SERRANO PÉREZ, MANUEL
ADVIERTO SU PRESENCIA CON LOS OJOS CERRADOS
Advierto su presencia con los ojos cerrados
en la piel rugosa,
sujeta entre las piedras y los árboles,
que marcha a la deriva tras los ríos y arroyos
o confunde la noche con un ojo clavado en las lagunas.
Cuando su lengua se atropella en barrancos y
abismos
para volver en las palabras,
en el brinco desnudo de los animales.
Si me recubre en los senderos
con su guante y su párpado,
cuando la lluvia inicia sobre el musgo
sus intimidades,
y en mis oídos entrechoca las antiguas monedas.
Al arrojar al cielo criaturas
hasta la hora del crepúsculo.
Cuando martilla con carbón y aceros
en mis dientes
o sorbe el esqueleto desde mis zapatos…
Y cuando me acomete,
se rebela,
y es antorcha…
Si resucita y canta con las furias del sexo
y desafía el reino de labios y de crestas,
cuando se multiplica
en los colores necesarios de la rosa
y brota de tus senos con ternura nutricia.
Al venir de las grietas confusas del instinto,
donde espinas voraces arman trampas ciegas
y tambores que nunca tienen fin…
Y cuando abre sus puertas en las horas curvas,
algodonosas del sueño:
-bordes de nieve,
arcos de luz,
amantes,
espumas y poemas y cigarros,
máquinas congeladas,
largas filas de hombres
que llevan los relojes
de testigos…
También cabe la herrumbre,
los ácidos y el fuego,
cuando conduce de la mano al héroe,
al hambriento,
al herido, hasta la playa,
donde los esparce y reclama para siempre…
Veo, por fin, la tierra y sus secretas confusiones,
y me dispongo a un acto de amor y de locura,
para entrar en su danza,
para tornarme leve entre crujidos,
mirando cara a cara los rincones…
(De �Morir a sabiendas�)
AMANECE MI CUARTO CON UN OJO VACÍO
Amanece mi cuarto con un ojo vacío
y, por la sombra que me encierra,
sordas figuras,
imprevistas piedras,
cuerpos,
bullen y van huyendo en compañía
de palabras y pasos,
de silbidos
que permanecen en el aire
y vacilan y mueren…
Rostros que ofrecen algo mío
y empuñan herramientas y pañuelos
(sus poderes visibles e invisibles)
divididos en carne y en temblores
del que va, por ejemplo,
en busca de la madre y muere.
De la joven que se ha herido
la yema de los dedos
con las hojas azules del carbónico.
Del que le han puesto un árbol
a la espalda.
Del que se sienta, nada más y espera.
Del que cierra los ojos y ríe fuerte.
Del que los abre y llora…
Del que ajusta la tierra a su medida
y la convierte en arma.
La luz no se detiene
al perseguir los signos,
y trepa a las paredes,
entra o sale,
mientras sonámbulo y ajeno,
yo me asomo, sin ver, a otras ventanas.
ATRAVESABA UN NIÑO
Atravesaba un niño
con la piedra
todos los límites del agua.
El proyectil partía
-por la altura-
filos del aire.
Y el racimo
puso en mis ojos
la mañana,
el río
y aquella criatura…
Me pareció sentir,
en ese instante,
un silbo,
una desgarradura.
Desde la orilla,
envejecí,
mirándome las manos…
(De �Estado de cosas�)
CERTIDUMBRE
Si en el vaivén de una caricia amante
la caña te ofreciera los pechos
erguidos sobre el surco,
y tu brazo
de irrefrenable poderío,
ennegreciera avaricioso su cintura…
Si el brillo inexorable del machete
no apagara tus ojos,
y el sol,
articulado tacto de raíces,
fuera grave metal de grito resonante
en la carne que espía
y en el fruto…
Si un vuelo vertical de pájaros cayera
en tus cabellos,
en tu espalda,
desde todos los ángulos vacíos,
y vidriadas colinas de malhoja
se derrumbaran sin reposo:
No sería el azúcar, sino un párpado dulce
de la muerte!
