SILBER, MARCOS
1911
Lo veo.
Desde la borda del poema lo veo.
Catorce años tiene el que va a ser mi padre.
Viene en el Arlanza. No me ve.
No tiene rostro la tierra que lo espera.
Avanza la nave que muerde aguas de extraños idiomas.
No lee ni escribe el que va a ser mi padre.
Helado trae el dibujo de la letra.
Oigo el naufragio de sus vapores de adentro
y su silencio me da de garrotazos por la cabeza.
Grandotas tinieblas le bailan alrededor.
Duele el frío sobre la cubierta.
El muchachito no me ve pero me dicta:
�congoja�, apunte la palabra �congoja�, hijo,
y apunte �susto�, y no deje de apuntar �soledad�. Una palabra de lana vuela hasta su cuello,
otra de abrigo desciende sobre sus hombros.
No lee ni escribe el que va a ser mi padre.
Respira un verde aire de consuelo
cuando me sueña escribiendo
en su sueño de más felicidad.
Y detiene el que será su forzado carro de labor
para dictarme: apunte, hijo,
la palabra �trabajo� y �techo� y �cama� apunte
y también �sopa de pollo
con sus flotantes monedas de oro�.
Lo veo. No me ve.
Le oigo: �tome mi mano, hijo
guíela,
escribamos�.
CHEJOVIANA
Es el jardín de los cerezos adentro del otoño;
ocre se ven los gastados oros de las hojas
y blancas las vaporosas mujeres de gasa.
No alcanzan a oírse las voces,
pero se muestran los cuerpos y sus sombras;
la mantelería acostada debajo de una vajilla que aguarda esperanzada; y la boquilla de Trigonin
que entra al espacio como pez de aire.
Del samovar escapan silbidos de nostalgia,
aires de tiernos recuerdos, trenes de dulces memorias.
Se hinchan como velas los pechos de las tres hermanas
con ráfagas azules de pasión.
No alcanzan a oírse las voces;
Masha pregunta o parece que pregunta:
�¿la gaviota que llega anuncia felicidad?�
Y antes que regrese el silencio
Tío Vania dice, o parece que dice:
�llegarán los visitantes de la ciudad,
entonces ya no estaremos tan solos
y todo florecer�.
Es el otoño adentro del jardín de los cerezos.
DE LOS BIENES NECESARIOS
Dos peces, uno para sí, otro para el ciego de la costa.
Dos camisas, una camino del lavado, la otra que vuelve.
Dos sueños, uno que acude al deseo,
otro que recupera los muertos queridos.
Dos parcelas de tierra, una para el rosal,
otra donde se pondrán a soñar mis huesos.
Dos papiros, uno para eternizar la palabra,
otro para anotar el nombre del desconocido.
Dos gatos, uno para buscarme en el cristal de sus ojos,
otro para recordar los modos de la distinción. Dos lápices, uno para viajar hasta el horno de la palabra,
otro para que vuelva con ella.
Dos voces, una para celebrar el silencio,
otra, para sostenerlo.
Dos caballos, uno para comer de sus espumas de libertad
cuando divide el horizonte
en la carrera de la playa;
otro, también.
EN EL CENTRO DE SU OJO
En el centro de su ojo —el derecho—
un velero solitario se aleja —irremediablemente—
sobre un mantel de agua callada y apacible.
La querida
con luz que ilumina su ojo —el izquierdo—
habla de regresos y dulces retornos habla
y habla de volver, y con tiernas maneras quedarse,
y atenderlo todo, especialmente el amor;
en tanto la luz ilumina su ojo —el izquierdo—.
Pero la verdad, la glacial, la cruel,
aparece en el centro de su ojo —el derecho—
como un velero solitario que se aleja
—irremediablemente—
sobre un mantel de agua callada y apacible.
EN EL SILENCIO BLANCO DE LA NOCHE
En el silencio blanco de la noche
llora un hombre.
No puedo precisar si del otro lado
de esta pared o del mundo.
Pero se oye, un hombre llora.
De la casa vecina
llegan los reproches de una mujer
hacia el marido —que esta vez tampoco responde—.
De otra casa, el jadeo del pequeño mortificado
que rasca un violín sin futuro
contra las furias del padre.
Más cerca de lo conveniente
los sofocones del ascensor
no dejan de lastimar la quietud;
y con regular malicia se repite un golpe
como aquel del transbordador contra el pecho del agua
frente a los acantilados de Dover (¿te acordás?).
Ahora huelo la brisa rancia del recocido
en el cuarto del soltero que silba —siempre silba-. Como si fuera poco interrumpen dos tres relámpagos
anunciadores de una tormenta, ya, inevitable.
De pronto, desciende una como gigante guillotina
y calla la respiración de cada cosa de cada cual;
de modo que todo se detiene.
