ROMERA, LUCRECIA
ALÉTHEIA

Quítate las sandalias de los pies,
pues el sitio que pisas es terreno sagrado
Éxodo 3, 5

Si quieres verlo arder,
volverse zarza,
quítate la sandalia,
quítatela, desanunciada
y escucha, de hinojos,
lo que arde.

De Detrás del Verbo, 2014

ANÁBASIS

Irme de mí
al hueso
de tu pelvis,
ser el fuego,
la brasa
de tus dedos
ardiendo
en mis costillas,
ser la hoguera
hacia arriba,
ser tu nombre
—la quemadura
de tu nombre—
irme al amor
por fin,
al aire
de tu cuerpo.

ECCE HOMO

Te he mirado
a ras del cráneo
en la tabla desnuda,
ante los azulejos.
Me he entregado
a tus ojos sin resurrección perdidos en la palabra fe.
He besado
tu boca sin promesa,
tu cuerpo desprendido de mí,
solo de Dios.
En la descompañía
lo he besado contra la ley del sol, enlazada a esa sombra
sin gloria alguna.

EL OFICIO DE LA MANO

Allá en el sur detuvo su caída,
los memoriosos dedos que arrastraban
ásperas cortezas, la verde servidumbre
en las paredes, el misterio del barro.
Mano encendida y extrañada que crecía
sin paz y sin sosiego, sin acallar historias.
De aquél tránsito le devienen la furia,
el vivo movimiento de su arco
que ya no la abandona.
Despierta,
sostenida en el gesto se sucede
y nada queda en soledad;
no el desaliento,
fríos repetidos,
no el dolor llamado por sus yemas.
Todo lo mueve su torrente,
rumores que la habitan,
aunque ahora, desde el sur,
la contemple ese mundo agónico y vacío
que duerme sin su aire.
Pero ella no ha muerto,
perdona lejanas pertenencias
y cava, cava
con sus uñas
este lenguaje amado,
este oficio de luz.

De Memoria del Aire y de la Luz, 1981

ENUMERACIÓN

A Angélica Castillo y Haroldo Olcese

No será esta una enumeración
y mucho menos caótica.
Apenas la vislumbre será
—a miles de años de tus dedos en la sandalia—
de la inminencia de ese paso
a campo abierto.
De ahí,
la serenidad del instante
bajo la sombra de los tres ombúes
que traza,
con gesto de Trinidad,
un altar terrestre.

¿Cómo animarte, entonces,
desanunciada,
a nombrar lo nombrado
si no fuera por el soplo
de esta Mensa Domini
que el añoso follaje extiende
sobre los pastos secos
hasta doblarte las rodillas?

Porque ahí,
en el tiempo santificado del atardecer
las cosas fulguran
desde su lugar de nacimiento
aunque no puedas asirlas de raíz
o advenidas en las lluvias
después de la sequía.
Así,
inclinada ante el signo de lo visible,
te dejarás arrastrar
sin adjetivos
y también sin adverbios
—si es posible—
por esa oscura transparencia
que el ardiente rigor de la Belleza
no ha herido todavía.

Ombúes, araucarias, paraísos,
álamos, talas, cipreses, eucaliptos,
los montes a lo lejos,
los ceibales.

En el éter
las alas abiertas de los pájaros
—benteveos, horneros, cardenales—.
En el barro reseco
los balidos, las crines, las pezuñas.

Así enunciadas,
siguiendo el arco de la luz en el aire,
las cosas parecen ir naciendo
del orden primero de tu Verbo,
sostenidas o tal vez envueltas
por el vacío del lenguaje
que las arrastra desde atrás, hacia atrás,
más atrás
anunciando el eco de Virgilio.

La Chilena, Colonia, Uruguay 24/1/2009

ESTIRPE

Una hilera que va, otra que viene. El chasquido en la punta, sobre
las yemas tibias de los dedos. Abajo, arriba, siempre en la misma
clave, cómo suena. Hasta mi oído que tus jugos duermen llega
el aleteo. Un dedo para atrás y dos chasquidos, cómo golpea de
suave, mientras ella, madre distraída, mira el atardecer por la
ventana. Arriba, lazada, abajo, chasquido, un perfecto compás.
Yo lo respiro gracias a tu música, ovillada de vos, desovillada.
Una hilera se afloja, otra se pierde, tiemblan las alas del bolsillo,
de pura seda blanca, como bordó la abuela.
Con esa luna no se puede tejer. La luz confunde. El pico en el
plumón y los zancos doblados, sueño adentro. Los grillos sólo
para ella, el olor del jazmín.
Tenía un delantal —ahora me acuerdo— con un nido brillante en
el bolsillo, un bolsillo grande para guardar la lana. Alcanfor,
lavanda y alcanfor. Creo también que sobre el nido ella tenía
una… Fue el silencio.
Entre las dos agujas, entre mi oxígeno y tu noche cómo cayó el
silencio. Sin chasquido.