¿Adónde van los ríos que el amor
no puebla con su imagen
o recibe o circunda?
¿Los bosques, las pupilas que esconden el
invierno?
Tu furor desconoce los yodos litorales,
las nieves que apacientan los distantes confines
o la embestida horizontal que se enrosca en la selva.
Sólo bruma de azahares,
golpeteo de cajas
disuelven tus angustias.
Y, sin embargo,
toda muerte camina por tierra en las palomas,
en los brazos del aire,
en el fuego, latiendo,
o en el mar,
simplemente.
¿Oyes?
Tu figura se viste
con la inicial de savia jubilosa
que recubre los bordes de la tierra.
¡Silba ya de una vez,
y acudirá un rebaño de cañaverales
a detener un tiempo tu alegría…!
CIERRO LOS OJOS
Cierro los ojos,
suben palomas a la almohada,
nubes al sur
y tallos
y horizontes,
en simple geometría.
Aquí, siempre,
el corredor oscuro,
la mesa del teléfono,
la silla,
las altas puertas de madera
y el peso de un papel envejecido
sobre las paredes.
Ya comienzo a soñar,
libre de tinta y expedientes…
Pero el vecino empuña una sartén,
reclama con frituras y el televisor
su derecho a sentirse ciudadano del mundo,
a exigir el jornal de mañana.
Hoy he mirado más que de costumbre
la flor en el afiche de los cigarrillos,
y a la niña de verde
-con el sexo-
entre las tazas humeantes.
Me quedan, todavía;
-el reloj que bosteza
y el matrimonio del portazo,
que se pierde en la cripta
hasta las seis y media
del cinco de noviembre,
que es mañana,
sábado, al fin!,
y mío…
DIÁLOGO
Tú me dirás,
si acaso,
la miel que se congrega
no reclama la altura,
obedece y reparte
el equilibrio
de pesadumbre y de recelo,
en flecha desatada
de rencor y de angustia.
Si la montaña
insiste,
oscurece,
te recorre
bajo el estéril nombre de la tarde.
Y el fugitivo surco,
por tenerte
en la huella voraz en cautiverio,
en sólido regazo,
te circunda
y prepara en las cañas.
En fin,
si el sol
que iba desnudo por los valles,
removiendo las más tiernas resinas,
al proclamar el rumbo de tus labios,
no amontona sollozos al oeste,
junto a la tierra gorda, malherido.
¿A qué volver sobre tu sangre a la intemperie,
las tijeras del llanto?
¿A qué piedra vestir de sacrificio,
de maíz,
de galope,
de frutos,
de canciones?
Esta noche de párpados,
ahora,
-no me importa tu nombre-
huele a vidrio la sílaba terrible
de mi pecho.
Pudieron empujarte hacia otra orilla,
a los duraznos manantiales,
(cuerpo a cuerpo en el pan)
a la embriaguez de brazos entreabiertos,
donde el gozo y la pena
se dividen en campos de labores
y atestiguan en campos de labores
y atestiguan la luz de la mañana.
¿Qué te diré,
humo avizor,
agazapado combatiente,
que no abrigue relámpagos,
cavernas?
¿Acaso ha comenzado el día?
EL LIMITE
¡Si yo tuviera un caballo…!
La tierra de mis muertos sentiría
ya no la sombra que me asedia y persigue,
-ausente criatura de mi cuerpo-
mientras el campo gira en la mañana
lento cristal de rosa,
sino la ráfaga sedienta de mis labios
que respiran el vino y van creciendo.
Hasta el más alto muro de cebiles,
yo llegaré,
fundido en la malhoja,
para estrujar el valle entre los dedos,
y desde la montaña derramarse en los ojos
y gustar en la lengua el desnudo sabor
que te reclama,
con los niños y el pan y mareas de césped.
Quiero subir al cerro en mi caballo
sin esperar la vuelta del otoño,
su polvoriento andar como un regreso inevitable.
Quiero tener las manos dulces por la lluvia
y, en el riego del día,
navegar las naranjas de la piel caliente,
que sueltan mariposas indecisas en tus alrededores.
