y al toque de clarín —nota por nota-
vuelve la carga de los escuadrones.

Digo �la pampa�, y hablo de la luna
subiendo con la voz de las guitarras
por un cielo cribado de moharras
en las trágicas noches de la duna.

Digo �la pampa�, y arden los fogones
en el mapa total —cota por cota-
al paso de las tribus en derrota
tras un duelo de bolas y facones.

Digo �la pampa�, y hablo de banderas
desteñidas, deshechas, deshiladas
por las lluvias, la sangre, las aguadas
y el llanto de las chinas fortineras.

Digo �la pampa�, y el silencio brota
como la flor azul de los cardones
desde los huesos de los redomones,
desde los palos de la cruz ignota.

Digo �la pampa� y hablan de las crines
abiertas en joyantes abanicos,
y del sueño final de los milicos
en la fosa común de los fortines.

Digo �la pampa�, y el vocable cuenta
las crónicas de bravos entreveros,
y el cielo de los zainos cuarteleros;
bagual, potro, centauro y osamenta.

Digo �la pampa�, y hablo de varones
muriendo sin dolor —gota por gota-
con un destino de tacuara rota
detrás del huracán de los malones.

Digo �la pampa�, y abre la llanura
su bárbara quietud, legua por legua,
donde el indiaje malgastó sin tregua
sus largos excedentes de bravura.

Digo �la pampa�, y hablo de soldados
con un perfil antiguo de medalla.
Antes del sembrador, fue la batalla.
Ayer el regatón, hoy los arados.

Porque digo �la pampa�, y en el grito
toda la fuerza del coraje cruza.
Debajo de sus mieses —lo repito-
hay un heroico memorial escrito
con el fuste sangrante de la chuza.

PALABRAS PARA MI HERMANO

Éramos en los yuyos del baldío sin dueño,
-pintados en la cara la tierra y el sudor-
igual que los gorriones del suburbio porteño,
hermanos de la lluvia, del viento, de la flor.

Íbamos a la escuela —cuatro piezas oscuras
al lado de los ranchos del verde saucedal-
entre los corralones, la quema de basuras
y las calles sin nombre del perdido arrabal.

En el telón de fondo de las barriadas quietas
el cielo se pintaba de nubes y de hollín,
y la casa ponía su patio con macetas,
las trenzas de la prima y el vaho del jazmín.

La casa, las higueras, las noches de verano
y el abuelo dormido sobre el vino y el pan,
soñando con su pueblo, su país italiano
y el lujo de llamarse sencillamente: Juan.

Tiempos de sol y quintas y corazón arisco
con algo de paloma que nunca volverá,
una losa de mármol con un nombre —Francisco-
y unos ojos velando nuestras noches: mamá.

Éramos, en los yuyos del baldío sin dueño,
-pintados en la cara la tierra y el sudor-
igual que los gorriones del suburbio porteño,
hermanos de la lluvia, del viento, de la flor.

PIBE DIOS

No vino de Belén: es criollo puro.
Ni lo trajo Moisés en su canasto.
Vio la luz en un puesto del Abasto
y un día propiamente de laburo.

Y hubo mate y achuras y antipasto.
Y el centurión —un chafe peloduro-
hasta lo quiso bautizar de apuro
con Toro, Peñaflor y Talacasto.

Dos gringos, un bacán de cuello duro
y un malevo, corrieron con el gasto
de Navidad del Redentor futuro.

Y ante su cuna de cartón y pasto,
presidían la fiesta desde el muro
las fotos de Gardel y de Yatasto.

POEMA

En un lugar absurdo, de largas despedidas,
de pinares talados y palomas heridas,
de cauces de salitre, de rotas alamedas,
de playas ignoradas de limos y de gredas,
al eco de los bronces en el ángelus triste
las palabras del viento me dirán que te fuiste.

En un lugar extraño sin marcas ni lunas
ni juncos asomados al arco de las dunas,
de nubes detenidas en la comba del cielo,
con ciudades yacentes y campanas de duelo,
de rojas nochebuenas y de pascuas en sombras,
los signos de los astros me dirán que me nombras.