Calla la vecina, el violín de los suplicios calla
calla el ascensor el golpe del transbordador calla
calla la brisa cercana los relámpagos de la lejanía callan.
Y se parte o es como si se partiera la tierra
y se aniquila o es como si se aniquilara
el corazón de la tierra
y se desmorona o es como si se desmoronara
el cielo de la tierra;
porque nada, en verdad nada se detiene nada calla
cuando en el silencio blanco de la noche
un hombre llora.
LA MOJADITA
Allí vive, allí, en el centro
del arco de triunfo de sus caderas;
al pie de los terciopelos del horizonte pubiano.
Me llama. La llamo. Nos llamamos.
Habla la siempreviva o lo que es lo mismo
deja oír sus correntadas.
Con mi nave a la vista
se aluvional, se anega
y a mi mano responde con sus fuentes termales. Ni pensar cuando el llamado del timbre divino;
entonces acuden olas de una marea incontenible.
Juega. Juego. Jugamos.
Los disparos que dan en el blanco
agitan el carillón de su cielo.
Me llama. La llamo. Nos llamamos.
La insaciable, la voraz
muerde el collar que la visita
y en cada pequeña muerte me devora.
Lavas nacidas en el centro de la tierra
trepan hasta la caldera
de la una y otra boca de los dos.
A la conclusión
la mojadita va a decir y dice:
que haya paz, una breve tregua.
Yo, el llamador voy a decir y digo:
estamos vivos y esto que sucede es la felicidad.
Ella, la amada, va a decir y dice:
me dio un poquito de frío,
tápame, por favor.
LLUVIA
La lluvia es Dios.
Con mano una de piedad
y de furia la otra.
Si la lluvia se retira
la tierra abandona la tierra el mar cierra la boca
y todo la palidez se cita
para caerle a la soñadora del ventanal.
La lluvia es Dios.
Si se niega la lluvia
encallan los barquitos de papel,
ningún corazón se dibuja en los cristales
y se queda sin bendición
el pelo de las mujeres de la casa.
Si se retira la lluvia
cómo se lava el demasiado dolor del mundo
y a la carne de la tontita
echada sobre las lozas del patio
¿quién la lava?
Si se queda —la lluvia— si no sale
se miran perdidos los amantes
debajo del cinc difunto.
Dios es la lluvia.
Si la lluvia se retira
qué será de la sin rostro
que viene cada vez que agua
y no sabe que canta para mí.
NOVA TROYA
Es un caballo. Eso es un caballo.
Eso que cubre el cielo es un caballo.
Que desciende al aquí.
Que se adelantó en la ilusión de todos
porque no cabía en la de solo uno.
Se lo ve grande caballo se lo huele.
Llena el aire el sudor de su bruta carne.
Sí, es un caballo. Que viene todo
ocupado con humillados y mordidos.
Baja el caballo, regresa
a la historia que lo devoró
y apresado quedó entre las páginas
71 y 74 de la leyenda. Salvaje alegría lo espera. Al grande caballo
que aparece y es toda la escena
de uno a otro lado del paisaje del día.
Y canta. Himnos de gloria canta
gran caballo que llega cantando.
Y habre las patas la bestia
para que una dos cien meadas de fuego
le aneguen la boca
al cada color de la miseria;
abre las patas la bestia
para que una dos cien meadas de fuego
le azoten los ojos al abandono;
abre las patas
para que una dos cien meadas de fuego
le arranquen la lengua al desamor.
Y canta himnos de gloria canta
gran caballo que llega cantando.
Es un caballo. Eso es un caballo.
Grande como el sueño de Dios cuando era niño.
POSTAL CON LUZ DE FIN DEL DÍA
El hombre solo, grande.
La casa grande, sola.
Fatiga de gris el rostro de uno y otro
y es de niño la sombrita
que corre de solo a sola.
Ojo y ventana que se miran;
salud entonces por el encuentro
y a palabrear. No importa quien pregunta:
�¿Cómo va esa vida?�.
Tampoco quien responde:
�Va, no muy amiga pero va
con noticias de patios festivos
y cuartos de fría penumbra.
Va, con el bulldog que arrastra al vecino,
la rubia de sagradas caderas,
y va con la brisa divina de las cocinas,
la mancha venenosa de los más chicos,
el violín del polaco del fondo
y los dulces barullos navideños.
Va, con el que brama en el altillo
y la gitana de los ojos perlados�.
Postal del fin del día.
La casa sola grande.
El hombre grande, solo.
Palabrean.
No importa quien pregunta:
�¿Qué se sabe de la que nunca tuvo novio?� .
Tampoco quien responde:
�Nada, nada��..
TESTAMENTO
Tora mía, tierna querida amada,
el tiempo, esa maldad de la marcha de la vida
envía mensajes no del todo alentadores.