¡Si yo tuviera un caballo…!
Al galope,
-no me esperes tan pronto-
catarata insaciable trepando el Aconquija.
Y luego me verías crecer del horizonte
al terrestre latido de los cascos,
en la tarde,
en las hojas dispersas de la tarde,
cuando el amor enciende su memoria…
……………………………………………………
¡Mas yo,
invisible caballero con los dientes rotos,
la fatiga fragante
y a merced de las cañas!
Ya ves,
inundan mis axilas
el musculoso vientre de los carros,
mientras vigilo sonriente,
la calle del azúcar.
Si yo tuviera un caballo…!
EL OTOÑO LIMITA CON LAS FLORES
El otoño limita con las flores,
con el hombre.
Un niño deja caer en el agua una rosa
y sonríe.
Levanto mi porción de primavera
y empiezo la mañana.
EL TRAPICHE
Con los dientes…
Espero el campo,
las crines, las sogas,
la corteza de cañas.
Espero,
el río, la astilla, la humareda
de liquen sumergido.
Con los sientes menudos…
Espero
el polvo que amanece
entre el redoble de las mulas
pateando en el surco.
Con los dientes menudos
y chirriando…
Espero
los filones de metales verdes
y el raigón del hacha o algún canto.
Espero
el monte, la escala de niebla con su barro manual,
conocedor adulto de pezuñas.
Con los dientes…
Espero
el humo nítido de piedra,
el vino con sus barcos,
la red y la aureola
de los rostros sin sueño,
y la hoja descalza del otoño.
Con los dientes menudos…
Espero
la herramienta,
todas las voces de los niños
con hambre cereal…
Y el incendio y la lluvia
de penetrantes dedos…
Espero
el número formal de las planillas,
las agujas donde se empaña
el brillo de las flores,
el estertor del viento…
Espero
el paso herido de la hierba,
la miel anticipada,
el zumbido de fruta del azúcar…
Con los dientes menudos
y chirriando…
Espero
-acaso me comprendas-,
espero al hombre entre las cañas…
Con los dientes…
HACE A PENAS UN RATO
Hace apenas un rato
las casas de la orilla
se decidieron por el mar
-digámoslo mejor-,
han elegido el río.
La verdad es que estaban,
todo el mes de diciembre,
mojándose los pies en el agua moteada,
sacudiendo la ropa en la azotea,
bajo la lluvia,
invisible en los pisos de abajo.
Esto no pasa tierra adentro,
al revés,
cualquiera sabe del olor a mojado
y presiente la lluvia con la piel,
antes de su caída.
Y puede, fácilmente, descubrir un árbol
con los ojos cerrados
y respirar la luna que anticipa el otoño.
Repitamos:
los altos muros de cemento
huían por la Costanera
rumbo a la temblorosa superficie,
pese a muchos ladrillos
con preferencias por la tierra firme.
Entonces,
entre los borbotones de la angustia
y, acaso, un poco de nostalgia,
yo tuve que decir:
-Los pies…!
Mi tierra les exige, a cada paso,
liberarse los dedos rugosos del cebil,
del paraíso,
de las desesperadas guías del gomero
y dividir con otras criaturas
el aire y los abismos.
A entrar por callejones de la hierba
junto a insistentes pájaros
que vuelven por la tarde.
Si, pero el mar,
el río de pausada arcilla
es un hilo de luz,
agita nuestros nombres…
Un resuello, nomás,
y el abandono es otra playa sin temores,
sin más oficio que un sabor de sales
en las venas.
Perdón,
desde esta noche
las casas de la orilla
galopan hacia el agua
en busca de unas redes
de impaciencia y ternura,
del pulso de otras manos.
Enardecido en los afanes
del surco,
de las herramientas y las cumbres,
oigo el reclamo líquido del río
para que olvide los tambores del verano,
de las enredaderas y los naranjales,
del medio oculto en las canciones,
y de la mesa sola, abandonada.