En un lugar ameno de huertos y de olivos,
de perdidas aldeas y soleados cultivos,
con senderos de riscos y celestes encinas,
con lagos luminosos y arboladas colinas,
al fondo de las abras y las verdes laderas
la canción de los pájaros me dirá que me esperas.

En un lugar humilde con aire suburbano,
con plazas donde juegan el gorrión y el verano,
con patios de glicinas y hiedras empolvadas
y aljibes coloniales detrás de las portadas
y lámparas antiguas y flores en las mesas,
los poemas del agua me dirán que regresas.

Entrarás por la calle de mis simples dolores
cuando vuelvan del cerro los últimos pastores.

Y en la tierra mojada lloverá mansamente
mientras cubren las rosas los valles en letargo,
y a la vera del bosque y el estío caliente
madurarán los trigos de tu cabello largo.

Y ante la luna nueva y en el río que pasa,
saludarán los niños con las manos abiertas
cuando toques el viejo llamador de la casa.

Y se abrirán mis puertas.

POEMA INMEMORIAL

Cuando tú no vivías
el arrabal colgaba del invierno,
con sus calles vacías.

O de la luna, con su doble cuerno.
Yo tenía la voz adolescente
y un lápiz y un cuaderno.

Y una escuela, del lado del poniente.
Y una maestra rubia con un nombre lejano
que hablaba dulcemente.

Y algún gorrión hermano
más allá del potrero con cara de campiña.
Y la flor y el verano.

Y cuando fuiste niña,
el barrio gris amaneció sin zanjas,
sin alfalfar ni viña,

sin baldíos ni granjas,
ni el silbo de los trenes
en la estación antigua con olor de naranjas.

Crecías de mis sienes
como los mirasoles prematuros
al borde de los largos terraplenes.

Y en el jazmín del aire de los muros
y en la calle de tierra cortada por las vías,
vi tus labios maduros.

Pero tú no vivías.

Y un mes azul te presentí muchacha;
salías de mis venas, hilacha por hilacha.

Y tajearon el cielo las antenas,
y la ciudad de vidrios y de hierros
mató las azucenas.

Y quedé con mis dudas y mis yerros
en la noche sin grillos
y en la plaza sin niños y sin perros.

Y la niebla goteó de los altillos
a mis pájaros pobres
clavados en los patios amarillos.

Aluminios y cobres
oxidaron los hilos de la parra,
los racimos salobres.

La canción estival de la chicharra
vibró por las veredas
como una cuerda floja de guitarra.

Y la torcaz dejó las arboledas.
Y un viejo sol tiró por el cemento
tres o cuatro monedas.

Y busqué tus palabras en el viento.
E invadió la calzada
la piedra sin color ni movimiento.

Y el arrabal se fue por la cortada
-colgado del invierno con sus calles vacías-
sin la miel irreal de tu mirada.

Y partieron los últimos tranvías,
y me quedé sin nada.

Porque tú no vivías.

POEMA INTEMPORAL

Fue no sé dónde:
en un país cortado por la bruma.

Detrás, las alamedas y la noche
como dos manos juntas.

El viento deshilaba melodías.
Y un vestido de música
ceñía con sus dedos vegetales
el arpa juvenil de tu cintura.

Los flautines del agua
se ovillaban de amor y de lujuria.

La huella de tus pies en las arenas,
los juncos de la duna,
el vuelo cenital de las gaviotas,
enmarcaban tu fuga.

No sé cómo ni cuándo
sobre las hierbas húmedas
di con la rosa de tu cuerpo limpio
como los cuatro signos de la angustia.

El rocío letal de tus pestañas,
tus ojeras traslúcidas,
la madrugada de tu piel morena
me tatuaron el alma de locura.

No sé por qué te recordaba niña
desde tierras absurdas,
los cabellos mojados en el río,
los labios en sazón como las uvas.

La calle del poema,
con postales de luna,
con huertos de naranjos y azahares
en la brisa nocturna,
con hogares de leños encendidos
y ventanas abiertas a la lluvia,
se durmió solitaria
tras un país cortado por la bruma.