Digo los avisos de una definitiva penumbra
se anuncian a las puertas de mi huesería
ya en franca retirada.
Mi Tora, tierna amada querida, sin más inquietud de la debida
y en pleno descalabro de mis facultades
te dejo el sueño de los caracoles azules,
los temblores siempre renovados de Casablanca
con la Ingrid que me anticipó tu casta palidez;
tu plato preferido te lego (y no dejes que se enfríe)
te dejo Cuaderno del Resucitado con los poemas
que empiezan y acaban donde comienzas y acabas.
Te dejo los dichosos sustos de ir a tu encuentro,
el perfume de mi/tu colonia favorita;
te dejo la inmortalidad de las flores de Merce Redoreda
esas copas verdes, altas, de cristal donde nos bebimos,
y el chocolate amargo que nos endulzó los trabajos del amor
el �cuatro de Oro� te dejo del Eliseo Diego
con sus fantasmas de abrigantes cenizas;
te dejo los fulgores de mi felicidad de vos,
el jarrón de la madre de mi madre
para que no deje de ser mirado
y los hijos de nuestros hijos nos recuperen;
te dejo mi lapicero predilecto
con el mandato de no darle tregua a tus adoradas manos;
te dejo la nieve perezosa de tanto papel desnudo
y el cuento de dos nosotros amados por nosotros
para que lo perpetúes.
La mirada mía que resiste alejarse te dejo
mi tabaco para que no dejes de verme,
el jardín de la melancolía de Chejov,
los cerezos y las cerezas que ya claman por tu boca.
Te dejo los arrebatos de cámara de Schubert
dentro de los que rugimos sin tantos bemoles; te dejo mi palabra última
para que sólo tu nombre en mi última palabra
y una escena te dejo con los dos nosotros
la querida amada y el que esto suscribe,
juntos, los dos, en la pérgola,
riendo, los dos,
sobre todo riendo
adentro de una niebla de reposada dulce eternidad.
TRES
La pelirroja se para en medio de la pista
como en el trono del centro del mundo.
Los hombres susurran y ella lo sabe
por eso avanza las tetas,
el mascarón de su proa.
La rubia de pelito corto sonríe,
los hombres susurran y ella lo sabe por eso todo el tiempo sonríe
con dibujo de tonta felicidad.
La morena planta en la escena
su cabeza de mar nocturno que perturba,
y ella lo sabe.
Los hombres apuntan
al camino de seda negra de su pelo
después que pone el cielo en el grito:
�el que no se desnuda bajo la lluvia
no juega;
el que no trepa hasta la cocina de la pasión
no juega;
vamos muchachos, vamos,
hasta la victoria siempre�.
VAQUITA
Allí, otra vez, contra el sol del horizonte.
Sabe que será su última tarde,
y no lo dice.
Porque no puede, o el pudor. Asombros y celos trepan a sus ojos
cuando el vestido florido de la señora,
y no lo dice.
porque no puede, o el pudor.
Del cielo baja un azul culpable
que acompaña su último paseo.
Le pega por la cabeza
la nostalgia de un día más,
y no lo dice.
Porque no puede, o el pudor.
Se rumia para adentro:
�¿qué gana la vida,
qué le hace al mundo una vaquita menos?�.
Y no lo dice.
Porque no puede, o el pudor.
VIAJE AL SILENCIO
¿Es que ninguno hará un rezo por ella ahora,
nadie se apiadará de Jennifer —Muñeca— Suárez
hecha una lástima un fantasma ahora que su esplendor
fue y la belleza y la gracia ya le pasaron;
nadie se compadecerá de Jennifer, nadie?
¿Dónde están los guerreros, hacia dónde
partieron sus tenaces adoradores; las manos
que emprendieron tanta hazaña para darle alcance
dónde se escondieron? ¿Qué de los ojos
que juraron por la ceguera no dejar de alumbrarla? ¿Quién se duele ahora por la diosa del amparo
la vencedora de pesadumbres y fatigas,
quién la preserva ahora del saqueo, del frío,
de la extinción de sus luces quién la protege?
¿quién del estrago de sus encantos?
los de Jennifer —Muñeca— Suaréz,
que tantas veces prometió arrancarle el corazón
a la soledad y arrojárselo a los perros.
¿O es que nadie hará un rezo por ella ahora;
o la dejarán sola, sola hasta dónde,
hasta qué, sola hasta cuándo?
¿Es posible que ninguno llegue, que nadie acuda,
que la dejen así, callada y desierta?
¿Es posible que nadie absolutamente nadie se asome
y diga algo o susurre una miserable oración
por ella o vaya por ahí a contar a los otros
que Jennifer —Muñeca— Suárez tiene muerte
y está sola?