Tal vez sea un cuchillo
con largos dientes de rencor,
entre los árboles,
que me empuja, amenaza
las altas chimeneas,
la lámpara encendida,
el beso adolescente.
Tal vez…,
las casas de la orilla y yo,
no sé por dónde,
a golpes de impotencia,
de furia,
a golpes de asco,
preferimos el mar,
mejor —aclaro-,
hemos echado a andar, siguiendo el río.
I) INEXORABLE
Crece la luna
con espinas
hasta el fondo del surco.
Y la noche,
visible en los rumores,
nos empuja y despierta,
caña a caña.
…………………………
Un vaho de melaza se abandona,
nace en el filo del machete,
caído en los terrones.
Todo se cumple;
-tu voz,
la carne donde aguardas.
………………………..
El ingenio
rechina en los metales,
cuando el hombre y la tierra palidecen.
La muerte,
el humo,
el polvo se extendía en las hojas…
Y, por las venas,
se nos diluye un vino fértil,
reverdecido,
diáfano.
III
La mañana aparece
y un sabor de nocturnas raíces
dispone, esquiva,
su primer compromiso en espiral;
-la voz,
ribera cautelosa, agreste,
donde voy a poner todas las armas,
-acaso dulces hoy-
al ver sobre la nieve tantos niños,
golosos de la luz precipitada,
triste,
ausente de su risa,
de su vuelo en las cejas de asombro,
insinuándose apenas…
Del pájaro escondido
un poco más atrás del viento,
puntual,
impaciente por otros territorios.
Pienso más en el sur,
en otros niños
que la sangre diluye en los rincones
para mí.
En cada piedra hay un rumor,
un animal de grandes poros, esperando…
¡Escucha!
¿Cuántos metales lleva el verde?
¿El agua?
¿Y tú?
Di un número cualquiera,
toda medida cabe en el instante…
Y, ahora,
arranco esta primera página de peces…
¡Escucha,
escucha los latidos…!
Pero un día descubres
que el amor es la medida del tiempo,
que en cada cuerpo
se consume una hoguera innumerable,
se desborda un río.
Y comienzas a mirar al hombre
oculto entre las cosas
y no a las cosas.
A dar a la miel su sitio entre la escama,
y a la nube,
su feroz hemisferio.
Entonces,
pierde rigor el aire
que sale cazador
y regresa en antorchas,
castigando la niebla.
Y entras a bocanadas en el ahogo
de una paciente celosía
o de la piedra,
que al amanecer va en las torres del silbo
y de la siembra,
hacia el futuro.
Inútilmente,
el mar pone un milagro de madera,
encima de los ojos redondos y cautivos
que atan el horizonte a las burbujas,
y extiende,
en vano,
en capa de terror sobre la arena.
Porque toda la fuerza
o el miedo
no están a la sombra de los verdes,
de la espumosa lejanía,
de la montaña:
– los llevamos atados a la cintura,
en el segundo pliegue de la billetera,
en los puños,
en la corbata.
Y, en verdad, que el cristal y la aureola,
levantados,
son un poco de tierra de colores,
amasada
con la sal de tu frente y tus axilas,
por un hilo de peldaños calientes.
Y no te fijas, se te escapa
la única construcción
que comparte la altura de los pájaros:
-la risa del hombre,
su alegría,
las esperanzas que distribuye a la redonda.
La octava maravilla
no es un jardín suspendido,
un palacio de cielos almenados
o la rígida línea que detiene las aguas,
sino el hombre mismo
con sus cabellos y su dentadura,
heridos,
deshaciéndose,
pero con la mirada cada vez más húmeda
por la ternura o el odio,
otra forma de amor
que no dice su nombre todavía…
(De �A partir de la nieve�)
IV
Es muy fácil andar sobre la tierra,
si herido el corazón está de verde!
Y nombrar el azul, nombrar la sierra,
el arado y el surco, donde pierde
su firme lanza reclamando guerra.
Que el azahar sonámbulo recuerde
los potros más ariscos de la yerra
y su origen frutal,. que embriaga y muerde.
Cómo apunta la sombra, sin embargo,
y derriba la flor de altos cristales!