No sé cómo ni cuándo
sobre las hierbas húmedas
perdí la rosa de tu cuerpo limpio.
Y estoy con mi tatuaje de locura.

Y es amarga la sal de tu silencio
sobre la playa púrpura.

La bajamar desgarra
tu vestido de música,
y el rastro de tus pies en las arenas
se borra tras los juncos de la duna.

Fue no sé dónde:
en un país sin tiempo ni liturgia
cruzado por eternas coordenadas
de lasitud y abulia.

No queda ni tu nombre:
dos palabras escritas en la espuma.

Y atrás, las arboledas y la noche.
Como dos manos juntas.

POEMA TOTAL

Eres la flor, el valle, la montaña.
Yo, la tráfica fuerza del torrente.
Somos la luz del alba y el poniente.
Yo soy el cazador, tú la cabaña.

Yo soy la soledad del laberinto.
Tú, la miel del panal que reconforta,
sinfonía nupcial, virgen absorta
de los sagrados mármoles del plinto.

Eres la voz, la lámpara, la norma,
la síntesis del verso transferido
que bebió de mis manos el olvido
detrás de un tiempo sin edad ni forma.

Yo soy el pan, el fuego y el racimo,
pájaro de la bíblica comarca,
donde la muerte naufragó su barca
por un cauce de piedras y de limo.

Yo soy la cifra del amor acerbo,
el manantial donde la sed se palia.
En el polvo lustral de mi sandalia
caben todos los tránsitos del verbo.

Somos el pez, el alga y el navío,
los dramáticos hitos del paisaje,
estrella sobre el mar, hierba salvaje
brotada con las lluvias del estío.

Eres el bosque donde el viento calla,
la liana pendular sobre la senda,
la aurora y el reposo de mi tienda,
la luna vegetal de la muralla.

Yo soy la flecha, la verdad, el rastro,
la plenitud de la canción eximia,
que alzó de tu país una vendimia
bajo la comba del cenit del astro.

Somos el himno del primer milenio,
el sol de los crepúsculos en fuga,
la llama y el clavel que se conjuga
con la dolencia capital del genio.

Eres la sal, el triángulo, la suma
de la hipnosis total y la vigilia,
el bajamar caliente que concilia
playas, arena, médanos, espuma.

Yo soy la medianoche y el breviario,
el agosto vital de los ciruelos
que urdió la ciencia de los dos gemelos
y el arco de cristal del sagitario.

Somos el hidromiel y el caduceo
del aire sobre el álamo que vibra,
la unión perfecta de la piel de Libra
con los rojos parámetros de Leo.

Y eres la flor, el valle, la montaña.
Yo, la trágica fuerza del torrente.
Somos la luz del alba y el poniente.

Yo soy el cazador, tú la cabaña.

REVERSO

No soy yo quien te piensa:
eres tú quien maneja los hilos del recuerdo.

Yo camino tu sangre,
las hebras filiformes de tus nervios.

No soy yo quien te crea:
antes de tu verdad, estaba muerto.

Yo fluyo de tu mente
lo mismo que la luna de los médanos.

No moriré jamás mientras tú vivas:
somos palabra y eco.

No soy yo quien te sueña.
Eres tú quien dibuja la curva de mis sueños.

Ya no cruzo la viña de tus labios
prendido de tu aliento:
yo surjo por el aire que respiras
como un perfume fresco,
como la savia dulce de los cardos,
como la miel del fruto de los cerros.

Ya no voy en la lluvia
con los ojos cerrados por el viento:
eres tú quien me moja
las orejas, los párpados, el pelo.

No soy yo quien te canta:
eres tú quien cincela los metales del verso.

No soy yo quien enciende
las auroras, las tardes, el lucero.
Toda la luz es tuya.
Antes de tu verdad, estaba ciego,

Tú proyectas mi sombra.
Tú me trazas los círculos del cielo.

Soy no más un esquema,
soy no más un diseño
que bosquejan tus manos inasibles
con mi greda, mi barro, mi deseo.

Eres tú quien me nace
sin espacio ni tiempo
por el árbol vital de tus arterias,
por el frágil silicio de tus huesos.