De Exilios y Moradas, 1990

EX AETERNO TEMPORE

Chaparrones
aquí
antes del Verbo
como en el zinc
de la casa natal,
como detrás de la ventana
del hemisferio sur,
como espejos fractales
que se fueran perdiendo
en las raíces del laurel,
como río cayendo
que volviese
desde los muslos abiertos de la madre,
como agua primera
por el agua bebida,
como las hilachas de la luz
contra las canaletas de la galería
—fin del verano,
fin de la sombra
en el último higo—.

Chaparrones
aquí
como granadas
que se van desprendiendo
desde un cielo inclinado
rodando, rodándose
sobre los techos del solar,
como estrellas partidas
a punto de devorarse
en el fondo del pozo
que fueran anunciando
la madrugada limpia
a la noche del mundo
y la sed apagaran
en la sequía de esta boca.

FAMES AMORIS

Fuera
el aire
de ese beso final
y no aquí abajo
bebiendo
de tu sangre
comiendo
de tu cuerpo
tan cerca
tan lejano.
Viviente
de tu ofrenda
aunque ayune
sombra.

De Cuerpo Presente, 2004

GÉNESIS

Creado
y descreado
de mí,
de mi costilla,
soy apenas
un nombre
en la memoria
de tu cuerpo.

INQUIETUM COR MEUM

Esta inquietud del corazón
de alejarte
y traerte,
de evocarte
tal vez
y silenciarte,
de pasar a tu lado
por el hilo de luz
y ser tu sombra.

MESTER DE INFANCIA

Aquella maraña del jardín
que caía sin orden
sobre esa niña multiplicada
entre malezas.
Silencios de garganta inmóvil
y saliva quemada en que se adormecía.
Esas mañanas de otra luz
desde rincones elegidos,
las extrañas claves que los mayores
ocultaban;
tanto ausente escondido debajo de la tierra,
tanto pecado imperdonable,
tanto límite prohibido y resguardado
que detenían su marcha
ante el sortilegio de la niña
hasta exiliar a los presentes,
pisar los espacios de la intriga.
¿Cuántas ternuras, cuántas sales
se desgastaron en las piedras?
Quizá solo responda
aquel caos natural
que libraba la posesión de la palabra.
Esa violencia del mester
que ella fundaba en cada invocación
y que se aloja en mí
y lo perdura.

NO ES LA NUEZ LO QUE FALLA

En esta mala época del año
y en contra del silencio de la noche,
mi mano de mujer
ha repetido el gesto de la infancia:
romper la nuez
entre el marco y el canto de la puerta,
dividir la cáscara
hasta quedarme con el fruto,
volver al rito sigiloso
de la casa natal
y traer mi corazón más inocente.
Rápido, mi corazón más inocente
para esta hora de la noche
en que mi sombra vacila
y los animales más crueles,
los más devoradores
me abandonan después del festín
a la intemperie.
Mientras yo insisto
con la puerta y el marco
pero la ceremonia no me salva.
No es la nuez lo que falla
sino el olvido de su idioma.
Las íntimas astillas que se tragó
mi respirable paraíso.

OUSÍA

Esta es la noche
y no hay tranquera.
Esta es la escarcha
y no hay el pasto.
Esta es la sombra
y no hay tu cuerpo.
Este es el cielo
y Dios detrás.
Este es el campo
al descampado.

PERCIPERE

Si
mis ojos
yo cierro
de vigilia
puedo verte
de pie,
doblar tu espalda,
seguirte
a ciegas,
ser sombra
de tu sombra.
Si los cierro
estos ojos
—cerradísimos—
tocar tus manos
podría,
rozar el aire
entre los dos
anillos.
Si los ojos
cerráranse
serías
tu sangre
en el torrente
de la mía,
el nombre
de tu nombre
en el silencio
de mi boca.
Serías
de cúbito dorsal,
de cuerpo entero
entre los ojos
—cerradísimos—
clavícula
a
clavícula
serías
—antes de la luz—
en el enigma
de tu cielo.

PRIMERAS AGUAS

Por detrás de tu fémur,
madre,
por detrás de tu vientre
estaba el Verbo
iluminando la caída.
En agua inmemorial.

ÚLTIMA CENA

Quise darte
de comer
mi cuerpo
y de beber
mi sangre
pero ya habías desenvuelto
el tuyo,
las arterias, sus coágulos
-sin peces y sin pan-
en la última cena.