En rehenes estoy por este suelo
para guiar raíces al letargo
y a la mortaja dulce de metales,
que azúcar volverá también mi pelo.
IV) LA FATIGA
La caña se repite
en la tierra,
sobre los huesos,
la garganta,
en el rigor,
en las arenas,
la luz y las palomas.
…………………..
Tú y yo por las acequias,
juntos.
¡Mírame desde el pañuelo,
que crezca mi camisa
con el sudor y el aire!
De los niños, de ti,
el mundo sobrevive y sonríe…
Habitamos la furia
del nombre desgarrado,
multitud y tareas
de moribundos árboles distantes,
escondidos y grises.
¿Cuándo, la mordedura de las cañas
ofrecerá la certidumbre,
la permanencia y el designio,
la vocación de pie,
la tierra a nuestra herida?
……………………………………
Más la penumbra restituye
su lección de amapolas…
Toda la luz se enciende de fatiga
en nuestro puño.
LA DIMENSIÓN ILUMINADA
Por una cabellera de naranjas
que el minucioso oído enamorado rinde,
por corcovos azules,
lanzas de largo vuelo
trepadas como canes al muslo perezoso
de su río,
va Tucumán
ardiendo los galopes de la siesta.
Mediodía que esgrime su contorno,
manchado,
indiferente,
con que rueda los surcos la montaña:
-Voy a decir de ti,
que la terrosa faz del cielo
pierde su perforado corazón de azúcar,
en esta hora de la artillería
parpadeante de cuellos de trapiche.
Aquí,
en los cerros se refugia el aire,
ondea en los nevados
con júbilo más tierno que la nieve.
Y la insistencia del aire se desploma,
vibra
en los gestos de un verde femenino.
El hombre llega entonces,
para las dentelladas de la luz.
La medida del tiempo es su caricia
y, en la humedad,
salva y reúne
un sosegado resplandor de mieles.
la estatura del campo entre los dedos,
promesa,
número,
latido de la rama
que en las redes del árbol cabecea
una musculatura de fragor celeste.
Blanco caudal endulza las pupilas
del cegado horizonte
y, entre un follaje avaricioso y campesino,
por antiguos machetes acosado,
por vida empecinada,
no por llovizna o por azufre,
no por muerte,
sino por un puñado interminable,
fervoroso,
de Pedros y de Juanes,
empieza a andar el surco por el día…!
Duele mirar a la distancia
esta aureola mineral de verdes,
que estrangula en los dedos
redoble de cuchillos y de fauces.
Haced de pronto que se tenga en vilo,
insomne,
el arrecife de los patios
y la escarcha de su leve sueño,
su lejana vertiente,
la corona de sal y desamparo,
su ciudadela sin espigas,
su llanto de molinos y de fronda,
de extensiones de savia,
de faroles rugiendo en los portales,
de duendes,
de columnas,
de silencios…
* Nació en San Miguel de Tucumán en 1917.
PORQUE NADIE RECONOCE
Porque nadie reconoce
la propia sombra,
en la vereda, de mañana,
cuando el viento se preocupa
de medir en los cuerpos
sus fallidos deseos de volar.
Nadie sabe, nunca,
si la sombra es un ancla
o
una flecha…
(De �La trama redonda�)
PUEDES ALZAR UNA ROSA
Puedes alzar una rosa,
una silla salida por entero de tus manos
o pulir venerables ceremonias
que prueben metafísicamente la ausencia.
Pero no es bastante:
debes poner a cada rato
la piel en los balcones;
hurgar en las raíces sus pájaros terrestres;
decidir pesadumbres, promesas y alegría,
mirando a los demás,
que eligen tu palabra, tu herramienta.
Creer en algo, es siempre un hecho de sangre.
SABES, LA TENTACIÓN PEDÍA QUE FUERA TU GARGANTA
¿Sabes, la tentación pedía que fuera tu garganta.
Por ella entraron aluviones de ternura,
el ligero rumor de los maizales,
un destino secreto de nuestros corazones,
sus fantasmas dulces,
las banderas que comienzan a alzarse
sobre un pétalo.