Eres tú quien me bebe los jugos del poema,
quien aventa los pájaros del miedo.

Eres tú quien me talla
las maderas de sándalo del verbo.

No soy yo quien florece.
Tú me brotas del borde del silencio
por la raíz amarga del tus venas,
por los tallos salobres de tu cuerpo.

Yo soy en tu costado
como un rosal perfecto.

Eres tú quien me dicta
lo que soy, lo que escribo, lo que pienso.

No moriré jamás mientras tú vivas:
antes de tu verdad, estaba muerto.

ROMANCE DE BARRANCA YACO *

I

Por los caminos del norte
-sobre la ruta de Córdoba-
y al encuentro de su muerte
viene Facundo Quiroga.

El sol de febrero quema
las represas de las postas,
las llanuras calcinas,
las extensiones impóvidas.
En ásperos pastizales
la huella tuerce, se comba,
viborea por los montes,
sortea las áreas tórridas,
mientras el viento de fuego
se arremolina, se enrosca,
levanta sus espirales
como manos sarmentosas
y se proyecta con fino
polvo de greda y escoria.

Bajo los cuatro jinetes
la doble yunta galopa:
bestias de sólidos remos
y de grupa sudorosa
donde marcan los rebenques
el chasquido de las lonjas.
Sobre el tambor de la tierra
los cascos baten estrofas
mientras las leguas estiran
su dura marcha monótona.

Dos postillones al freno
con un niño por escolta.

La claudicante galera
se tumba, gira, se dobla,
roe con ruedas macizas
las arenas legamosas,
y el cabeceo de varas,
frenos, pretales, virolas,
lanzas, arreos y gritos
entre pelambres lustrosas,
chirrian, repican, horadan
el infierno de las horas
alzando de los eriales
su macabra parsimonia.

Las colinas santiagueñas
pasan punteando de proa
con sus vahos de salitre,
sus comarcas melancólicas
y los jag�eles vacíos
a lo largo de la trocha.
El suelo, de tan ardido,
se disgrega y evapora,
y a lo lejos las estepas
esfuman sílices rojas,
mientras un aire rielante
llamea sobre las costras
y pule contra las pampas
brillazones policromas.

Sobre el tambor de la tierra
los cascos baten estrofas
y al encuentro de la muerte
viaja Facundo Quiroga.

II

La pesada diligencia
se inclina, salta se encorva,
muerde con llantas de cuero
los baches de arcilla floja,
y entre el vaivén de los noques
y el bullicio de la tropa,
mazas, ejes y yoguillos,
balancines y coscojas,
vibran, zumban, resquebrajan
el tufo gris de la atmósfera
levantando de los surcos
una fúnebre rapsodia.

Arde la fiera mirada
del hombre que rememora.

Sobre el tambor de la tierra
los cascos baten estrofas
con un compás olvidado
de primas y de bordonas,
cajas, triángulos y bombos
que repiten en sus coplas:
�Zamba de los montoneros
que cantaban en La Rioja,
por el Tigre de los Llanos,
por Juan Facundo Quiroga�.

Y en la nostalgia se juntan
como voces misteriosas,
Ibarra, Lavalle, López,
el duelo de las derrotas,
Lamadrid, el de las guapas
arremetidas heroicas,
el manco de Venta y Media
con sus batallas de geómetra,
y un pasado de baraja,
puñal, amor y lisonja.

Al punzó de su divisa
las leguas le quedan cortas
prendidas de las tacuaras
a la manera de antorcha,
de Buenos Aires a Salta,
de Tucumán a Mendoza,
por desiertos y fortines,
por serrezuelas y costas.

Y en un lienzo de leyenda
van pasando como sombras
las bravías montoneras
rebeldes, firmes, indómitas.
Gauchos… Las recias figuras
desfilan en la memoria
con sus ásperos raídos,
sus estampas mitológicas,
sus banderas deshiladas,
sus chuzas y boleadoras,
siguiendo las travesías
de las llanuras inhóspitas
del Uruguay a los Andes,
de Brasil a Patagonia;
gente que tas un caudillo
carga valor por arrobas.