Y entonces comprendí
que las habitaciones tienen siempre una puerta,
que las sombras ocupan de día los vestidos,
ruedan en el atardecer
y permanecen en todos los espejos,
hasta que un hombre pulsa
lentamente
sus entrañas.
Un hombre solo es una criatura desvalida
que lleva los latidos de la noche
entre las sienes,
tropieza con la luz
y, por las vigilantes rayas de su mano
ve crecer, de improviso,
en los aceros secos un delirio de hogueras,
las iniciales,
el tacto con herrumbre,
vidrioso,
de la muerte.
Que barrancos cubiertos con sus uñas rotas
se hunden en los ríos de irisados biseles,
y le aguardan,
en tanto acechan de las nubes cazadores signos,
que acusan al otoño, derribando su espuma.
Pero un hombre con una piedra
rasga la claridad erguida del lapacho,
dispone la armadura que defiende las cumbres
y retuerce en el aire los despiadados
labios de tormenta.
Puede, por siempre.
sobre la hierba navegable,
acostarse a su sombra y encender una lámpara.
Tiempos vendrán,
cuando las redes de la piedra,
desplegadas,
suelten los peces de su nombre y sus regiones,
ocultos por la lluvia de borrosos trazos,
y le rescaten, unos hombres extraños,
del olvido.
Un hombre solo se deshace
en las guaridas del calor,
acodado en las siestas del surco,
fluye su vértebra desnuda a orillas del camino
y el peso de sus dientes le ahora,
noche a noche,
en las islas rituales de los pozos sin dueño.
Pero un hombre con un árbol
es casi la pregunta manantial de la tierra,
con que emprenden los frutos su memoria del viento.
Las páginas de musgo que honran su estatura
indican a los pájaros todo el instrumental del cielo,
y se desliza por el río,
penetra su costado,
en la cegada espada de los troncos huecos
que tuercen rumbo al mar,
ya sin salida.
Un hombre solo es una criatura mutilada
que se arranca la piel,
cubre las grietas del abismo
y en el aceite y en el humo,
ciñe dos puntas de misterio a sus rodillas.
Un hombre solo se deshace…
-ya lo dije, también.
Pero un hombre con un hombre,
toma su traje azul, una flor, un pañuelo,
afila un poco el hacha de todos los oficios,
prende un cigarro
y cruza silencioso la compartida bruma
de lágrimas serenas que ayudan a morir…
Un hombre con un hombre
puede, en fin,
vencer la soledad y la derriba.
SI DETIENES UN PÁJARO
Si detienes un pájaro Si ya iniciado el vuelo
cortas su claridad,
estrangulas tan pequeño fulgor,
lo apresas en tus manos
y divides la pluma y el gorjeo
con un nombre.
Si cae o se desploma sin un solo grito,
entre burbujas y banderas,
y en la emboscada comparece,
lo acercas a ti,
para decirle en unas sílabas
quién era,
cómo sitiaban su cuerpo
minúsculas porciones de sombra,
ya le has quitado cielo
y con el peso de la tierra
entre las alas,
le enseñas a morir lentamente contigo.
TESTIMONIO DEL PALO BORRACHO
¡De par en par las puertas!
Quiero acudir, guitarra en mano,
a tropezones,
hasta el ingenio mismo,
-límite de los pájaros -,
donde la audacia de los surcos se contiene,
y por un hilo cereal y crepitante
darle nombre a mi pulpa.
De repente desnudo y sin consuelo,
entro a tu voz
antes que crezca el día y el ganado,
y te cubren de carne y de penumbra,
y den labio a la flor
y a los jardines.
Mi panza se desfleca y pudre
reventando licor,
con el retoño manantial de luto
que tu atmósfera esparce en cada zafra,
donde mueres,
aventando la fibra y los ardores
por un abismo de altas cañas rotas,
partidas en silencio.
En el umbral del algodón y de la lluvia,
tu aguijón de salitre
iba apretando nudos y terrones
a la hora del sol y de los tuyos,
atareados de polvo,
de aristas trasudadas
y de duro viento.
Subían las columnas
a potencia de estatuas espumosas,
fosforescentes de oleaje.
¿Y yo no he de decir que estás conmigo,
en este mármol que me brota
si me quedo solo?
Tócame el pecho,
aquí me tienes, vaso acorazado
de espinas sin oficio,
donde la luz desgarra las regiones,
me desea y extingue,
frente a la vertical pisada tuya,
siempre…!
Sé que el furioso metal de tus labores
resbala,
ordena esta frescura
que me embriaga de alcoholes y de nidos,
que por las ramas tiembla
en un vuelo suavísimo de copos.
¡Empuña la guitarra, vamos!
Yo llevaré mis cicatrices y mis grietas
de bebedor nocturno,
parado sobre un mástil y una fuente.
¡No me dejes herido,
soy un hombre, también,
con ojeras de vino desangrado…!
¡Siembra tus huesos con los míos,
arde,
atrévete conmigo a la esperanza!
¡De par en par las puertas,
que voy a zapatear contigo en el trapiche!
V
Alguien puso la luna en esta calle
con su pupila de algodón, redonda,
clavada en los perfiles de mi talle
y entre los arabescos de la fronda.
Su dedo acusador apunta al valle
donde las cañas van muriendo, y ronda
la mole del ingenio, espesa y honda,
casi exigiendo que ninguno calle.
Y no hemos de callar si el surco embiste
con su carga de sombras y castigo.
No tengas miedo, el corazón resiste
la espada de la muerte que te digo.
Y aunque la sangre corra malherida,
respiramos los aires de la vida.
V) EL SILENCIO
No llegan a madera
-dulce rocío únicamente-
y no siento mis sienes con fragancia
de sombras,
con la impar lejanía
del quebracho.
¿Dónde estoy?
Es una superficie de vaivén
que enfrenta al cielo,
golpea mis zapatos.
¿Sabe la tierra que yo estoy encima,
que he venido a poblarla a manotones?
Cada recodo de los surcos?
entrega puentes,
barandas suspendidas,
laberintos fluviales
donde me asomo en el silencio.
Y las cañas irrumpen,
me desnudan
a cada golpe largo…
VI
Sin fragor ni espesura me acompaña
la muerte. En la garganta azul del río
la hoguera del trapiche y el estío
espigan verde y victoriosa caña.
Ocupa las pupilas de los míos
una enlutada forma de montaña,
el polvo grave y volador que empaña
y anticipa muy triste escalofrío.
Atravieso los surcos, su clausura,
el otro abismo de la cita amante,
hasta el trance final, preciso, cierto.
Región ajena, mineral altura
de la ceniza, indicio vacilante
de mi hueso desnudo, casi muerto.
VII
La forma de mi tierra es una herida
rota y abierta por el instrumento,
erizado de furia y alimento,
en la madera siempre repetida.
Altas, las crines verdes en el viento,
piafa y relincha el campo en la embestida,
apurando el sabor de la partida,
para evitar hogueras de tormento.
Y cruza la región donde la fragua,
con sus penachos rojos por la espuma
del turbio acero corrosivo, asoma
la inquieta y terca levedad del agua
que en rígido cristal vence la bruma,
y blanca imagen de caballo toma.
VIII
Nos vamos sin querer, pero nos vamos
del rencor y del surco, de la vida,
sin atinar el puño con la herida,
ni el metal con su herrumbre. Peleamos
con la botella azul, la flor vencida
del estiércol, del vino, de los ramos.
Desnudos por el verde trajinamos
el sexo de la piedra estremecida.
La arcilla empieza su labor, asoma
y se entretiene con rigor de cuerno
en nuestra fiel y blanca nervadura.
Y somos el perfil que se desploma
en la crueldad del aire del invierno,
cuando las cañas llegan a la altura.
XVI
Vuelan desde el verano los jazmines
que el patio empuña en una capa oscura,
entran el sueño, rompen la armadura
de los cuerpos caídos, sus clarines
tornan más leve la musculatura
vencedora de surcos y confines,
donde azúcares altos, bailarines,
ponen barrotes sobre mi cintura.