Gauchos… Las fuertes siluetas
diseñan en la bicromía
blanca y azul del paisaje
-cielo y arena fosfórica-
la estirpe de los varones
que van rastrillando gloria.

III

La pesada diligencia
se inclina, salta, se encorva.

De pronto, Barranca Yaco
se aparece tras la loma
con su cauce de espinillos;
trágica, siniestra, torva.

La doble yunta se mete
como chuceando la fronda
y un entrevero de ponchos
acomete la carroza.

Con su lenguaje funesto
suenan las cinco pistolas,
se desmandan los caballos
entre vueltas y cabriolas,
y en medio del remolino
de tiros a quemarropa,
del relámpago de sables,
del acero de las hojas,
un grito -¡maten!- impulsa
la vorágine furiosa
y el torrente dislocado
pasa tumbando personas.

Y cuando la polvareda
diluye su niebla cósmica,
contra la cruz del bajóp
yace Facundo Quiroga
con una sangrienta másara
sobre las barbas greñosas.
Y entre las charcas de púrpura
-negras de tanta congoja-
las heridas del infante
parecieran amapolas
que se disuelven apenas
el sol quemante las toca.

A lo lejos, Santos Pérez
hacia Tulumba retorna,
y en el tambor de la tierra
los cascos baten estrofas
levantando de los surcos
una fúnebre rapsodia.

La brisa del noroeste
pasa caldeando la zona
y sobre Barranca Yaco
la tormenta se desploma.

* Primer Premio en los Terceros Juegos Florales del Círculo Mi-
litar, 1956. Jurado: Juan Carlos García Santillán, Raúl H. Castagnino y
Eduardo M. Castagnino.

RULA

Cubrió todas las cifras del tapete
sin concierto, sin cábala, sin tino;
fichas y fichas al botón divino
por status, por pinta, por sainete.

Pares, nones, el cero matasiete,
cuadros, color, el trece viperino…
Metió todo, salud, nombre, Torino
y la mitad más uno del rosquete.

Al compás de la rula del destino
cubrió todas las cifras del tapete
por vanidad, de puro malandrino.

y la bola saltó como chijete,
porque Dios -que es la trompa del Casino-
cantó: Señores, gris el treinta y siete.

S M O G

�Y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón�.

HOMERO MANZI

Ciudad que me seduces y me dueles:
ayer, perfume de yuyal y quinta,
y hoy supernafta y alquitrán y tinta
y stress y polución y decibeles.

El sol tiene dos luces: una extinta;
y otra color de patio con claveles.
En el centro, le fallan los pinceles;
y en los baldíos del suburbio, pinta.

Tiznan el humo y el hollín infieles
los huecos monobloques purapinta
alineados de a cien como peleles.

¿Qué tal, ciudad, si te la doy distinta,
y te mando por diez andariveles
perfume de arrabal, aire de quinta?

SINRAZÓN

Estás aquí para que yo levante
la antigua voz de mi verdad perdida:
tú le das al poema su medida,
su principio, su fin, su consonante.

¿Por qué me dice la canción errante
que soy en ti como la flor herida,
y anuncian un paréntesis suicida
los arvos de la luna de menguante?

Hoy y siempre y ahora y en seguida,
yo detrás, yo contigo, yo delante,
vas por una calleja sin salida.

Porque quiero que sepas —Dios mediante-
la sinrazón exacta de tu vida:
estás aquí para que yo te cante.

SONETO SIN TÍTULO

¿En qué mesa del bar está la muerte?
Bebamos un café… Todo es sencillo
con un verso de amor en el bolsillo
y esta lluvia sutil, al aguafuerte.

Sobre los parques, el otoño vierte
su larga sinfonía de amarillo.
Tus collares, tus aros, el anillo…
¿En qué mesa del bar está la muerte?

Amo la tarde del cristal sin brillo,
y esa ficción de voluntad inerte
conque fumas tu lento cigarrillo.

Bebamos un café… Me gusta verte
tras el humo celeste del pocillo.
¿En qué mesa del bar está la muerte?