Aquí el tiempo se mide por la caña,
brazos, pupilas y machetes muertos
que navegaron una vez la tierra.
Sólo el jazmín traspasa la montaña
y pone sitio con ojos abiertos
en una ardida y persistente guerra.
(De �Primera transparencia�, 1969)
Y LA MANO
Y la mano
tentó la grieta,
ya sin pájaros, del aire.
Aquél árbol
era apenas un signo
tras la hierba,
que con su sombra
le pesaba en los párpados.
El galope
lo puso en la lomada,
cuando el clarín se desgarró.
Veía a los soldados
de endurecido rostro,
frente a frente.
Y no pudo gritar,
no hizo un disparo.
Apretaba las riendas,
nada más,
y ceñía la espuela a los ijares.
Algo tocó su pecho,
-otro latido?.
y comenzó a caer a un mar indescriptible,
entre algodones.
Tal vez, los labios
forzaron un insulto,
mas apenas si dijo el nombre de Lucía
para darle las gracias
por el mate ofrecido,
sonriendo…
Y el campo
se fue haciendo más grande…
La mañana desbordaba los ruidos.
YO SABÍA QUE EL TIEMPO ERA REDONDO
Yo sabía que el tiempo era redondo,
porque puse las manos sobre la madera
viva de los árboles
y descubrí la telaraña de los cielos,
prendida en claridad de hojas y de pájaros.
La temblorosa tierra
caminaba en las ramas,
y con los ojos circulares de resina,
fríos,
enarbolaba flores,
ataduras de sexo y de perfume.
Yo no quería huir
y bajé desde la altura de los frutos,
-llenas las manos-
y con el árbol, todo, entré al aire, al fuego, al agua,
reservando la tierra
para otras circunstancias…
Me sentía mucho más libre
haciendo el mundo, también,
con la madera.
Toda la mañana que se rompe y florece
sobre el parque,
la ocupaban un días los resplandores
de estos rostros
con su tela de araña extendida…
¿Dónde,
en qué marco prisioneros,
sonreían los ruidos cercanos;
las orillas del mundo que los reclamaba
y que ahora está ausente,
impalpable,
en la fotografía
que los detuvo tan cerca de la sombra?
La gravedad del aire,
el señor que atraviesa a lo lejos
(sin saberse atrapado)
el fondo de arboleda,
la estatua,
el muro de flores
y el banco gris,
entran a ser cuando los miro
porciones de su carne imprecisa.
Y, ahora en las paredes de la sala,
una desgarradura breve de la lluvia,
apremia el largo,
interminable,
viaje de la cartulina
que va acercándose al espejo,
donde me siento hundir con ella,
poco a poco…
En una mano caben cinco dedos,
entre los dedos, un puñado de semillas,
en las semillas,
todos los bosques del verano.
En una cara, dos ojos desmenuzan
los restos de la noche,
el mediodía
y repiten con dedo vigilante,
en las cuatro miradas del sueño,
las heridas más hondas.
En el espacio breve de la carne,
giran cristales rojos
(alimento y temblor de los caminos),
la palabra homicida del otoño
y ese polvo a morir
de las generaciones y los mares,
de las armas.
El pedazo más frágil de la tierra
es el paso de un hombre.
Yo lo he visto caer de sus sandalias
a la par de algún árbol,
de las grietas,
y en las barbas antiguas de los mares.
Pero carga su muerte a las espaldas
y, apoyado en el vientre,
urde otra vez las formas de la harina,
su tibio derrotero.
Si le llamaran no vendría
escalando animales y atributos,
de madre en madre,
y a través del tiempo.
Siempre exige la tierra cercanía.
Pesa en el vuelo de los pájaros,
en el sabor caliente de la llama
y apresura
lo victorioso sobre el horizonte.
Porque es verdad,
todos los ríos vuelven gota a gota
en tardes de febrero,
en el presagio,
en la arena,
en el musgo,
en la raíz del canto
y en la caída de manos labradoras.